martes, 11 de diciembre de 2007

HOMENAJE A ERNEST LLUCH. Los pactos de la Moncloa, hoy

1.-- Yo viví intensamente aquel periodo desde mis responsabilidades en la dirección de Comisiones Obreras de Catalunya y de España. Fue una época apasionante para nosotros, sindicalistas, que simultáneamente tuvimos que organizar en breve tiempo cosas tan relevantes como: la estructuración de un sindicato, la negociación colectiva, la participación en las elecciones sindicales en los centros de trabajo y atender el incipiente y duro proceso de reestructuración de los aparatos productivos. Lo hicimos una generación que, incluso el más viejo del lugar, nunca ejerció tareas de dirección en un sindicato democrático. En medio de ese torbellino de simultaneidades aparecieron los Pactos de la Moncloa*.

Debo decir que me encontré ante un panorama harto complejo. La única organización social que defendió el acuerdo fue Comisiones Obreras; Ugt se movió en una toponomástica que la distanciaba un tanto del Psoe, al tiempo que se alejaba de nosotros, tal vez intentando obtener el predicamento de ciertos sectores radicales que vieron de manera inamistosa la opción que tomó el grupo dirigente de mi sindicato. Me excuso si recuerdo un dato: los sindicatos no fuimos llamados a esta concertación que tuvo un protagonismo exclusivo en los partidos políticos.

Comisiones Obreras estuvo diversamente de acuerdo con los Pactos de la Moncloa. Desde la exaltación hagiográfica más exagerada hasta una sobria aceptación mayoritaria, pasando por la oposición frontal de algunos sectores críticos.

En cualquier caso, fui de la opinión (que mantengo hoy con la tranquilidad del tiempo pasado) de que dicha operación tenía las siguientes ventajas: 1) salir al paso de la galopante inflación que sufríamos a mediados de 1977, superior al 30 por ciento; 2) el peligro de una concatenación de devaluaciones de la peseta; 3) y, en general, el atasco que nos había dejado el tardofranquismo en la economía. Un sindicato general no podía ser indiferente a tan importante acuerdo. Un movimiento de trabajadores que había adquirido determinado predicamento contra el franquismo –y ahora convertido en sindicato— no podía no valorar como necesario y positivo el acuerdo de la Moncloa. En ese sentido, vale la pena recordar hasta qué punto Marcelino Camacho se batió el cobre. Es posible que su enorme influencia fuera decisiva a la hora de explicarnos la valoración positiva de tales Pactos.

Antes de acabar este primer apartado me interesa señalar algo no irrelevante: los sujetos sociales y los operadores económicos que, en aquellas primeras andanzas, negociaban siguen hoy ejercitando sus funciones, mientras que los sujetos políticos que, antaño fueron maestros en el consenso, no paran desde hace excesivo tiempo de tirarse los platos a la más mínima.

2.-- Cuando el profesor Anton Costas me propuso que yo interviniera en este acto de homenaje a Ernest Lluch –cosa que le agradezco muy de veras-- me dijo que, entre otras intenciones, este encuentro de hoy se proponía estudiar, si no le entendí mal, la posibilidad de reeditar, salvando todas las distancias, aquella experiencia de finales de 1977. Le prometí pensar las cosas a fondo, y eso –me parece— es lo que he hecho. Ahora bien, dar una respuesta, aproximadamente razonable, implica ver algunos de los cambios (al menos los más llamativos) que se han producido a lo largo de estos últimos treinta años.

En mi opinión no es demasiado exagerado hablar de la irrupción de grandes cambios y transformaciones en todos los órdenes, especialmente en aquello que más directamente se relaciona con los Pactos de la Moncloa. De un lado, una potente reestructuración de los aparatos productivos y de los sectores terciarios; de otro lado, la emergencia y consolidación de los (en aquellos tiempos) procesos de globalización y sus repercusiones en nuestro país. Simplificando ejemplarmente las cosas, diré que el sistema fordista es ya pura herrumbre, y que se han ensanchado las tutelas y sujetos del welfare. Es más, la flexibilidad que en aquellos entonces era una contingencia que aparecía de higos a brevas ha pasado a ser, en la actualidad, un instrumento que opera fisiológicamente. Naturalmente, no es irrelevante que la naturaleza estrictamente `nacional´ de los Pactos de la Moncloa poco tiene que ver ya con la adscripción de España al patio de vecinos europeo.

En esas condiciones, es claro que hay una relación aproximada entre ayer y hoy, a saber, la necesidad de negociar. Pero, comoquiera que esta necesidad va más allá de toda contingencia, es claro que el carácter de los Pactos de la Moncloa tiene, en estos tiempos presentes, poca virtualidad. Primero, por algo que anteriormente se ha dicho: aquel acuerdo tuvo una matriz `nacional´, y en la actualidad no pocas de algunas cuestiones que se negociaron se corresponden con materias que se han trasladado a la Unión Europea. Segundo, porque el carácter `estático´ de aquel acuerdo se da de bruces con el mundo extraordinariamente cambiante y profundamente interferido por los acontecimientos trasnacionales de mayor o menor importancia. Y, sobre todo, porque el nuevo paradigma postfordista reclama otras técnicas contractuales y otra forma de negociar, incluida la forma-convenio colectivo.

Yo no creo que sea útil la vieja manera de negociar de los antiguos tiempos de doña Cadena de Producción, cuya influencia fue enorme incluso en los sectores donde aquella no pinchaba ni cortaba. Yo apuesto, desde hace tiempo, por una contractualidad itinerante. También y especialmente en las grandes materias que, anteriormente reservadas a los partidos políticos en los Pactos de la Moncloa, hace tiempo que se abordan en las negociaciones interconfederales y tripartitas (esto es, con el Gobierno), apareciendo los grupos parlamentarios como legisladores subalternos y aquellos como legisladores implícitos. Este es, por ejemplo, el carácter de las llamadas reformas laborales que se vienen haciendo en España desde mediados de los noventa y, como dato más reciente, el protocolo welfare firmado por los sindicatos italianos y el Gobierno Prodi.

Como he dicho, el signo de los tiempos apunta a una contractualidad itinerante. Lo que, por supuesto, implicaría mecanismos de verificación permanentes de la marcha de lo que se ha negociado. Por otra parte, soy de la opinión que las llamadas reformas laborales que hemos conocido han entrado ya en un agotamiento definitivo. La razón de ello es la siguiente: estas llamadas reformas dan por supuesto que, por ejemplo, el mercado de trabajo es una variable independiente de los procesos de innovación tecnológica; esas llamadas reformas, por ejemplo, en materias de welfare, se contemplan también como variables independientes de la innovación tecnológica. En pobres palabras, esa naturaleza es la que provoca el agotamiento de los contenidos de las llamadas reformas laborales. Más todavía, no acierto a ver a todo esos paquetes negociales qué vínculos y compatibilidades tienen entre sí, ni alcanzo a ver qué prioridades existen en los contenidos concretos de esos procesos negociales.

Tengo para mí que, así las cosas, es necesario que el tema central de la contractualidad itinerante debería ser la innovación tecnológica, esto es, un pacto social por la innovación tecnológica. Capaz de establecer prioridades, vínculos y compatibilidades entre sí y con un proyecto relacionado con el Estado de bienestar en su sentido más amplio. Lo que se hace más urgente, toda vez que se está instalando una serie de tutelas sin orden ni concierto que son más propias de un welfare caritas, así en Madrid como en Catalunya, que de un moderno Estado de bienestar incluyente y no clientelar.

En todo caso, me parece que es necesario un pre-requisito para pasar a ese nuevo sistema: la completa desfordización de la cultura de los agentes sociales y de los responsables políticos. Cosa que me parece más que evidente en los comportamientos contractuales, tal como se empeñan en demostrar las cláusulas negociales de, por ejemplo, la grandísima mayoría de las negociaciones colectivas y de las llamadas reformas laborales.

3.-- Aunque profundamente interferidas las prácticas contractuales por los poderes que los Estados nacionales han trasladado a la Unión Europea, todavía hay no poco espacio para negociar. Ocurre, sin embargo, que –por ejemplo, en lo atinente a políticas de welfare-- cada Estado nación, de un lado, y cada agente social, por otro lado, elaboran y exigen unas políticas benestaristas que no tienen relación entre unos estados y otros y entre unas organizaciones sociales y otras, y ni siquiera todos esos conglomerados tienen relación con un proyecto común, que no existe. Lo que complica enormemente la construcción de una Europa tangible. De donde saco una primera (y provisional) conclusión, también las rutinas tienen una gran responsabilidad en los procesos que se orientan en dirección inversa a la construcción europea.

4.-- En fin, como conclusión: no me parece que el actual paradigma postfordista sea el más apropiado para re-editar la experiencia de los Pactos de la Moncloa, exitosa en su época, pero ya un tanto fuera de tiempo. Nuestro tiempo es:

El uso flexible de las nuevas tecnologías, el cambio que provocan en las relaciones entre producción y mercado, la frecuencia de la tasa de innovación y el rápido envejecimiento de las tecnologías y las destrezas, la necesidad de compensarlas con la innovación y el conocimiento, la responsabilización del trabajo ejecutante como garante de la calidad de los resultados… harán efectivamente del trabajo (al menos en las actividades más innovadas) el primer factor de competitividad de la empresa. Son unos elementos que confirman el ocaso del concepto mismo de “trabajo abstracto”, sin calidad, --como denunciaba Marx, pero que fue el parámetro del fordismo-- y hacen del trabajo concreto (el trabajo pensado), que es el de la persona que trabaja, el punto de referencia de una nueva división del trabajo y de una nueva organización de la propia empresa. Esta es la tendencia cada vez más influyente que, de alguna manera, unifica dadas las nuevas necesidades de seguridad que reclaman las transformaciones en curso) un mundo del trabajo que está cada vez más desarticulado en sus formas contractuales e incluso en sus culturas; un mundo del trabajo que, cada vez más, vive un proceso de contagio entre los vínculos de un trabajo subordinado y los espacios de libertad de un trabajo con autonomía.

En estas condiciones la reedición formal de los Pactos de la Moncloa no tendría utilidad alguna.

* Facultad de Económicas de la UB con Álvaro Espina y Antón Costas.