sábado, 3 de septiembre de 2011

¿DE VERAS SON LOS MERCADOS LOS QUE ...?


Lord Mansfield, presidente del Tribunal Supremo del Reino Unido, declaró en el último tercio del siglo XVIII que los sindicatos “son conspiraciones criminales inherentemente y sin necesidad de que sus miembros lleven a cabo ninguna acción ilegal”. La acusación de este magistrado, que será recurrente en toda la literatura liberal de la época, es que tales asociaciones intentan alterar el precio de las cosas, es decir, mejorar los salarios. Este fue el planteamiento legal que, bajo diversas situaciones (de dura represión como, por ejemplo, la Masacre de Peterloo o de aparente tolerancia) estuvo vigente en aquellas tierras hasta la década de 1870. La brutalidad de Lord Mansfield es el resultado de la derrota del Derecho de las corporaciones artesanas por el Derecho de las corporaciones mercantiles que, tras adquirir sólidamente el dominio de las relaciones económicas, desemboca en el territorio de las relaciones de producción, apoyadas con la fuerza coercitiva de los poderes públicos. [Hasta aquí es un fragmento de mi intervención en Zaragoza el próximo 19 de Octubre, invitado por los amigos de CC.OO. de Aragón]


Pues bien, el tránsito del Derecho de las corporaciones artesanas al Derecho de las corporaciones mercantiles no tiene nada de extraño: es lo que necesita el incipiente paradigma industrial para generar una potente acumulación capitalista. Los contrapoderes, por insignificantes que sean, son una interferencia para dicha acumulación; las reformas parlamentarias de signo progresista –una exigencia central en la manifestación pacífica de Peterloo—era igualmente intolerable. De todo ello saco una primera conclusión, que se expone de seguida.


Afirmar que las contrarreformas que se están dando por estos pagos obedecen a exigencias de los mercados es una verdad evidente, pero no es toda la verdad. Se trata, en mi opinión, de algo de mayor trascendencia: la gran operación de los grandes capitales globales de proceder, con menos controles democráticos (especialmente los de mayor contrapeso) para organizar una nueva acumulación capitalista. Por eso sobran, en fatal lógica, todos los instrumentos de la acción colectiva y el Derecho del Trabajo. Sobre el sindicalismo confederal, a menos que se decida a ser un agente técnico, en subordinado compadrazgo de dicha acumulación capitalista. Sobra el Derecho del Trabajo que, “no nació para cambiar el mundo, sino para volverlo más aceptable” (1). Los intereses de las grandes corporations, parece claro, no requieren un mundo más aceptable, si no es para ellas mismas. Así pues, aunque no considero una cortina de humo la sofistería de “los mercados”, me inclino por esta otra explicación.


Más todavía, entiendo que el endosamiento a “los mercados” es una forma de invitarnos a que las reclamaciones populares se dirijan al famoso Maestro Armero y no a los grandes operadores económicos. Otra manera –a ver si me explico-- de desnortar el conflicto social. Perdonad la pontificia vulgaridad: ¡al loro!




Umberto RomagnoliEl Derecho, el trabajo y la historia. Consejo Económico y Social (Colección Estudios, núm. 39, año 1997).



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