Soy de la opinión que la coexistencia, por utilizar la terminología de Raimon Obiols, entre el partido europeo y el nacional debe ser breve; y para precisar mejor las cosas, diré que sin atropello alguno lo prioritario es organizar la transición hacia el partido socialista europeo, como sujeto político principal, con los poderes convencionales que hacen al caso. Más todavía, pienso que es una pérdida de tiempo mantener la situación actual. Porque tal como están las cosas, los socialistas europeos –al igual que el sindicalismo confederal-- tienen planteamientos dispersos con poca relación entre sí y casi ninguna con un proyecto general. Más todavía, si los grandes gigantes de la industria y los servicios organizan potentes economías de escala, el socialismo europeo debe ser una gran política de escala. Hay, además, otro argumento: no se puede seguir construyendo la Europa social que queremos manteniendo el actual carácter de sujeto principal, radicado en el Estado-nacional. En resumidas cuentas, me encuentro más a gusto con los planteamientos de Paul Nyrup Rasmussen que con los de Giuliano Amato que es posible que tenga más en la cabeza la idea del partido reformista italiano que la del socialista europeo. La política de escala con sentido federal es, pues, lo que se debería primar.
Me excuso por el esquematismo: la ciudadanía europea se construirá probablemente si palpa Europa, esto es, si se siente concernida en intereses europeos. ¿Cómo interesar a un asalariado de Colonia con uno de Argentona, de manera directa, si no es a través, por ejemplo, de su convenio colectivo de sector? ¿Cómo enhebrar los diversos retales de los diferentes Estados de bienestar si no es a través de un auténtico welfare europeo? ¿Cómo poner en marcha los recursos financieros de ese welfare europeo si no es a través de una política fiscal europea? ¿Cómo establecer una política de investigación, capaz de intervenir en los procesos de innovación y reestructuración si no es mediante una política de gran escala europea? Una larga coexistencia (o una indeterminada coexistencia) entre el partido nacional y el europeo sería una rémora porque los procesos económicos siguen su curso veloz al grito de “estúpido el último”.
Podría ser que los dirigentes de los partidos nacionales tuvieran el mismo sentido de conservación que los sindicalistas que se confrontaban con Joan Peiró cuando proponía la transformación de los sindicatos “de oficio” en potentes federaciones de industria en el famoso Congreso de Sans, de la Cnt. Y pudiera ser que tales dirigentes tengan el temor de los (evidentes) peligros de la centralización y el distanciamiento. Pero hasta donde yo tengo entendido, la propuesta de Obiols es la de un partido socialista europeo con personalidad federal. Lo que equivale a reglas y códigos de comportamiento federales en la forma-partido. Evidentemente, no nos podemos abstraer de los riesgos que comportaría esa operación. Pero lo peor es la indecisión del asno de Buridán. En concreto, el partido no sólo debería tener las prerrogativas y poderes sino los instrumentos, símbolos y panoplias capaces de distinguirle como sujeto político principal.
Por otra parte, aprovecho la ocasión para insistir en una de mis obsesiones. La creación del partido socialista europeo, como sujeto principal de la política de gran escala, debería servir para ajustar las cuentas --no sólo a las culturas y prácticas más o menos autárquicas-- sino especialmente al desfase entre el actual paradigma posfordista y la acción política al uso que, siento dar la lata con estas cosas, continúa como si Doña Cadena de Montaje, la ilustre señora del fordismo, estuviera en su mejor momento.
Por último, creo que uno de los problemas que tiene la izquierda europea es el obscurecimiento de la ‘cuestión social’. La gran paradoja es que nunca hubo tanto trabajo asalariado como ahora y, sin embargo, la izquierda está excesivamente distraída. Es como si se sacara la conclusión de que la progresiva desaparición del obrero tradicional es la insignificancia (o, peor aún, muerte) del trabajo heterónomo, asalariado. De ahí que la renovación de un proyecto progresista debería situar la centralidad que representa que millones de europeos viven y se ganan la vida a través de su condición asalariada y ésta se expresa, por lo general, en mejores condiciones que nunca a través de la acción organizada. La política debería ser una de ellas. Pero, como diría el maestro Vittorio Foa, para que la gente tenga confianza en la política, ésta debería confiar en aquella.
Uno de los elementos que más consistencia le ha dado al socialismo europeo ha sido su destacada contribución al diseño del Estado de bienestar junto a otras fuerzas políticas y sectores sociales interesados en ello. Me permito partir de la siguiente intuición: la construcción de un welfare europeo puede ser el banderín de enganche de la renovación del socialismo. Ahora bien, creo que ello será posible si se dan estas condiciones: 1) la existencia de un partido socialista europeo con plenos poderes para ello; 2) las alianzas con sujetos sociales, capaces de compartir diversamente ese nuevo proyecto. Estoy pensando en el sindicalismo confederal y en amplios sectores sociales.
Se trata todavía de condiciones necesarias, aunque no suficientes. Pues para llegar a la suficiencia es preciso, en mi opinión, que todos ellos –partido, sindicalismo y sujetos sociales—ajusten las cuentas con dos asimetrías que interfieren el proyecto. De un lado, el anclaje en el Estado nación; de otro lado, la permanencia cultural en el paradigma fordista, a pesar de que este sistema (que va más allá de su carácter productivo) es pura herrumbre. Lo primero significaría ajustar definitivamente las cuentas a todo tipo de nacionalismo; lo segundo representaría meterse en pleno corazón de los procesos en curso.