viernes, 3 de noviembre de 2006

EL CONGRESO DE VIENA

El nacimiento de la Central sindical mundial, surgido del Congreso de Viena, es de gran importancia. La novedad es la existencia de una organización pluralista y unitaria en todo el planeta. Esto es, las sensibilidades culturales más relevantes del movimiento de los trabajadores están, en una u otra medida, representadas en el nuevo sujeto mundial, tras la fusión de las dos grandes internacionales: la Ciols y la Cmt. Podemos decir, por tanto, que han desaparecido las razones que –a todas luces, desacertadamente-- provocaron la ruptura de la unidad sindical mundial en puertas de la Guerra fría.


Estos, como es bien sabido, son tiempos de una globalización interdependiente que no tiene vuelta atrás. Como, de igual modo, no tiene vuelta atrás el gran proceso de innovación-reestructuración de los aparatos productivos y del conjunto de la economía: aquí es donde está, a mi juicio, la madre del cordero. De ahí que la ausencia de un sujeto global en el terreno sindical fuera una anomalía. En principio el movimiento organizado de los trabajadores ha salido, al menos formalmente, de dicha anomalía. A partir de ahora empezaremos a ver los resultados prácticos que se derivan de este hecho fundante.


Pero, atención, es obvio que --junto a la alegría-- debamos tener una buena dosis de paciencia. Los resultados concretos del sindicato mundial no se verán de la noche a la mañana. Cosa normal. Y, aunque parezca paradójico, los grandes problemas no vendrán de lo que acaba de nacer. Puede que vengan de la personalidad histórica de los sindicatos de los Estados nacionales: no se cambia en un abrir y cerrar de ojos los usos y costumbres “nacionalistas” que les han caracterizado a lo largo del Siglo XX. Como muestra tenemos el botón de la Confederación europea de sindicatos. A pesar de los esfuerzos de esta organización, poca cosa pudo cambiar de la personalidad de los sindicatos europeos. Así pues, que nadie exija al nuevo sujeto más de lo que exigiera a la CES. En resumidas cuentas, lo que importará más será la capacidad de autoglobalización de los sindicatos de los Estados nacionales: de su proyecto y de sus instrumentos organizativos.


Lo que sí importa es la orientación del nuevo sindicato. Hay que decir que los documentos programáticos tienen un verdadero carácter global. En ese sentido, sería pertinente que los sindicatos nacionales dieran a conocer, mediante actos y conferencias, dichos documentos a los conjuntos asalariados de cada país. No es sólo un obligado acto de debida información; es, sobre todo, la puesta en marcha de un proceso que sea capaz de proponer la pertenencia de, como mínimo, sus afiliados a un proyecto común, global. Es decir, el establecimiento de unos vínculos (también emocionales) entre, por ejemplo, la gente de Mataró con la de Seul, Buenos Aires o Boston.


El nuevo sindicato tendrá muchos problemas. Pero hasta la presente, la falta de ese sujeto representaba que los trabajadores tenían más problemas. Digo que tendrá muchos problemas porque es francamente complicado combinar y compatibilizar las tan variadas realidades. Pero, como queda dicho, antes de la fundación del sindicato mundial todo era un gigantesco problema. Ahora lo sigue siendo, pero es menos grande. Enhorabuena.


Una última consideración: se ha dicho en no pocas ocasiones que una de las claves de la veloz y amplia extensión del sistema taylorista fue la `alianza’ que el celebérrimo ingeniero norteamericano estableciera con las universidades y el mundo de la ciencia, la técnica y las humanidades. Tomen nota de ello los sindicalistas y, sobre chispa más o menos, hagan la conveniente y talentosa extrapolación. A don Federico Taylor le salió de maravilla. ¿Por qué no intentan los dirigentes sindicales algo parecido?

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p/s. Me parece muy conveniente la propuesta de José María Fidalgo en el Congreso: la acción mundial contra la explotación del trabajo juvenil.