“Nissan ha ganado trescientos millones de euros en
los últimos cinco años en España”, dicen los periódicos. Ahora tiene un
problema: la caída de la demanda. La empresa, así las cosas, responde con un
planteamiento caballuno: poner de patitas en la calle a 1.680 trabajadores. O,
lo que es lo mismo: a un problema coyuntural se responde con una medida
estructural. Se me dirá que nada hay nuevo bajo el Sol o que esta es el
habitual comportamiento de no pocas compañías, transnacionales o domésticas. Lo
cual es muy cierto. Pero también es verídico hasta qué punto los actuales
grandes terremotos financieros han puesto en entredicho toda una serie de
conductas del alto management y una serie de falsas verdades reveladas (o
revelables) de la caspa y la brillantina del neoliberalismo. Como no menos
cierto es que, quienes acusaban a los que interferían o criticaban abruptamente
tales falsas verdades, están recurriendo desordenadamente a las medidas del
denostado intervencionismo del Estado, que ahora es la solución cuando antes
–según ellos-- era el problema. Hasta el Fondo Monetario Internacional se
disfraza de noviembre para no infundir sospechas… En suma, lo que está cayendo
puede ser incluso más gordo de lo que los simples comunes mortales sospechamos
cuando tantos encopetados personajes aparcan --¿hasta cuándo?, es lícito
preguntarse-- sus regüeldos neoliberales y se pasan al “estatalismo”. ¿Pero
sólo en el terreno financiero?
Aclaro: se habla de normas y controles. Otros, más precavidos, parecen decir que no se trata de impugnar el uso de las políticas neoliberales sino el abuso de las mismas en un intento de salvar los muebles de la quema ideológica como si pudiera existir, en este caso, una neta diferenciación entre uso y abuso. Pero sólo, insisto, en la arena financiera: un ruedo, como se sabe, especialmente sensible. Pues bien, las reflexiones sobre el uso del neoliberalismo: los comunes mortales de la grasa industrial quedan fuera de estas disquisiciones. Aquí, en esa lógica, no hay tutía. Y, sin embargo, cabe decir que el modus operandi de Nissan (y otras cofradías parecidas) es aproximadamente similar a las conductas neoliberales químcamente puras: la ganancia inmediata y siempre creciente, a ser posible de manera metafóricamente exponencial. Cuando ganando, no se gana de ese modo; cuando ganando, sólo se gana en progresión aritmética; cuando ganando, no se gana como el año anterior o como subjetivamente tiene en la cabeza el alto management --en este caso, de Nissan—, las campanas tocan a difunto y se anuncian despidos masivos. El alto management, así las cosas, tiene en la cabeza que también el Estado tiene la solución: que le apruebe el expediente y pague el desempleo a dichos comunes mortales.
Pues bien, ¿no pueden ponerse normas y controles para tales desaguisados? Normas y controles ex ante y ex post. Un avezado conseller dela Generalitat de
Catalunya como Antoni Castells afirma con estudiada y pacata respuesta
que sí, pero con cuidado porque, en caso contrario, nadie querría invertir aquí
o allá. Una respuesta que poco tiene que ver con lo que está sucediendo, y a la
vez menos contundente que cuando exige, acertadamente en el fondo y menos en la
forma, más dinerillos a Zapatero en el importante asunto de la financiación
autonómica.
En definitiva, sean bienvenidas las normas y controles (ya veremos en qué queda la cosa) para regular el sistema financiero. Pero ¿qué pasa con la grasa de las industrias? ¿Sólo la responsabilidad social de las empresas? ¿De qué guindo te has caído, alma de cántaro?
Aclaro: se habla de normas y controles. Otros, más precavidos, parecen decir que no se trata de impugnar el uso de las políticas neoliberales sino el abuso de las mismas en un intento de salvar los muebles de la quema ideológica como si pudiera existir, en este caso, una neta diferenciación entre uso y abuso. Pero sólo, insisto, en la arena financiera: un ruedo, como se sabe, especialmente sensible. Pues bien, las reflexiones sobre el uso del neoliberalismo: los comunes mortales de la grasa industrial quedan fuera de estas disquisiciones. Aquí, en esa lógica, no hay tutía. Y, sin embargo, cabe decir que el modus operandi de Nissan (y otras cofradías parecidas) es aproximadamente similar a las conductas neoliberales químcamente puras: la ganancia inmediata y siempre creciente, a ser posible de manera metafóricamente exponencial. Cuando ganando, no se gana de ese modo; cuando ganando, sólo se gana en progresión aritmética; cuando ganando, no se gana como el año anterior o como subjetivamente tiene en la cabeza el alto management --en este caso, de Nissan—, las campanas tocan a difunto y se anuncian despidos masivos. El alto management, así las cosas, tiene en la cabeza que también el Estado tiene la solución: que le apruebe el expediente y pague el desempleo a dichos comunes mortales.
Pues bien, ¿no pueden ponerse normas y controles para tales desaguisados? Normas y controles ex ante y ex post. Un avezado conseller de
En definitiva, sean bienvenidas las normas y controles (ya veremos en qué queda la cosa) para regular el sistema financiero. Pero ¿qué pasa con la grasa de las industrias? ¿Sólo la responsabilidad social de las empresas? ¿De qué guindo te has caído, alma de cántaro?
Punto final: échale un vistazo a lo que
sigue.