La propuesta de transformar los Democratici della Sinistra (Massimo d’ Alema y Piero Fassino) junto a la Margherita (Rutelli) en el Partito democratico no es sensata. Que justamente esta propuesta se haga ahora, en plena infancia del gobierno Prodi, es inoportuno, aunque esta no es la razón de fondo. El problema central es la caracterización del nuevo partido y su colocación internacional.Empecemos por lo menos relevante. No veo los motivos para, en estos momentos, poner en marcha esta operación. El nuevo gobierno italiano necesita sosiego político e institucional para poner en marcha las grandes reformas que ha comprometido su programa electoral. De ahí que los ajetreos internos en el principal partido (los Ds) sean objetivamente un elemento de poca tranquilidad: téngase en cuenta que los contrarios al nuevo partido (il correntone) representan un cuarenta por ciento. ¿A qué vienen ahora estas prisas y, sobre todo, a ese método tan poco escrupuloso?Poco escrupuloso porque los partidarios del Partito democratico han iniciado un proceso de manifiestos, apertura de sedes y recogida de afiliados sin que todavía haya sido tomada una decisión orgánica en los Democratici della Sinistra. La explicación no parece ser otra que la de situar al conjunto de la organización ante los hechos consumados. Esta metodología anómala condicionará la personalidad del nuevo partido, si es que llega a nacer. El código genético del hipotético Pd no será otro que el de unos movimientos tectónicos irregulares y, sin duda, elitistas.Por otra parte, la Margherita –una organización que nunca ha ocultado su personalidad centrista-- pone dos condiciones a los Ds: una, señalar las raíces cristianas en el carnet de identidad del nuevo instrumento; otra, la no inscripción en la Internacional socialista. Aclaremos: ambas me parecen legítimas desde la órbita rutelliana, pero no admisibles desde la cultura laica de la política de izquierdas. Como lo más seguro es que Fassino no acepte ambas exigencias, la solución sería un pastel sin chicha ni limoná. O, si se prefiere, una formulación gelatinosa que no serviría ni para un barrido ni para un fregado. En todo caso, se produciría la anomalía de que, en un país tan importante como Italia, no existiría una relevante formación de izquierdas de inspiración socialista. Por otra parte, la Internacional socialista (donde, no se olvide, está el PT de Lula y el partido sudafricano de Nelson Mandela) no tendría espacio en Italia. Sentimentalismos aparte: ¿se archivaría el santoral de los Labriola y Gramsci, Di Vittorio y Lama, entre otros?A estas alturas, nadie sabe qué ocurrirá. Pero, sea como fuere, la sensatez me lleva a plantear dos cuestiones de gran importancia: 1) que todos adquieran el firme compromiso de no interferir, molestar, estropear la acción unitaria del gobierno; 2) normalizar el proceso mediante la preparación de un congreso participativo de los Ds.Es decir, que hable todo el mundo, no sólo los relumbrones. Una vez acabado el proceso cada cual se irá donde al lugar de sus preferencias. Un servidor pondrá el retrato de Luciano Lama junto al de Di Vittorio en el comedor de casa: el primero, un revolucionario-reformista; el segundo, un reformista-revolucionario. No se trata de oxímoron alguno. Mientras tanto, le mando un paquete de tabaco en picadura al amigo Bruno Trentin. Porque las penas, con tabaco son menos. Ahora mismo estoy hablando con Ceferino de Hizla que acaba de llegar al aeropuerto de El Prat, procedente de Roma y va camino de Parapanda. Me recibió en la sala de espera cantando un aria de Le Nozze de Figaro: Dove andrai il farfallone amoroso? Como la gente de La Vega de Granada no hace nada gratuito, me pongo a considerar que la musiquilla tiene algún destinatario.