sábado, 3 de septiembre de 2011

¿CONSENSO O CABILDEO?


La rutina, así en la jerga política como en la sintaxis de los medios de comunicación, no cae en la cuenta del uso y abuso de la palabra consenso. O, tal vez, no se trata de rutina sino de la mistificación de las palabras como denunciara en un bello librito el maestro Vittorio Foa, uno de los padres nobles de la izquierda europea. Así las cosas, me atrevo a impugnar letraheridamente la utilización de esa palabra en el caso de la coalescencia entre el PSOE y el Partido Popular. 


En este caso concreto no se trata de una confluencia desde posiciones originalmente confrontadas en eso que podríamos llamar la democracia deliberativa o, mejor aún, disputativa. Estamos ante una indiferenciación de posturas acerca de cómo debe entenderse el juego política en democracia que, además, tiene como característica central la indistinción en considerar que un asunto de tanta envergadura como la reforma de la Constitución debe ser obra exclusiva de la autolegitimación indiscriminada de ambos partidos, que niegan que en la plaza pública se exprese todo bicho viviente. Lo, trágicamente, de menos, dadas esas circunstancias, es que se haya servido en bandeja de plata la cabeza del Bautista. 


Quede claro que no se impugna en abstracto la negociación política. Es una práctica legítima dentro del juego democrático. Sin embargo, en este asunto ha habido otra cosa: el cabildeo más conspicuo de la vieja política, cuyos antecedentes habrá que buscarlos en los tejemanejes de la Restauración de Cánovas y Sagasta con la reedición del cacicazgo de aquellos viejos tiempos. Es el retorno a la España cañí, disfrazada con las gotas de chanel y brillantina que imponen esos seres llamados mercados. 


Por lo demás, habrá que añadir que el grupo dirigente del PSOE ha abierto una cesura –una clamorosa discontinuidad-- con los esquemas centrales de la socialdemocracia. De un lado, por su descuelgue estridente de la radicalidad –de las raíces, quiero decir— de la naturaleza de la democracia; de otro lado, porque esa ruptura se ha referido a ejes tan nucleares como la fiscalidad y las políticas sociales. Ahora bien, ¿cesura, discontinuidad y ruptura no son términos excesivamente duros para calificar la actitud del PSOE? No tal. Es la consecuencia de liquidar administrativamente, en el interior de ese partido y su relación con la ciudadanía, del vínculo entre democracia y cuestión social en aras al déficit público. Liquidarlo, conviene recordarlo, en un texto tan fundamental como es la Constitución. De ahí que ningún dirigente de tal partido aluda nunca al santoral laico de, por ejemplo, Olof Palme. En suma, se ha substituido la Sierra de Guadarrama, donde Pablo Iglesias hacía sus excursiones veraniegas, por las montañas nevadas de Saint Pelerin do von Hayek diseñó la arquitectura ideológica de todos conocida. 


Apostilla. El viejo cantante Angelillo, un fiel servidor de la República española, según parece nos advirtió de algo parecido en su famoso bolero “Por el camino verde: la fuente se ha secado, lloran de pena las margaritas”