miércoles, 30 de marzo de 2011

MOURINHO Y LA MEMORIA ORAL


Debemos a José Mourinho la recupración de una de las figuras más importantes de nuestro imaginario, el Maestro armero. Este personaje había desaparecido prácticamente de nuestros lenguajes al igual que otros dioses menores como la Bernarda (famosa por su coño), Picio (del que se decía que era horrorosamente feo), Mateo (acompañado siempre por su guitarra), Roberto (habitualmente transhumando con el negocio de sus cabras) y un largo etcétera. Todos ellos eran una especie de criaturas que utilizábamos en Santa Fe, capital de la Vega de Granada. Así pues, demos por buena esta constante referencia de Mourinho a la hora de recuperar parte de la memoria oral.


En una unidad militar, el maestro armero es el jefe o encargado de la conservación y reparación de las armas. Este técnico carece de mando en los Cuerpos del ejército. Al parecer, entre las milicias surgió la expresión "las reclamaciones, al maestro armero" (que en realidad no podía decidir nada), para manifestar lo inútil de una queja, puesto que la disciplina militar obliga a obedecer órdenes, gusten o no. Del resto de los personajes (Bernarda, Picio, Mateo y Roberto) sabemos bien poca cosa debido a la distracción de los investigadores poco atentos a la microhistoria; tampoco los filólogos se han querido meter en las once varas de esas camisas. Demos, pues, las gracias a don José Mourinho sin ningún tipo de reserva mental.


El Maestro armero siempre fue el paradigma de la exculpación y, parcialmente, la justificación de una exagerada y particular filotimia. Nuestro conspicuo artesano era la excusa que externalizaba todo quisqui. Véanse algunos ejemplos: el Espadón del Pardo que afirmaba que la culpa de todos los males de España vienen de la conocida alianza de los judeomasones con el comunismo; don José Ratzinger que se reafirma en la conspiración de la navecilla del relativismo contra las virtudes teologales y cardinales; Zapatero que excusa sus políticas por el acoso de los mercados; y –como expresión más exasperada de esa manera de ser-- yo mismo (tal como lo oyen) que achaco a sucias maniobras de la Academia Sueca que no me hayan dado el Nobel de Literatura con motivo de mi libro “Cuando hice las maletas”, obra suprema de las letras patrias, definida por mi esposa como “muy superior a la obra de Marcel Proust, sin ir más lejos”.


De todas formas, la loable recuperación de la oralidad de antaño por parte de Mourinho tiene algunos inconvenientes. Primero, consolida una inveterada forma de ser que nos viene de tiempos de antañazo: la culpa la tiene siempre el otro y lo otro. Segundo, lo que comporta que no debo practicar el vicio del autoexamen, dado que las responsabilidades están en otro lugar.


Así las cosas, lo que Mourinho nos propone se traslada por analogía a otros campos: si la gauche qui rie se va a freir espárragos, las responsabilidades están en que el electorado es muy vengativo; si la gauche qui pleure no avanza, toda la culpa la tiene el bipartidismo; si se consolida el fracaso escolar, el quid de la cuestión radica en lo zoquete que es nuestra chavalada. Y así podríamos seguir. Moraleja: a todos nos conviene la abigarrada forma de ser de don José Mourinho.