miércoles, 14 de marzo de 2007

JOHN GRAY Y LA LEGALIZACIÓN DE LA TORTURA

Hace unos tres años que compré el libro de John Gray Contra el progreso y otras ilusiones, publicado por Paidós. No recuerdo muy bien porqué pero el caso es que, a pesar de que estaba en su lista de espera, iba retrasando su lectura. Lo lamento francamente. Porque con mucho retraso me he enterado de algunas cosas muy relevantes, tras haberme decidido a hincarle la muela al libro. El capítulo 15 se llama Una propuesta modesta en torno a la tortura. Y, comoquiera que iba en tren –interferido por los múltiples ruidos de los aparatejos que se ponen las personas, de toda edad y condición, en las orejas para oír siempre las mismas músicas-- no acababa de leer adecuadamente el texto del profesor Gray. Sólo entendía lo siguiente: el profesor estadounidense Alan Dershowitz –a quien Gray califica como “el más célebre defensor de las libertades civiles en aquel país”-- ha abierto un nuevo debate sobre la tortura, y que “la fuerza de sus argumentos promete transformar las instituciones liberales de todo el mundo”. Leamos, pues, lo que dice el norteamericano. El norteamericano afirma: hay que legalizar la tortura. Lo leo varias veces: no hay confusión, no padezco de paralexia. Me pregunto, mientras observo que un cincuentón pone los pies encima del asiento delantero, qué relación puede tener la legalización de la tortura con la afirmación de Gray de que estamos ante el más célebre defensor de las libertades civiles en América del Norte. Pero, antes de seguir la lectura, interpelo con malafollá granaína al cincuentón: “Caballero, ¿acaso estamos en su residencia?”, y le señalo su descompostura. El hombre baja los pies y pone cara de pocos amigos. Sigo leyendo a la espera de cómo le ajusta las cuentas Gray al profesor norteamericano. Vana ilusión: Gray se deshace en elogios, arremetiendo contra la moral de los que están en contra de la tortura y de su consiguiente legalización. ¿Será el humor inglés?, me pregunto. Ni hablar del peluquín. Gray sigue los pasos de este Dershowitz y lo pone en los altares. ¿Estoy leyendo bien o me distraen los ruidos y la breve relación con el caballero que ya no ha vuelto a poner los pies encima del asiento, aunque a lo lejos hay una cuarentona que sí los ha puesto, una vez que ha pasado el revisor? No hay confusión posible, Gray sigue en lo mismo. Y, no contento, organiza la traca final. Sobre chispa más o menos, dice lo siguiente: la tortura debería ser autorizada mediante orden judicial; los torturadores deberían ser gente experta, y deberían estar acompañados por un equipo de médicos y el correspondiente personal sanitario; comoquiera que eso traería repercusiones sicológicas (con pesadillas y otros trastornos), el Estado pondría a disposición de los torturadores unos equipos de psiquiatras. Más todavía, para que la actividad torturante tuviera prestigio, debería dársele el correspondiente prestigio social. Más todavía, no circunscribe sólo esta propuesta a los Estados Unidos, sino a todo el mundo. No puede ser, me digo. No estoy bien centrado en la lectura. Y me pregunto que dónde está el gato. Lo releo. No se trata de humor inglés. Sic et simpliciter es lo que dice don John Gray. Quien, no contento con lo ha dicho se descuelga así: Para que esto se ponga en marcha es preciso modernizar el Derecho. (Lo único que hago yo es añadir un subrayado por si el lector no ha caído en la cuenta) De donde infiero que esta palabra-contenedor (modernizar) está siendo utilizada, como he dicho en otras ocasiones, para freír una corbata o planchar un huevo. Llego a casa, y para que se me pase la raspa de bacalao que tengo en la garganta, me tomo una cervecita. Nota final: oigo las noticias. Al amigo Jon Sobrino lo quita de en medio ese señor que lleva bata blanca y zapatos de charol que responde al nombre de don Benito Dieciséis, con domicilio habitual en el Estado Vaticano. Otro traquito de cerveza. De momento se me ocurre una modesta prueba de solidaridad con Jon Sobrino. Busco si tiene un blog para ponerlo en mis conexiones, no lo encuentro. Vale, pongo en mi link dos nuevos: el de Leonardo Boff y el del pastor protestante barcelones Ignacio Simal.