sábado, 4 de abril de 2009

El Presidente Rodríguez Zapatero ha planteado dos iniciativas de gran calado y extenso recorrido: el cambio de modelo productivo y una ley de sostenibilidad de la economía. Los que profesan el antiguo oficio de pesimistas al por mayor se disponen, con renovado ardor guerrero, a manifestar que es una venta de humo; quienes ejercen el pesimismo al detall abren los ojos como platos y, como el ruiseñor lorquiano, parecen decir “veremos”. En cualquier caso, Zapatero expone un proyecto ambicioso y de gran coraje político.


Los problemas, sin embargo, empiezan cuando –hasta la hora presente— el Presidente del Gobierno no ha planteado en ningún medio unos mínimos contenidos concretos de su audaz (y necesaria) iniciativa. Es más, todavía no ha vinculado el cambio de modelo productivo con la ley de sostenibilidad de la economía. Es decir, no ha hablado de los vínculos y compatibilidades entre lo uno y lo otro. De donde el lector poco avisado podría entender que se trata de dos retos más o menos diferentes.


Y los problemas siguen cuando nadie está informado acerca de qué bases, por mínimas que sean, existen para convertir en acto el potencial deseo de Rodríguez Zapatero. Es decir, qué humus hay para, desde ahí, configurar una serie de disposiciones normativas –aunque sean incipientes— sobre dicha economía sostenible.


Digamos las cosas con una aproximada claridad: la consciencia real del empresariado español no se distingue precisamente por esa labor; las prácticas negociales entre los pacatamente llamados agentes sociales tampoco apuntan a novedades en la materia; y, hasta la presente, nadie desde el mundo de los saberes ha insinuado por dónde abrir la lata. O, lo que es lo mismo, hay que tocar muchas teclas para que las propuestas de Zapatero vayan adquiriendo una mínima fisicidad. Si no se abren –gradualmente, por supuesto— esas latas, los pesimistas al por mayor podrán afirmar, desparpajadamente, que eso eran pollas en vinagre.


Por lo demás, tanto la construcción de un nuevo modelo productivo como su ley “de acompañamiento” (la de la sostenibilidad de la economía) no pueden ser un conjunto de retales dispersos, desconectados los unos de los otros. Y más todavía, de manera articulada es preciso concretar un conjunto de variables que encajen aproximadamente en el polinomio. De momento, tengo para mí que sin una reforma fiscal, orientada en esa dirección, no hay posibilidad alguna de llegar a buen puerto. Y, sin pelos en la lengua: no es posible que la presente negociación colectiva –plagada mayoritariamente de contenidos fordistas— pueda jugar un papel adecuado para el mencionado proyecto.


Pido disculpas si se me va la mano, pero la pregunta que viene me lleva por la calle de la amargura: ¿con qué líderes políticos, empresariales y sociales se pone en marcha tan necesaria iniciativa? La respuesta es clara: con los que hay. Porque no se puede esperar el relevo. Ahora bien, los que existen, están en mayor o menor medida contagiados de toda una serie de prácticas que van en dirección contraria de lo que se ha planteado.

¿Pesimismo al por menor? No, es una manera amable de llamar la atención de las interferencias y, en algunos casos, dificultades existentes. De manera que no hay más remedio que recordar al viejo don José Zorrila: “Haremos … lo que podamos / Escribano, al caer el sol / al Cristo que está en la Vega / tomaréis declaración”.