jueves, 27 de septiembre de 2007

¿QUÉ HACEMOS CON Y POR EL PUEBLO DE BIRMANIA?

Las noticias que nos llegan de Rangún y de otras ciudades birmanas nos dejan el cuerpo helado. La máquina de la represión armada de la dictadura se ha puesto en marcha tras varios días de manifestaciones pacíficas, encabezadas por los monjes budistas. La dictadura se pasa por la cruz de sus bélicos calzoncillos la exigencia de medio mundo y se ríe a mandíbula batiente de las amenazas de sanciones comerciales. La corrupta junta militar sabe que tiene una posición privilegiada en el tablero geoestratégico de la región y del conjunto de países que se interesan por los recursos económicos de Birmania. Por ejemplo, China y la India: de un lado Pekin, que está detrás de la explotación del gas natural; de otro lado, Nueva Delhi que se llevan los tejemanejes de la exportación de armas. El pueblo birmano sufre una represión despiadada desde hace muchos años. Ahora se ha echado a la calle nuevamente en protesta por el aumento indiscriminado de los precios de los carburantes. Viejos amigos birmanos me cuentan que tales incrementos afectan dramáticamente a una población –sobre chispa más o menos, unos 2,5 millones de personas— que se desplazan diariamente; más todavía, me explican, el 90 por ciento del salario lo dedican a la comida. Y rematan: la inflación supera el 20 por ciento y la renta per capita es de 225 dólares anuales. Todo ello en un país –el 90 por ciento de su población vive en una pobreza extrema—que fue considerado como rico, dado sus potentes fuentes naturales: las piedras preciosas, el gas natural, las piedras preciosas... Un país con hambre, y que sufre una violenta represión armada, el trabajo esclavo y una fortísima violencia sexual como arma de disuasión militar y política. El emblema más público es Aung San Suu Kyi, premio Nobel por la Paz que lleva muchos años en arresto domiciliario, también están arrestados los líderes del Movimiento 88, a pesar de las protestas internacionales. A todo ello –me informa TKJ, líder opositor, vía correo electrónico— que la Junta Militar está preparando un proyecto de Constitución que pretende reforzar y perpetuar el poder militar, excluyendo a los partidos políticos y todas las fuerzas democráticas. En fin, lo de siempre. ¿Los chinos? Pero, alma de cántaro, los chinos no están interesados en que cambie nada bajo la capa del sol birmano. Porque a tal señor, tal honor. De ahí que vetaran la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, como era previsible. ¿Acaso se ha olvidado la postura de los dirigentes chinos en apoyo entusiástico, junto a los norteamericanos, cuando lo de Pol Pot, a quien mantuvieron en la ONU, incluso hasta cinco años después de ser derrocado el horrible camboyano? Los chinos no dirán ni pío, ni siquiera cuando la situación sea insostenible. En cambio podría ser que las potencias puedan decir algo cuando la situación sea insostenible. Y para que ello sea así se precisan dos elementos: 1) que arrecie la movilización popular birmana, 2) con un apoyo explícito, masivo, de la opinión pública mundial. La primera condición podría entrar en una nueva fase tras los asesinatos de varios monjes budistas que no pararán de salir a la calle; la segunda todavía no se está dando en grado suficiente, basta ver que los que se movilizan son los birmanos que están en el exterior. Pues bien, la situación birmana me brinda la oportunidad de volver a leer el libro que recomendaba días pasados, “Esportare la libertà”, de Luciano Canfora a la espera de que alguien convoque algo con cara y ojos de solidaridad con los amigos birmanos y contra esas fieras corrupias de la Junta Militar y sus compadres.