10 DE junio DE 2009
Ángel Rozas, uno de los grandes padres fundadores de Comisiones Obreras, ha muerto en Barcelona hoy por la tarde. No hace falta que diga que nuestro hombre era la persona más respetada y querida de la familia comisionera catalana.No me es fácil hablar de Ángel y menos ahora impresionado por el desenlace. Digo que no me es fácil porque odiaba los elogios, que le ponían de mal humor. Lo conozco desde hace cuarenta y cinco años, prácticamente toda una vida. La de una persona que dedicó todos sus esfuerzos, desde su militancia en el comunismo de los sueños (y no en el de las pesadillas) y la acción sindical, a la defensa de los intereses de los trabajadores. Una activísima militancia que le costó un Consejo de Guerra y largos años de prisión en la cárcel de Burgos, varias condenas del Tribunal de Orden Público y nuevas detenciones; finalmente, el exilio: en París era uno de los representantes de Comisiones Obreras en la célebre Delegación exterior (DECO).Era un hombre templado, de una refinada sabiduría, afectuoso con la gente, profundamente unitario con todas las corrientes de expresión del sindicalismo de Comisiones Obreras. Lo que no impedía que, en momentos de gran trascendencia, pegara un puñetazo encima de la mesa y poner orden, calma y compostura.Igual prestigio tenía en el sindicalismo europeo. Yo he sido testigo de la admiración que le tenían dirigentes como Luciano Lama, Bruno Trentin y Georges Séguy. Pero, sin duda, lo que más apreciaba fue el afecto que le tenían los jóvenes de Comisiones Obreras de Catalunya. La escuela de formación de estos nuevos sindicalistas lleva su nombre.Me es, como he dicho antes, muy difícil hablar de nuestro Ángel. Él y su compañera, Carmen Jiménez Tonietti, me trataron como un hijo. Carmen fue una de las mujeres que, a lo largo del franquismo, visitaba cada mes a los presos llevándoles paquetes de comida y el apoyo moral.Ángel Rozas, persona modesta, sólo exhibía un fiero orgullo en solemnes ocasiones: “A mí no me persiguió el fascismo; fui yo quien le persiguió a él”. Que dejaba atónito a más de uno. Querida familia, os dejo con nuestro hombre: Angel Rozas, Maestro de sindicalistas, aquí podemos seguir aprendiendo cómo se las gastaba nuestro amigo.
Mi intervención en la despedida de Ángel Rozas en el Salón de Actos de CC.OO. de Catalunya. Barcelona, 4 de Junio de 2010.
Mi intervención en la despedida de Ángel Rozas en el Salón de Actos de CC.OO. de Catalunya. Barcelona, 4 de Junio de 2010.
José Luís López Bulla
El filósofo inglés George Edward Moore afirmó: “antes de construir grandes sistemas, asegurémonos de qué están hechos los ladrillos”. No consta en lugar alguno que la generación fundadora de Comisiones Obreras, en los primeros andares de aquello, conocieran dicha cita. Pero, sin lugar a dudas, Ángel Rozas, Cipriano García, Josep Cervera, Luís Romero, Ángel Abad, Martí Bernasach, Agustí Prats, Tito Márquez y otros muchos sabían que lo que estaban poniendo en marcha eran buenos materiales, que los ladrillos de aquella arquitectura eran sólidos. Dígase con naturalidad, sin altanería: tal vez Comisiones fue la construcción sociopolítica más original en aquellos tiempos del antifranquismo. Obra de aquella generación de la que Luís Cernuda, poeta muy estimado por Ángel, hubiera podido decir que como “testigos irrefutables de toda la nobleza humana no fuisteis uno. Fuisteis muchos”.Aquellos materiales resistentes eran la construcción de un nuevo movimiento sindical, las libertades democráticas, la defensa y promoción de los derechos de los trabajadores y sus familias. A esa gigantesca tarea –que ellos lo hicieron con naturalidad, sin aspavientos— dedicó nuestro Ángel Rozas prácticamente toda su vida. Cosa que hizo desde el sindicalismo y desde el comunismo de los sueños, no el de las pesadillas, según dijo nuestro Manuel Vázquez Montalbán del amigo inseparable de Ángel, Cipriano García.Ángel fue uno de esos autodidactas que tanto han distinguido al movimiento sindical catalán. Él mismo acostumbraba a decir que “había aprendido a leer a la luz del farol de la esquina”, y no era ciertamente una metáfora. Fue un hombre sabio, forjado en la universidad de la fábrica, la calle y la prisión: un considerable almacén de saberes empíricos, que distinguían a nuestro prestigioso amigo y compañero. Posiblemente la persona más querida de nuestro sindicato.Igual prestigio tenía en el sindicalismo europeo. Yo he sido testigo de la admiración que le tenían dirigentes como Luciano Lama, Bruno Trentin y Georges Séguy. Pero, sin duda, lo que más apreciaba fue el afecto que le tenían los jóvenes de Comisiones Obreras de Catalunya. La escuela de formación de estos nuevos sindicalistas lleva su nombre.Me es difícil, como he dicho antes, hablar de nuestro Ángel. Él y su compañera, Carmen Jiménez Tonietti, me trataron como un hijo. Carmen fue una de las mujeres que, a lo largo del franquismo, visitaba cada mes a los presos llevándoles paquetes de comida y el apoyo moral. A ella va también mi emocionado recuerdo. Parece que les estoy viendo en aquel lejano 11 de septiembre de 1967 en el caos de aquella manifestación, de bracete los dos, zarandeados por la policía. Todos los detenidos fueron trabajadores. La mesocracia, temerosa, no pasó del entresuelo; hoy, no pocos de ellos, se disfrazan de septiembre para no infundir las sospechas de su larga siesta bajo el franquismo.Queridos amigos y queridas amigas, después de Ángel Rozas, ¿qué? Muy fácil, los materiales –ciertamente renovados-- que hicieron posible la construcción del sistema-Comisiones Obreras: este es el mejor homenaje a nuestro compañero, que fue simultáneamente serio y guasón, paciente e inquieto. Y, como diría Thomas Mann: un hombre de gran formato.