lunes, 28 de marzo de 2011

LA IZQUIERDA QUE RÍE Y LA IZQUIERDA QUE LLORA

¿Qué le pasa a la izquierda europea? Se trata de una pregunta complicada. Lo prueba el hecho de la cantidad enorme de ríos de tinta que han pasado bajo los puentes de libros y artículos, ensayos y publicaciones varias. No será un servidor quien deje de escribir al respecto, aunque sea trastabillando, ejerciendo mi derecho de ir a trompicones por esos terrenos tan trillados. Puestos a ser indulgentes –y como mero ejercicio de partida— diré que lo pasado, pasado está. Exactamente no se trata, por el momento, de un pelillos a la mar. Simplemente es una indulgencia pasajera. Lo que me importa es el ahora como punto de arranque de un itinerario de largo recorrido.



¿Qué le pasa a la gauche qui rie? ¿Qué le sucede a la gauche qui pleure? Mi primer trompicón es: salvadas las distancias entre una y otra, ambas comparten una propiedad común que más adelante se abordará. ¿Cuál es? Segundo trompicón: no explicar urbe et sus fines. No parece irrelevante cuando un dirigente tan serio como Raimon Obiols no para de recomendar la necesidad de que la política (de izquierdas) tenga sentido. Lo que podría probar que –por lo menos, ahora-- no lo tiene. Todo parece indicar que Raimon entiende el sentido como la orientación, esto es, hacia dónde se quiere ir. Así las cosas, queda la ambigüedad –pienso que no es calculada-- sobre si lo importante es el viaje o llegar (o, al menos) aproximarse todo lo que se pueda a Itaca. En realidad –sea cual fuere la interpretación del sentido obiolsiano-- no hay que hacer esfuerzo alguno por constatar que las izquierdas no disponen de un lenguaje de los fines. Sólo podemos ver en ellas un lenguaje de los medios, pero sin referencia alguna a la orientación, al sentido. Ahora bien, si esto es aproximadamente de esa manera, es de cajón que, al no tener un rumbo (los fines), los medios están, en el mejor de los casos, desgajados, desvinculados, sin compatibilización. Thatcher, aunque nos duela, lo vio, por eso dijo que “no hay alternativa”.



Sin embargo, hay alternativa. Claro que sí, por difícil y embrollada que sea. Pero que sea complicada es algo que hay que considerar “de partida”, no de llegada. Porque si es de llegada ¿qué pintarían, con perdón, los palacios y los chambaos? Hay alternativa, sin embargo hay un prerrequisito: recuperar el lenguaje de los fines acompañado de la prótesis de los medios que deben estar vinculados a aquéllos. Ese no-lenguaje es lo que comparten, dispensen el humor macabramente granadino (llamado malafoyá), la gauche qui rie y la gauche qui pleure.



Los fines, los fines... Y permítaseme que en ese ágape cuele un aperitivo: hay que volver a dar centralidad política al trabajo. Volver a poner el trabajo, el mundo del trabajo, en el centro de la agenda política: en la acción del gobierno, en los programas de los partidos y en la batalla de las ideas. Esta es, hoy, la vía maestra para la regeneración de la política y de un proyecto de liberación de la vida pública ante las derivas de la decadencia, la vulgarización y la autorreferencialidad que, en la actualidad, tan gravemente la caracterizan. La dignidad de la persona que trabaja, que quiere trabajar y vivir en un mundo sostenible (1) debe ser la estrella polar que oriente toda decisión individual y colectiva. [Disculpen esta “morcilla”, la cabra sindical siempre tira al monte].



Por último, séame permitido un último trompicón: ese no fijar los fines podría explicar hasta qué punto prolifera ese conjunto de islas incomunicadas que son los movimientos monotemáticos. Podría explicar, así mismo, ese océano de izquierda sumergida –con tanta inteligencia desaprovechada para la política— en el patio de vecinos europeo. Hubo una época en que la izquierda transformadora, con sus errores y sus innegables aciertos, siempre incompletos-- precisó milimétricamente cómo, cuándo y dónde quería llegar: unos de manera tan gradualista como permitieran las condiciones objetivas, otras preferían el soviet redentor. Hoy no se trata de eso. Pero tampoco de no saber dónde ir, qué trascender, qué superar. Comoquiera que hasta el día de hoy no parece que nadie haya dicho, con solvencia, esta boca es mía se acabó la indulgencia de la que se hablaba arriba. En resumidas cuentas, dicho en términos matemáticos: los fines es la función, el resto de las cuestiones (por importantes que sean) son variables de dicha función.



Tomo carrerilla para acabar con una cita del malogrado Toni Judt, una persona que nadie consideraría un extremista. Dice: “¿por qué nos hemos apresurado tanto en derribar los diques que laboriosamente levantaron nuestros predecesores? ¿Tan seguros estamos de que no se avecinan inundaciones?”. Quien esté seguro que tire la primera pedrada. Vale.



(1) Se ha añadido "que quiere trabajar viviendo en un mundo sostenible": una sugerencia justa del amigo Javier Nuín.