La rutina, así en la jerga política como en la
sintaxis de los medios de comunicación, no cae en la cuenta del uso y abuso de
la palabra consenso. O, tal vez, no se trata de rutina sino de la mistificación
de las palabras como denunciara en un bello librito el maestro Vittorio Foa, uno de los padres nobles de la izquierda europea. Así las cosas, me
atrevo a impugnar letraheridamente la utilización de esa palabra en el caso de
la coalescencia entre el PSOE y el Partido Popular.
En este caso concreto no se trata de una confluencia desde posiciones
originalmente confrontadas en eso que podríamos llamar la democracia
deliberativa o, mejor aún, disputativa. Estamos ante una indiferenciación de
posturas acerca de cómo debe entenderse el juego política en democracia que,
además, tiene como característica central la indistinción en considerar que un
asunto de tanta envergadura como la reforma de la Constitución debe ser
obra exclusiva de la autolegitimación indiscriminada de ambos partidos, que
niegan que en la plaza pública se exprese todo bicho viviente. Lo,
trágicamente, de menos, dadas esas circunstancias, es que se haya servido en
bandeja de plata la cabeza del Bautista.
Quede claro que no se impugna en abstracto la negociación política. Es
una práctica legítima dentro del juego democrático. Sin embargo, en este asunto
ha habido otra cosa: el cabildeo más conspicuo de la vieja política, cuyos
antecedentes habrá que buscarlos en los tejemanejes de la Restauración de
Cánovas y Sagasta con la reedición del cacicazgo de aquellos viejos tiempos. Es
el retorno a la España
cañí, disfrazada con las gotas de chanel y brillantina que imponen esos seres
llamados mercados.
Por lo demás, habrá que añadir que el grupo dirigente del PSOE ha
abierto una cesura –una clamorosa discontinuidad-- con los esquemas centrales
de la socialdemocracia. De un lado, por su descuelgue estridente de la
radicalidad –de las raíces, quiero decir— de la naturaleza de la democracia; de
otro lado, porque esa ruptura se ha referido a ejes tan nucleares como la
fiscalidad y las políticas sociales. Ahora bien, ¿cesura, discontinuidad y
ruptura no son términos excesivamente duros para calificar la actitud del PSOE?
No tal. Es la consecuencia de liquidar administrativamente, en el interior de
ese partido y su relación con la ciudadanía, del vínculo entre democracia y
cuestión social en aras al déficit público. Liquidarlo, conviene recordarlo, en
un texto tan fundamental como es la Constitución. De ahí que ningún dirigente de tal
partido aluda nunca al santoral laico de, por ejemplo, Olof Palme.
En suma, se ha substituido la
Sierra de Guadarrama, donde Pablo
Iglesias hacía
sus excursiones veraniegas, por las montañas nevadas de Saint Pelerin do von
Hayek diseñó la arquitectura ideológica de todos conocida.
Apostilla. El viejo cantante Angelillo,
un fiel servidor de la República
española, según parece nos advirtió de algo parecido en su famoso bolero “Por el
camino verde: la fuente se ha secado, lloran de pena las margaritas”