En el boletín cotidiano de Comfia del día de hoy se anuncia que por fin se ha firmado el Convenio de Oficinas y Despachos de Salamanca. Para mayor abundamiento se nos remite a Leer más. Cosa que naturalmente nos disponemos a hacer, y tras su detenida lectura entramos en las siguientes consideraciones.
Lo primero es lo primero: el sindicalismo salmantino ha hecho los deberes después de meses de resistencias empresariales. Mis felicitaciones van por adelantado. Y, una vez dicho lo anterior, entremos sin protocolo alguno en lo que me parece del mayor interés: ¿tiene sentido que cada provincia española negocie su propio convenio de Oficinas y Despachos? Naturalmente, el problema no es éste exactamente sino el nivel de atomización de la negociación colectiva en España en la mayoría de los sectores de la producción y los servicios. Pero hemos preferido cavilar más concretamente, esto es, en torno a una situación particular: el mencionado convenio colectivo.
La atomización de la negociación colectiva en España tiene dos orígenes. 1) la estructura de la negociación colectiva [la llamaremos de esa manera por pura comodidad expositiva, dado que no era libre] en tiempos del franquismo, y 2) el interés que mayoritariamente tuvo el sindicalismo español democrático en que existiera el mayor número de convenios colectivos. Una y otra cuestión se explican a partir de este momento.
Nosotros, los sindicalistas que luchábamos contra el franquismo y su hijuela `sindical´, llamada la Organización Sindical Española y mucho antes la Central Nacional Sindicalista, éramos partidarios de la existencia de miles y miles de ámbitos de negociación. Porque de esa manera había más posibilidades de alejar el poder de decisión de los centros burocrático-corporatistas del sindicato franquista y, como consecuencia, desde tales ámbitos poder conseguir las mayores ventajas para los trabajadores y sus familias. Por ejemplo, en aquellos tiempos, a la vez que existía el convenio metalúrgico de la provincia de Barcelona, había también el del Baix Llobregat, el de Manresa e incluso el de Manlleu del mismo sector metalúrgico. Unos y otros propiciaron una mayor cercanía del convenio y un protagonismo decisivo del sindicalismo democrático. Una vez conseguidas las libertades democráticas también nos interesó mantener aquella difusa estructura negocial. En principio era el método en que nos encontrábamos más cómodos y más arropados por la gente. Pero esencialmente todavía no estaba en la consciencia real de los trabajadores –y seguramente tampoco en la consciencia posible-- rerordenar aquel enjambre negocial. Hubo que esperar a que Juan Ignacio Marín dirigiera la Federación sidero-metalúrgica de CC.OO. de España para que se planteara la conveniencia de un convenio `estatal´ del ramo. Que no logró hacerse camino por las resistencias internas. Debo añadir que un servidor también se resistió, y ahora –a toro pasado lamentablemente— siento que no puedo enorgullecerme de aquella postura. Actualmente las cosas siguen, en el metal, tres cuartos de lo mismo en ese sentido.
Me permito un deshago personal: en un viaje que hicimos mi maestro Cipriano García y yo a Roma para hablar con los dirigentes de la CGIL´(1974) –con el objetivo de reclamar solidaridad -- el mismísimo Luciano Lama, el primer dirigente del sindicato italiano, manifestó su sorpresa por la atomización de la negociación colectiva española. Yo le expliqué nuestras razones que no le convencieron del todo. El caso es que terminó diciendo: “Si no cambiáis esto cuando corresponda tendréis muchos problemas y los trabajadores más todavía”.
Retomemos el caso que nos ocupa: el convenio de Oficinas y Despachos de Salamanca. ¿Tiene sentido no sólo este convenio sino el de Cáceres, Valencia, Cádiz... en este sector? Hablemos con claridad de las diversas situaciones que se dan en los convenios de Oficinas y Despachos: a) negociaciones serias, b) extensión de los convenios de unas provincias a otras, y c) simulacros de negociación. Todos ellos, por lo general, quedan reducidas a las necesarias cláusulas salariales, pero sin abordar los temas de la organización del trabajo. La conclusión malelducadamente sincera es: así las cosas, no se avanza gradualmente hacia un poder contractual más fuerte y omnicomprensivo.
El argumento generalmente socorrido, en sentido contrario, son el Convenio general de la Química y el de Banca. Ahora bien, una parte no irrelevante de la explicación es que la estructura económica de ambos sectores favorece la existencia de esa negociación global. Pero se trata de una condición necesaria. La condición suficiente es que la dirección del sindicalismo de Banca y Química apostaron muy temprano por un convenio de esas características. De donde infiero que una y otra cuestión están inescindiblemente relacionadas.
Supongo que los sindicalistas de Oficinas y Despachos están por la labor de conseguir un convenio `estatal´ que aunara fuerzas más amplias, evitando las dispersiones de tantos mosaicos que, con frecuencia, no acaban por tener relación entre ellos. Y posiblemente las contrapartes sigan interesadas en mantener la fragmentación desordenada de la estructura negocial del sector de Oficinas y Despachos: una ecuación que parece de complicada solución. En todo caso, sigue pendiente –como en mis tiempos— la existencia de una ordenación del problema. ¿Dónde están las resistencias, si es que las hay? ¿Están en la casa de Anás o en la de Caifás o repartidas en las dos? En todo caso los sindicalistas de mi quinta somos responsables de ello, sin precisar, hasta un determinado momento. Y dicho cruyffianamente: a partir de “un momento dado” aquella generación deja de serlo.
Lo primero es lo primero: el sindicalismo salmantino ha hecho los deberes después de meses de resistencias empresariales. Mis felicitaciones van por adelantado. Y, una vez dicho lo anterior, entremos sin protocolo alguno en lo que me parece del mayor interés: ¿tiene sentido que cada provincia española negocie su propio convenio de Oficinas y Despachos? Naturalmente, el problema no es éste exactamente sino el nivel de atomización de la negociación colectiva en España en la mayoría de los sectores de la producción y los servicios. Pero hemos preferido cavilar más concretamente, esto es, en torno a una situación particular: el mencionado convenio colectivo.
La atomización de la negociación colectiva en España tiene dos orígenes. 1) la estructura de la negociación colectiva [la llamaremos de esa manera por pura comodidad expositiva, dado que no era libre] en tiempos del franquismo, y 2) el interés que mayoritariamente tuvo el sindicalismo español democrático en que existiera el mayor número de convenios colectivos. Una y otra cuestión se explican a partir de este momento.
Nosotros, los sindicalistas que luchábamos contra el franquismo y su hijuela `sindical´, llamada la Organización Sindical Española y mucho antes la Central Nacional Sindicalista, éramos partidarios de la existencia de miles y miles de ámbitos de negociación. Porque de esa manera había más posibilidades de alejar el poder de decisión de los centros burocrático-corporatistas del sindicato franquista y, como consecuencia, desde tales ámbitos poder conseguir las mayores ventajas para los trabajadores y sus familias. Por ejemplo, en aquellos tiempos, a la vez que existía el convenio metalúrgico de la provincia de Barcelona, había también el del Baix Llobregat, el de Manresa e incluso el de Manlleu del mismo sector metalúrgico. Unos y otros propiciaron una mayor cercanía del convenio y un protagonismo decisivo del sindicalismo democrático. Una vez conseguidas las libertades democráticas también nos interesó mantener aquella difusa estructura negocial. En principio era el método en que nos encontrábamos más cómodos y más arropados por la gente. Pero esencialmente todavía no estaba en la consciencia real de los trabajadores –y seguramente tampoco en la consciencia posible-- rerordenar aquel enjambre negocial. Hubo que esperar a que Juan Ignacio Marín dirigiera la Federación sidero-metalúrgica de CC.OO. de España para que se planteara la conveniencia de un convenio `estatal´ del ramo. Que no logró hacerse camino por las resistencias internas. Debo añadir que un servidor también se resistió, y ahora –a toro pasado lamentablemente— siento que no puedo enorgullecerme de aquella postura. Actualmente las cosas siguen, en el metal, tres cuartos de lo mismo en ese sentido.
Me permito un deshago personal: en un viaje que hicimos mi maestro Cipriano García y yo a Roma para hablar con los dirigentes de la CGIL´(1974) –con el objetivo de reclamar solidaridad -- el mismísimo Luciano Lama, el primer dirigente del sindicato italiano, manifestó su sorpresa por la atomización de la negociación colectiva española. Yo le expliqué nuestras razones que no le convencieron del todo. El caso es que terminó diciendo: “Si no cambiáis esto cuando corresponda tendréis muchos problemas y los trabajadores más todavía”.
Retomemos el caso que nos ocupa: el convenio de Oficinas y Despachos de Salamanca. ¿Tiene sentido no sólo este convenio sino el de Cáceres, Valencia, Cádiz... en este sector? Hablemos con claridad de las diversas situaciones que se dan en los convenios de Oficinas y Despachos: a) negociaciones serias, b) extensión de los convenios de unas provincias a otras, y c) simulacros de negociación. Todos ellos, por lo general, quedan reducidas a las necesarias cláusulas salariales, pero sin abordar los temas de la organización del trabajo. La conclusión malelducadamente sincera es: así las cosas, no se avanza gradualmente hacia un poder contractual más fuerte y omnicomprensivo.
El argumento generalmente socorrido, en sentido contrario, son el Convenio general de la Química y el de Banca. Ahora bien, una parte no irrelevante de la explicación es que la estructura económica de ambos sectores favorece la existencia de esa negociación global. Pero se trata de una condición necesaria. La condición suficiente es que la dirección del sindicalismo de Banca y Química apostaron muy temprano por un convenio de esas características. De donde infiero que una y otra cuestión están inescindiblemente relacionadas.
Supongo que los sindicalistas de Oficinas y Despachos están por la labor de conseguir un convenio `estatal´ que aunara fuerzas más amplias, evitando las dispersiones de tantos mosaicos que, con frecuencia, no acaban por tener relación entre ellos. Y posiblemente las contrapartes sigan interesadas en mantener la fragmentación desordenada de la estructura negocial del sector de Oficinas y Despachos: una ecuación que parece de complicada solución. En todo caso, sigue pendiente –como en mis tiempos— la existencia de una ordenación del problema. ¿Dónde están las resistencias, si es que las hay? ¿Están en la casa de Anás o en la de Caifás o repartidas en las dos? En todo caso los sindicalistas de mi quinta somos responsables de ello, sin precisar, hasta un determinado momento. Y dicho cruyffianamente: a partir de “un momento dado” aquella generación deja de serlo.