jueves, 20 de diciembre de 2007

La memoria histórica del sindicalismo

Apuntes para un Seminario sobre la "memoria histórica", que organiza el profesor Aparicio Tóvar. Mi pregunta es: "Querido Joaquín, ¿va por aquí la cosa o el debate que tienes en la cabeza va en otra dirección?. Dímelo y corrijo. (


Me gustaría enfocar el tema que nos ocupa –esto es, la Memoria histórica-- de una manera un tanto diversa a cómo se han enfocado las cosas en nuestro país en los últimos tiempos. Y, desde luego, con relación a lo que parece que conozco de manera aproximada, a saber: la memoria histórica en el movimiento sindical español, y por extensión en el europeo*.

Empezaré con algunas preguntas que, aparentemente, tienen la pinta de ser provocadoras. ¿Qué pasaría si preguntara en Granada a unos sindicalistas por Ramón Lamoneda? ¿Qué sucedería si hiciera lo mismo en Valencia con relación a Juan López, o en Sabadell por Josep Moix o en Barcelona por Joan Peiró y Angel Pestaña? ¿Qué contestación me daría un dirigente sindical español del más alto nivel si le comentara algo de Daniel de León? Sí, hombre –le diría al alto dirigente-- Daniel de León el fundador de los wooblys... Más complicaciones todavía ¿quiénes eran estos wooblys?

De todos los citados hay, en mayor o menor grado, memoria escrita y, de algunos de los nombrados, todavía existe memoria oral. ¿Sería exagerar si manifestara que me llevaría un chasco superlativo si hiciera esas preguntas a la cofradía sindical en Granada y Valencia, Sabadell y Barcelona? Creo que no exageraría lo más mínimo. Y, sin embargo, es sabido que cada hermandad guarda una cierta memoria “de los suyos”. Los físicos saben quién era Gay-Lusac, los filósofos te dan razones de Epicuro, los músicos conocen a Bocherini y los literatos conocen quién era don Marcial Lafuente Estefanía. Sin embargo, Lamoneda, Juan López, Moix, Peiró, Pestaña y Daniel de León (por no hacer la lista más larga) duermen plácidamente en los archivos del olvido. Quiero decir, olvidados por sus deudos. Francamente, ignoro las razones de ese olvido que viene de muy lejos; mi generación también participó de estos descuidos.

Cierto, nosotros no conservamos esa memoria, ni tampoco la trasmitimos a las nuevas generaciones sindicales. De ahí que los nombres anteriormente citados fueran tan perfectamente desconocidos como lo siguen siendo en la actualidad. Y por no estudiar, tampoco estudiamos los grandes hitos del conflicto social así en España como en todo el mundo. Nos contentamos con tener una culturilla general sobre el origen del Primero de Mayo y los mártires de Chicago, leímos superficialmente los asesinatos de Estado contra Sacco y Vanzetti y cuatro cosas más. Así pues, también nosotros estuvimos desarraigados de nuestra memoria histórica. Algunos, por ejemplo, pudieron pensar que la arquitectura organizativa de la casa sindical la concebimos nosotros, cuando la realidad es que éramos deudos de la reforma que hizo Joan Peiró en el famoso Congreso de la CNT (Sans, 1918): unas estructuras que, a pesar de los grandes cambios en todos los órdenes, se mantienen incomprensiblemente intactas.

¿Teníamos documentación para acceder a “la memoria sindical”? Sí, teníamos. Y algo leímos. Por ejemplo, la historia del movimiento obrero de don Manuel Tuñón de Lara. Pero mucho me temo que nuestras lecturas fueron “en diagonal” y, así las cosas, no podíamos escarbar convenientemente en la historia. En resumidas cuentas, si hoy se desconoce la historia y hay déficit de memoria en la casa sindical, la responsabilidad la tenemos las gentes de mi generación. No la tiene, pues, el empedrao. Tal vez, tuvimos una cierta arrogancia en considerar que las cosas empezaban en nosotros mismos, olvidando que no pocas enseñanzas estaban ya dadas. Por ejemplo...

Por ejemplo, pensamos que habíamos inventado la “combinación de las posibilidades legales y su relación con las extralegales” para combatir la dictadura y su ortopedia sindical verticalista. De hecho dos grandes sindicalistas, casi contemporáneos entre ellos, lo habían teorizado y puesto en práctica de manera más o menos simultánea: Joan Peiró en tiempos de la dictadura primorriverista y Giuseppe Di Vittorio contra la mussoliniana. Algo que no sabíamos, desde luego. Y tantas otras cosas.

Lo chocante es que posteriormente hemos exigido la recuperación de la memoria histórica sin haber aclarado que nosotros no la cultivamos en nuestra casa, y siendo herreros como éramos teníamos cuchillos y tenedores de palo. Así pues, ¿porqué los actuales sindicalistas iban a conocer a Lamoneda, Daniel de León? ¿A santo de qué debían conocer el gran movimiento norteamericano de los wooblys? Bien, ya se han apuntado las responsabilidades de mi generación. Es cosa, por lo tanto, de pasar a estos tiempos de hoy.

Las generaciones de hoy deben recuperar el tiempo perdido en lo atinente a la “memoria histórica” de la casa sindical y, por supuesto, al inseparable vínculo que la une a la memoria democrática en general. Porque no se trata de una cuestión de erudición historicista. Tiene, claro que sí, mucho que ver con el conocimiento de cómo intervenir ahora en la acción colectiva del sindicalismo confederal y con el ejercicio de los derechos. Ni que decir tiene guarda relación con las necesarias autorreformas de la casa sindical y con el ejercicio del conflicto social.

Es el momento insoslayable de revisitar (o de leer por primera vez) dos libros –de momento recomiendo dos libros para no abrumar excesivamente al personal—de gran interés: el primero es la Historia del movimiento sindical inglés, cuyos autores son el afamado matrimonio de los Webb (Beatrice y Sidney, de filiación fabiana); el segundo es el anteriormente apuntado de Tuñón de Lara. Otro día recomendaré otros, también de suculentas enseñanzas.

El de los Webb es de gran importancia porque describe los primeros andares de las reivindicaciones en los convenios (tal como eran en aquellos entonces) y la génesis de la forma-sindicato y sus primeras estructuras. Una lectura perspicaz nos mostraría las razones de por qué las reformas sindicales nunca vinieron de los grupos dirigentes del “centro” sino de las periferias. Lo que, por ejemplo, se constata en tiempos más recientes –otoño italiano de los primeros setenta— con la creación de los “consejos de fábrica”, vistos de manera asaz inamistosa por la mayoría del centro dirigente del sindicalismo italiano.

El libro de Tuñón nos es más próximo, naturalmente. Ahí tenemos, entre otras cosas, no pocas descripciones de la permanente memoria sindical de la división entre UGT y CNT. Y algunos pespuntes de las diversidades que, todavía se reflejan, en los sindicalismos territoriales españoles.

Ahora bien, leer ambos libros puede ser de gran interés porque uno y otro describen las dos grandes `transiciones´ del sistema y, por lo tanto, de la acción colectiva: la de la primera revolución industrial y la de finales del siglo XIX. Comoquiera que, en la actualidad, vivimos otra gran transformación –del fordismo hacia otro paradigma— tendría utilidad revisitar aquella memoria y ver qué enseñanzas nos deparan aquellos tiempos.

Hubo un tiempo en que la historiografía benévola se dedicaba, siempre de manera muy parca, a biografíar las vidas ejemplares de los santos laicos del sindicalismo. Pongo como ejemplo dos de ellas: “Pablo Iglesias, educador de muchedumbres” y “Giuseppe Di Vittorio”. Más allá de sus limitaciones –sus autores, además, no eran historiadores-- jugaron un noble papel, pues venían a situar en “la memoria” el relato de los próceres del movimiento obrero. Tenían, en todo caso, el defecto de las biografías más convencionales, que dicho caricaturescamente era la situar el personaje al margen del conflicto social. Es como si se escribiera la vida del ajedrecista Capablanca sin relatar la partida de ajedrez y el juego del contrincante. Tenían aquellas dos biografías el encanto de las “vidas ejemplares” de los santos padres de la iglesia católica, apostólica y romana. Más o menos: san Pablo Iglesias y san Giuseppe Di Vittorio.

En fin, como el tiempo apremia, tomo carrerilla para ir acabando. El material archivístico, las nuevas investigaciones científicas pueden ser un material necesario para que las nuevas generaciones sindicales tengan unas mínimas condiciones `técnicas´ para reapropiarse de la memoria sindical histórica, y --como me hace ver Javier Tébar corrigiéndome mi primer redactado-- ello será más posible si hay curiosidad intelectual, pasión por la lectura y voluntad de disponer del tiempo de otra manera. Y, naturalmente, para ello es preciso poner recursos para que las nuevas generaciones dicha documentación. Aproximadamente así, puede ser que la memoria de Anselmo Lorenzo no se pierda del todo.
____

Albacete 6 y 7 de Marzo de 2008. Jornadas sobre la Memoria histórica.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

IZQUIERDA Y DERECHA EN CATALUÑA

TRIBUNA “El PAIS” JOSÉ LUIS LÓPEZ BULLA

Sobre el fin de un modelo político

IZQUIERDA Y DERECHA EN CATALUÑA

JOSÉ LUIS LÓPEZ BULLA 11/05/1990

El articulista polemiza con Jordi Solé Tura sobre la hipótesis de que Cataluña se encuentre "en el fin de un modelo político". A su juicio, la gran novedad es que, pese a seguir presente el. victimismo, se pasa a ejercer políticas concretas.

__________

Solé Tura reincide en no pocos elementos de juicio que siempre ha expresado de manera tan sincera como clara, y que tantas antipatías le ha creado desde las filas convergentes. Sin embargo, la reincidencia de su análisis, que sigue siendo correcto, no define ya con precisión, creo yo, las novedades emergentes y los contrastes que aparecen en el panorama político catalán.La reincidencia analítica de mi amigo Solé Tura se manifiesta en lo siguiente: Pujol ostentador de toda Cataluña, que expulsa el conflicto hacia Madrid en clave victimista. Creo que la novedad consiste en que "una cosa es predicar y otra es dar trigo", si es que se me permite esta vulgarización política. Con otras palabras, del victimismo, que sigue estando presente, se pasa a ejercer políticas concretas, a decidir con hechos políticos, que ya no tienen la coartada culpabilizadora "hacia Madrid". Aquí está una de las novedades emergentes del quehacer político autonómico. Lo anterior arrastra toda una serie de consecuencias, que son las diversas situaciones de conflicto, que hoy conocemos en Cataluña, que apunta sólo de manera tangencial Jordi Solé Tura. Estos conflictos se refieren a temas tan diferentes como los residuos, las aguas, la enseñanza y la sanidad, por ejemplo. En ellos intervienen amplias masas con mayor o menor radicalidad. Estamos, por lo que se ve, ante conflictos "sectoriales" que estan separados entre sí, y separados también de la política. De la política convencional, se entiende. Son, por lo demás, conflictos "defensistas" y escasamente alternativos, que cuando adquieren naturaleza política pronto se desvanece. Es posible que una parte de la explicación que lo justifique radique, bien en que los sujetos que intervienen en esas movilizaciones no vean a una organización opositora en clave de indistinción con quienes desde Barcelona generan el conflicto, o bien porque no confíen en que otros sujetos opositores sean una alternativa clara con la suficiente capacidad de mediación y de fuerza en tales litigios. Total, que entre unos y otros la casa está sin barrer, y nunca mejor dicho. En resumen, no se trata que la política instrumentalice estos amplios movimientos de protesta; ni que los homologue de manera artificial. Se trataría, tal vez, de que la política ejerza su noble función, su utilidad social; y que ello pueda ser observado por las gentes.

Esta neblina es. la que puede provocar un, me parece a mi, sorprendente final del artículo de Solé Tura cuando afirma que "lo importante es que surjan puntos de referencia sólidos ante la opinión, que aparezcan fuerzas capaces de detener el actual deterioro...". Digo que es sorprendente porque -descartada la naturaleza de un Solé Tura politólogo- no parece que nuestro amigo, un destacado exponente del PSC-PSOE, concrete excesivamente. Claro, la pregunta que sugiere la formulación politológica es la siguiente, ¿quiénes son esos puntos de referencia, qué naturaleza tienen, quienes la componen, qué capacidad unitaria -si es que eso es posible tienen los mencionados referentes? No son interrogantes aviesos, es -simplemente- una necesidad de clarificación ante un final de la exposición soleturiana no suficientemente clarificador. En todo caso algo me parece de gran importancia en las palabras de Jordi Solé Tura: no habla del monopolio de la representación de una sóla fuerza política de izquierdas, ni tampoco de "la centralidad" de tal fuerza política.

Pero, a la luz de las observaciones del articulista, no es posible dejar pasar una oportunidad de tanta enjundia como esa. Mi lógica me dice que si estamos en una fase "donde se puede empezar a hablar ya del fin de una etapa y del comienzo de otra" en la que se necesitan "puntos de referencia" no parece descabellado que esos referentes -o por lo menos, algunos- deben ser políticos, de naturaleza política. Y ello con la voluntad de cambiar las relaciones de poder. En caso contrario, ¿qué se nos anuncia para el comienzo de la nueva etapa?

Rechazo de hipótesis

Como Solé Tura no lo avanza, tampoco tiene por qué, yo me permito rechazar la hipótesis consociativa entre la margen derecha y la margen izquierda. Y la rechazo porque produciría un estupor de enormes proporciones entre no pocos sectores catalanes, que entraría en una fase de desaliento, o de diáspora hacia otras latitudes.

Que la hipótesis consociativa sea rechazable es cosa bien distinta de la voluntad de pacto sobre determinados temas entre el PSC y CiU, que es perfectamente legítimo. Pero ese no es el tema de fondo. Para mi la cuestión central es si existe una voluntad clara, explicita de convertir los puntos de referencia actuales -y los que deban surgir- en sujetos activos capaces de cambiar las relaciones de poder en Cataluña. Sinceramante, esos referentes existen, a saber: las izquierdas políticas catalanas. Esta es la precariedad propositiva de los dirigentes socialistas, y es éste el gran silencio de Solé Tura. Esta ausencia de propuesta limita un mayor peso político de las izquierdas y favorece la recomposición sucesiva de las derechas catalanas.

La propuesta más pragmática sería el gran gesto de las izquierdas catalanas. A saber, el establecimiento de una nueva tensión unitaria en todos los ámbitos capaz de generar unos mínimos puntos programáticos, capaz de provocar una voluntad colectiva de cambio de relaciones de poder en Cataluña. En caso contrario las izquierdas seguirán teniendo una posición subalterna y subsidiaria, incapaz de provocar los puntos de referencia, necesarios y suficientes, que propone Solé Tura. ¿Alguien se imagina un cuaderno programático basado en tres cuestiones la social, la municipal y la parlamentaria el clima que provocaría? Finalmente, nadie debiera plantear que se rompiera cordones umbilicales. Aquí de lo que debiera tratarse es, a mi juicio, buscar una agregación exponencial de nuevas voluntades que rompan ese misticismo del vivo sin vivir en mí, que es escasamente rentable para el pueblo de Cataluña. En suma, pasar de la politología a la política.

José Luis López Bulla es secretario general de Comissió Obrera Nacional de Cataluña.

jueves, 13 de diciembre de 2007

EN LA MUERTE DE JOSEP GUINOVART


CON JOSEP GUINOVART EN AQUEL CHILE DE 1988

Cuando me enteré de que Guinovart había muerto me sentí fatal. Y, de repente, se me vinieron a la memoria dos recuerdos. El primero, las reuniones que la dirección del PSUC hacíamos en su casa en tiempos de la lucha antifranquista, creo recordar en un chalet en Sitges o Castelldefels, con el peligro que le comportaba su hospitalidad. El segundo, el viaje que hicimos a Chile, tres meses antes de que el dictador Pinochet perdiera el referéndum en 1988.

La oposición chilena organizó en el verano de 1988 una serie de actos cívico-políticos contra la dictadura pinochetista bajo el lema “Chile vive”. Su cabeza visible era el pintor catalán exiliado Josep Balmes. Su organizador en España fue Salvador Goya, un dirigente del PSUC, nacido en Chile e hijo de una exiliada catalana. Salvador montó las cosas la mar de bien, y consiguió que un grupo de personas formásemos parte de lo que podríamos llamar una `delegación europea´. Recuerdo, entre otros, a Raimon, Manolo Vázquez Montalbán, Ignasi Riera, Quico Pi de la Serra, los pintores Canogar y Genovés, el filósofo madrileño Carlos Paris y.. el gran pintor catalán Josep Guinovat. Que me dispensen los no citados, los años no pasan en balde y la memoria flaquea. Entre los europeos había gente de mucho fuste. No olvidaré la presencia de la cantante italiana Gigliola Cinquetti: aquella de “no tengo edad, no tengo edad para amarte”.

Acudimos a manifestaciones contra la dictadura y a cuantos actos de protesta se hicieron. Una mañana, a las seis de la madrugada, estábamos convocados para dirigirles la palabra a los trabajadores de la empresa Good Year. Allí estábamos Guinovart, Nani Riera y un servidor; el resto de la delegación hacía otros menesteres similares. Naturalmente acompañábamos a unos cuantos dirigentes de la clandestina Central Única de Trabajadores. Había miles de obreros que sabían de nuestra presencia y nos esperaban en los alrededores de la factoría. El sindicalista chileno Troncoso me dió un altavoz de hojalata y, con voz amistosamente imperativa, me dijo: “Don Pepe Lucho, hábleles usted a los compañeros”. Dicho y hecho. Vinen los `milicos´, nos rodean, Guinovat y Nani protegen a los compañeros chilenos. Un milico me quita el chisme de las manos, mientras el gentío prorrumpe en abucheos y silbidos.

Entonces me entra un berrinche enorme, y le digo al oficial: “¿Sabe usted con quién se está jugando los cuartos? Aquí estamos en representación de la madre patria el Premio Nobel de Pintura, don José Guinovart y este caballero es don Ignasi Riera, Presidente del Parlamento Europeo y yo soy un ciudadano de Mataró”. Guino abre los ojos como platos y Nani Riera añade una breve consideración en el más puro estilo de su alta responsabilidad institucional: “Un par de coones”. Después de una tensa negociación entre Guinovart y el milico conseguimos reanudar el parlamento cuya duración sería sólo dos minutos. Los suficientes para decirles: estamos con vosotros, viva el pueblo trabajador chileno, viva la libertad y todas esas cosas.

Acabado el ajetreo, Troncoso nos introdujo en una tartana asmática y desaparecimos raudos como una centella. Media hora más tarde, ya en barbecho, nos metimos entre pecho y espalda Troncoso, Nani y un servidor unas copitas de pisco; Guinovart bebió un te calentito. Él con su cara leonada fue el único que esa mañana no tuvo retortijones en la barriga.

martes, 11 de diciembre de 2007

HOMENAJE A ERNEST LLUCH. Los pactos de la Moncloa, hoy

1.-- Yo viví intensamente aquel periodo desde mis responsabilidades en la dirección de Comisiones Obreras de Catalunya y de España. Fue una época apasionante para nosotros, sindicalistas, que simultáneamente tuvimos que organizar en breve tiempo cosas tan relevantes como: la estructuración de un sindicato, la negociación colectiva, la participación en las elecciones sindicales en los centros de trabajo y atender el incipiente y duro proceso de reestructuración de los aparatos productivos. Lo hicimos una generación que, incluso el más viejo del lugar, nunca ejerció tareas de dirección en un sindicato democrático. En medio de ese torbellino de simultaneidades aparecieron los Pactos de la Moncloa*.

Debo decir que me encontré ante un panorama harto complejo. La única organización social que defendió el acuerdo fue Comisiones Obreras; Ugt se movió en una toponomástica que la distanciaba un tanto del Psoe, al tiempo que se alejaba de nosotros, tal vez intentando obtener el predicamento de ciertos sectores radicales que vieron de manera inamistosa la opción que tomó el grupo dirigente de mi sindicato. Me excuso si recuerdo un dato: los sindicatos no fuimos llamados a esta concertación que tuvo un protagonismo exclusivo en los partidos políticos.

Comisiones Obreras estuvo diversamente de acuerdo con los Pactos de la Moncloa. Desde la exaltación hagiográfica más exagerada hasta una sobria aceptación mayoritaria, pasando por la oposición frontal de algunos sectores críticos.

En cualquier caso, fui de la opinión (que mantengo hoy con la tranquilidad del tiempo pasado) de que dicha operación tenía las siguientes ventajas: 1) salir al paso de la galopante inflación que sufríamos a mediados de 1977, superior al 30 por ciento; 2) el peligro de una concatenación de devaluaciones de la peseta; 3) y, en general, el atasco que nos había dejado el tardofranquismo en la economía. Un sindicato general no podía ser indiferente a tan importante acuerdo. Un movimiento de trabajadores que había adquirido determinado predicamento contra el franquismo –y ahora convertido en sindicato— no podía no valorar como necesario y positivo el acuerdo de la Moncloa. En ese sentido, vale la pena recordar hasta qué punto Marcelino Camacho se batió el cobre. Es posible que su enorme influencia fuera decisiva a la hora de explicarnos la valoración positiva de tales Pactos.

Antes de acabar este primer apartado me interesa señalar algo no irrelevante: los sujetos sociales y los operadores económicos que, en aquellas primeras andanzas, negociaban siguen hoy ejercitando sus funciones, mientras que los sujetos políticos que, antaño fueron maestros en el consenso, no paran desde hace excesivo tiempo de tirarse los platos a la más mínima.

2.-- Cuando el profesor Anton Costas me propuso que yo interviniera en este acto de homenaje a Ernest Lluch –cosa que le agradezco muy de veras-- me dijo que, entre otras intenciones, este encuentro de hoy se proponía estudiar, si no le entendí mal, la posibilidad de reeditar, salvando todas las distancias, aquella experiencia de finales de 1977. Le prometí pensar las cosas a fondo, y eso –me parece— es lo que he hecho. Ahora bien, dar una respuesta, aproximadamente razonable, implica ver algunos de los cambios (al menos los más llamativos) que se han producido a lo largo de estos últimos treinta años.

En mi opinión no es demasiado exagerado hablar de la irrupción de grandes cambios y transformaciones en todos los órdenes, especialmente en aquello que más directamente se relaciona con los Pactos de la Moncloa. De un lado, una potente reestructuración de los aparatos productivos y de los sectores terciarios; de otro lado, la emergencia y consolidación de los (en aquellos tiempos) procesos de globalización y sus repercusiones en nuestro país. Simplificando ejemplarmente las cosas, diré que el sistema fordista es ya pura herrumbre, y que se han ensanchado las tutelas y sujetos del welfare. Es más, la flexibilidad que en aquellos entonces era una contingencia que aparecía de higos a brevas ha pasado a ser, en la actualidad, un instrumento que opera fisiológicamente. Naturalmente, no es irrelevante que la naturaleza estrictamente `nacional´ de los Pactos de la Moncloa poco tiene que ver ya con la adscripción de España al patio de vecinos europeo.

En esas condiciones, es claro que hay una relación aproximada entre ayer y hoy, a saber, la necesidad de negociar. Pero, comoquiera que esta necesidad va más allá de toda contingencia, es claro que el carácter de los Pactos de la Moncloa tiene, en estos tiempos presentes, poca virtualidad. Primero, por algo que anteriormente se ha dicho: aquel acuerdo tuvo una matriz `nacional´, y en la actualidad no pocas de algunas cuestiones que se negociaron se corresponden con materias que se han trasladado a la Unión Europea. Segundo, porque el carácter `estático´ de aquel acuerdo se da de bruces con el mundo extraordinariamente cambiante y profundamente interferido por los acontecimientos trasnacionales de mayor o menor importancia. Y, sobre todo, porque el nuevo paradigma postfordista reclama otras técnicas contractuales y otra forma de negociar, incluida la forma-convenio colectivo.

Yo no creo que sea útil la vieja manera de negociar de los antiguos tiempos de doña Cadena de Producción, cuya influencia fue enorme incluso en los sectores donde aquella no pinchaba ni cortaba. Yo apuesto, desde hace tiempo, por una contractualidad itinerante. También y especialmente en las grandes materias que, anteriormente reservadas a los partidos políticos en los Pactos de la Moncloa, hace tiempo que se abordan en las negociaciones interconfederales y tripartitas (esto es, con el Gobierno), apareciendo los grupos parlamentarios como legisladores subalternos y aquellos como legisladores implícitos. Este es, por ejemplo, el carácter de las llamadas reformas laborales que se vienen haciendo en España desde mediados de los noventa y, como dato más reciente, el protocolo welfare firmado por los sindicatos italianos y el Gobierno Prodi.

Como he dicho, el signo de los tiempos apunta a una contractualidad itinerante. Lo que, por supuesto, implicaría mecanismos de verificación permanentes de la marcha de lo que se ha negociado. Por otra parte, soy de la opinión que las llamadas reformas laborales que hemos conocido han entrado ya en un agotamiento definitivo. La razón de ello es la siguiente: estas llamadas reformas dan por supuesto que, por ejemplo, el mercado de trabajo es una variable independiente de los procesos de innovación tecnológica; esas llamadas reformas, por ejemplo, en materias de welfare, se contemplan también como variables independientes de la innovación tecnológica. En pobres palabras, esa naturaleza es la que provoca el agotamiento de los contenidos de las llamadas reformas laborales. Más todavía, no acierto a ver a todo esos paquetes negociales qué vínculos y compatibilidades tienen entre sí, ni alcanzo a ver qué prioridades existen en los contenidos concretos de esos procesos negociales.

Tengo para mí que, así las cosas, es necesario que el tema central de la contractualidad itinerante debería ser la innovación tecnológica, esto es, un pacto social por la innovación tecnológica. Capaz de establecer prioridades, vínculos y compatibilidades entre sí y con un proyecto relacionado con el Estado de bienestar en su sentido más amplio. Lo que se hace más urgente, toda vez que se está instalando una serie de tutelas sin orden ni concierto que son más propias de un welfare caritas, así en Madrid como en Catalunya, que de un moderno Estado de bienestar incluyente y no clientelar.

En todo caso, me parece que es necesario un pre-requisito para pasar a ese nuevo sistema: la completa desfordización de la cultura de los agentes sociales y de los responsables políticos. Cosa que me parece más que evidente en los comportamientos contractuales, tal como se empeñan en demostrar las cláusulas negociales de, por ejemplo, la grandísima mayoría de las negociaciones colectivas y de las llamadas reformas laborales.

3.-- Aunque profundamente interferidas las prácticas contractuales por los poderes que los Estados nacionales han trasladado a la Unión Europea, todavía hay no poco espacio para negociar. Ocurre, sin embargo, que –por ejemplo, en lo atinente a políticas de welfare-- cada Estado nación, de un lado, y cada agente social, por otro lado, elaboran y exigen unas políticas benestaristas que no tienen relación entre unos estados y otros y entre unas organizaciones sociales y otras, y ni siquiera todos esos conglomerados tienen relación con un proyecto común, que no existe. Lo que complica enormemente la construcción de una Europa tangible. De donde saco una primera (y provisional) conclusión, también las rutinas tienen una gran responsabilidad en los procesos que se orientan en dirección inversa a la construcción europea.

4.-- En fin, como conclusión: no me parece que el actual paradigma postfordista sea el más apropiado para re-editar la experiencia de los Pactos de la Moncloa, exitosa en su época, pero ya un tanto fuera de tiempo. Nuestro tiempo es:

El uso flexible de las nuevas tecnologías, el cambio que provocan en las relaciones entre producción y mercado, la frecuencia de la tasa de innovación y el rápido envejecimiento de las tecnologías y las destrezas, la necesidad de compensarlas con la innovación y el conocimiento, la responsabilización del trabajo ejecutante como garante de la calidad de los resultados… harán efectivamente del trabajo (al menos en las actividades más innovadas) el primer factor de competitividad de la empresa. Son unos elementos que confirman el ocaso del concepto mismo de “trabajo abstracto”, sin calidad, --como denunciaba Marx, pero que fue el parámetro del fordismo-- y hacen del trabajo concreto (el trabajo pensado), que es el de la persona que trabaja, el punto de referencia de una nueva división del trabajo y de una nueva organización de la propia empresa. Esta es la tendencia cada vez más influyente que, de alguna manera, unifica dadas las nuevas necesidades de seguridad que reclaman las transformaciones en curso) un mundo del trabajo que está cada vez más desarticulado en sus formas contractuales e incluso en sus culturas; un mundo del trabajo que, cada vez más, vive un proceso de contagio entre los vínculos de un trabajo subordinado y los espacios de libertad de un trabajo con autonomía.

En estas condiciones la reedición formal de los Pactos de la Moncloa no tendría utilidad alguna.

* Facultad de Económicas de la UB con Álvaro Espina y Antón Costas.