1.-- Cuando un grupo de amistades organizamos la operación de apoyo a la candidatura de José Montilla para la presidencia de la Generalitat, algunos conocidos y saludados nos lo echaron en cara, básicamente con dos argumentos. Uno, estábamos dando sostén a una persona que, siguiendo el ejercicio de redacción impuesto por Zapatero, pactaría con la derecha nacionalista (CiU) para formar un gobierno sociovergente; este reproche nos lo hicieron tanto desde Catalunya como fuera: hubo quien se jugó conmigo algunas paellas que todavía están por estrenar. Dos, se nos acusó desde los sectores soberanistas –amparados por los antifaces de los blogs— de caer en la trampa de los españolistas del PSC que, como es natural, le harían el juego al PSOE vendiendo a Catalunya por un plato de lentejas. Pues bien, lo primero no se dio: Montilla conformó un gobierno de izquierdas. Y, sobre lo segundo, es la hora que el president haya dado su brazo a torcer en una serie de contenciosos encadenados con Zapatero. Los que se han equivocado estrepitosamente, en lo primero y en lo segundo, comparten entre sí –al margen de las distancias que les separan— algunos defectillos: hablar sin fundamento, especular y confundir las cosas, cosa que algunos hacen a sabiendas y queriendas. Ahora bien, todo ello es irrelevante, pues lo que importa es el incremento del contencioso –y sus nuevas bases-- entre Catalunya y el gobierno español. Nuevas bases digo porque los protagonistas de dicho litigio no son ya los nacionalistas contra el poder central sino, para decirlo en una jerga cada vez con menos sentido, dos “gobiernos amigos”.
2.-- José Montilla, a lo largo de todo su mandato, está siendo sometido a dos apretujones de envergadura: de un lado, una enorme presión subterránea que le viene desde la mano alargada de la Moncloa que no sólo no le perdona que no pactara con la derecha nacionalista para conformar un gobierno en Catalunya sino que, erre que erre, sigue estando en ello; de otro lado, los vaivenes permanentes de Esquerra Republicana de Catalunya. Si hemos de decirlo todo, convendremos en: 1) que Iniciativa es, por lo general, un factor de estabilidad; 2) la derecha nacionalista es sólo una oposición verbal, como una expresión más de su crisis de proyecto y liderazgo.
En ese paisaje José Montilla ha hecho una gestión política templada. Por una parte, moderando algunos incordios provinentes de algunos sectores de su propio partido; de otra, procurando que los vaivenes de ERC no salpicaran al gobierno catalán. Y lo más complicado: evitando que los sucesivos desencuentros –desarrollo del Estatuto, crisis de las infraestructuras y las versatilidades de Zapatero— no generaran una insostenible tensión entre el gobierno central y el catalán. Metafóricamente, Montilla ha hecho un sobrio encaje de bolillos. Eficazmente sobrio, muy lejos de la gestualidad de Pasqual Maragall, siempre proclive a actitudes excesiva e inútilmente desparpajadas con relación al poder central.
3.-- Una discusión sobre el Estatuto puede tener algunos tintes de vacía abstracción. Esto es, se puede estar discutiendo hasta la saciedad sobre tan relevante asunto, y si no se llega a la suficiente aproximación, lo máximo que puede ocurrir es –manteniendo la metáfora de los “gobiernos amigos”-- que unos y otros estén permanentemente en coplas. Pero cuando se trata de algo tan físico como los dineros, las cosas cambian radicalmente. Porque, entonces, se entra en la fase del Estatuto hecho carne: la transubstanciación de la retórica en las cosas de comer. En esa situación, el presidente Zapatero ha estado muy por debajo de las aptitudes políticas que se le atribuían. Calculada o no, sus maneras han pasado erráticamente por las siguientes fases: a) “haré mío todo lo que apruebe el Parlament de Catalunya”, b) una práctica negativa a la publicación de las Balanzas fiscales, y c) admitir finalmente en el Parlamento español la publicación de las balanzas a petición de la inteligente exigencia de la derecha nacionalista catalana. Y la guinda final (hasta ahora): provocar el vencimiento de la financiación autonómica (esto es, el Estatuto hecho carne) sin acuerdo de ningún tipo. Así las cosas, no es exagerado admitir que el balance de la gestión del presidente Zapatero no es merecedor de aplauso alguno. Algo, sin embargo, ha conseguido: de un lado, unir, en su contra, todas las diversidades culturales de los socialistas catalanes; de otro lado, ganarse la animadversión, por distintos motivos, de las fuerzas políticas catalanas así del govern como de la oposición, también de las organizaciones sindicales y empresariales. Zapatero ha derrochado, en un tiempo relativamente corto, un visible prestigio que ganó en buena lid.
4.-- ¿Qué puede pasar a partir de ahora? No hace falta ser adivino para pronosticar que: 1) la temperatura de la tensión política subirá algunos grados; 2) esa olla caliente trasladará su ebullición a los sectores sociales, adquiriendo su primera visibilidad en la Diada del 11 de Setembre; 3) la presión, bajo mil y una formas, podrá tener un carácter sostenido; y 4) ya veremos qué pasará en el momento de la discusión de los Presupuestos Generales del Estado.
Por lo demás, puestos a establecer suposiciones, cabe la hipótesis de que el Partido popular se disfrace de noviembre para no infundir sospechas. Es decir, si Catalunya globalmente se hace la respondona, es claro que el PP pueda entender que le hacen media parte de su trabajo. Así las cosas, sus dardos no apuntarán a Catalunya sino a Zapatero. O, lo que es lo mismo: Zapatero ante dos frentes que, aunque de radical diferenciación y motivos, le arañan apoyos dentro y fuera de Catalunya. Y comoquiera que sarna sin gusto pica lo suyo, ahí está la bicha de la crisis económica para rematar la faena. En esas condiciones puede que a Zapatero le parezca oportuno gritar, taurinamente, el gallardo grito de: “Dejadme sólo”.
5.-- Ahora bien, las hipótesis no se agotan. Es posible que la magia de las chisteras nos pueda deparar otras variantes del cálculo de la combinatoria matemática. Y no se olvide que una de las agrupaciones de dicha disciplina, las variaciones, recibe también el nombre de arreglos, según nos dejó enseñado el gran don Julio Rey Pastor. Pues bien, cabe dentro de lo posible que aparezcan algunos arreglos o, por mejor decir, apaños.
Uno. Que se haga un gobierno de concentración en Catalunya teniendo como protagonistas a los actuales más CiU. Esta opción parecería ser más viable que la de un gobierno sociovergente, que lógicamente podría producir urticarias mil no sólo en Esquerra e Iniciativa sino también en determinados sectores del PSC.
Dos. Un pacto, similar al alcanzado entre Zapatero y Artur Mas cuando se desbloqueó el Estatuto de Autonomía de Catalunya, sobre financiación. No tendría el contenido de lo que se reclama ahora, pero podría ser visto –gato negro, gato blanco ¿qué importa a la hora de cazar ratones?— pragmáticamente por la derecha nacionalista como una hipótesis de volver al Palacio. Este pacto, no inimaginable, podría estar acompañado, para no darle cuatro cuartos al pregonero, con la no asunción de CiU de ninguna cartera ministerial en Madrid para mayor dolor de Duran i Lleida.
Tres. Que el gobierno tripartito catalán decida continuar la presión sobre el presidente Zapatero buscando un acuerdo a medio camino entre lo que pide y lo que está dispuesto a admitirse desde el gobierno central. Pero esto tendría dos inconvenientes: uno, la apertura de grietas profundas en los dos socios minoritarios y, tal vez, la marcha de Ezquerra; dos, el campo libre que dejaría a la derecha nacionalista para elevar el tenor de la presión tanto hacia Montilla como a Zapatero.
6.— En cualquier caso, algo está fuera de dudas: la (necesaria) presión sobre Zapatero está en el orden del día, como se ha dicho más arriba. Entre otras, no es irrelevante la propuesta de no aprobar los Presupuestos Generales del Estado. Yendo por lo derecho: estimo que sería un error considerable. Entendámonos, una cosa es que Catalunya precisa incrementar la presión en pos de las mayores cotas de financiación y otra bien distinta es que el bloqueo de los Presupuestos Generales del Estado forme parte de ello. Hablaremos sin tapujos de este asunto.
La actual crisis económica requiere unos Presupuestos de choque porque, de un lado, nos estamos jugando no sólo de qué manera se debe afrontar esta situación que es de largo recorrido y, de otra, qué pueden hacer las instituciones (todas, desde el Gobierno central a los autonómicos) frente a la crisis en esta fase de la globalización que, como es sabido, no tiene vuelta atrás. En estas condiciones tengo para mí que el bloqueo presupuestario provocaría más estropicios. No me imagino a las organizaciones empresariales y sindicales simpatizando con esa propuesta.
Por otra parte, el bloqueo presupuestario entendido como arma de presión --con los objetivos de conseguir el sistema de financiación requerida por Catalunya— pondría a todas las comunidades autónomas (quiero decir a la gente de carne y hueso) de uñas contra todos nosotros, pero ya no por motivos `místicos´. Así pues, golpeando de esa manera tendríamos más inconvenientes y una reacción anticatalana que ya no tendría las características de de lo que hemos conocido no hace tanto tiempo. Naturalmente, habrá a quien le importe un pito y, tal vez, sea lo que en el fondo algunos desean. Son aquellos quienes tienen una absoluta desconsideración con las prosaicas cosas de comer en una aproximada versión del fiat iustitiam pereat mundi. Sostengo, por lo tanto, que ese arma –políticamente frívola y socialmente contraproducente— acarrearía más problemas a Catalunya, quiero decir a sus gentes de carne y hueso. Más todavía, provocaría una cesura de proporciones inéditas en la izquierda española con relación a la catalana: algo que debería tener en cuenta, sobre todo, el presidente Zapatero.
7.— Esta complicada situación exige al President Montilla una respuesta política de alto calado. Empecemos en negativo: no lleva a sitio conveniente la actual escalada de pirotecnia verbal, que es de ida y vuelta; ni mucho menos que se amplíe el diapasón de dicha escalada. Tampoco conduce a lugar conveniente que por nuestra parte se ponga un elemento que, de antemano, sabemos que es a todas luces imposible de conseguir. Esto es, la bilateralidad. Lo diré sin melindres: para conseguir un sistema de financiación lo mejor posible hay que meterse en la cabeza que o se retira por nuestra parte la exigencia de la bilateralidad o no hay acuerdo. Naturalmente siempre podremos decir que nos asiste nuestra razón. Pero, ¿podemos estar no sé cuántos años teniendo razón y, sin embargo, no sacar agua clara del pozo? No es esa la tarea de la política. Su función es otra. La primera obligación de los políticos es, básicamente, no perder la cabeza.
En resumidas cuentas, José Montilla está en condiciones de liderar un proyecto temperado en defensa de los intereses de Catalunya que, pasan especialmente, por conseguir el mayor listón posible de lo que nos traemos entre manos. En su mano está, por ejemplo, hacer ver que la aproximada exactitud de los teoremas matemáticos tiene en los acontecimientos sociales o bien salidas aporéticas o el despeje acertado de algunas poderosas incógnitas. En ese terreno Doña Empiria está, en algunas ocasiones, en mejores condiciones que las interpretaciones ideologicistas de algunos académicos.