lunes, 5 de febrero de 2007

A VUELTAS CON LA PARTICIPACIÓN

1.-- Me dicen algunos que siempre he tenido la querencia a mitificar “eso de la participación”. Tal vez sea verdad porque no es la primera vez que me lo echan en cara. De manera que no tengo más remedio que insistir sobre el asunto, y nuevamente volver a la carga. En todo caso, vale la pena matizar a estas voces amigas, conocidas y saludadas. Por lo general yo apenas he hablado de ‘la participación’, pues es algo que considero abstracto. Un servidor acostumbra a usar la expresión ‘hechos participativos’, pues en ellos donde la participación adquiere fisicidad. Más todavía, afirmo y recuerdo que siempre hablé de hechos participativos adecuadamente informados y suficientemente normados. Porque la participación anómica o es un paripé o, peor aún, una sonora tomadura de pelo: instrumental, por supuesto. De todas formas, en honor a quienes me llaman la atención utilizaré el vocablo que ellos emplean.

La participación –no considero necesario definir ese concepto a estas alturas-- tiene la posibilidad de poner encima de la mesa los saberes y conocimientos que existen en todos aquellos que quieren decir la suya. No escondo, claro está, que en los hechos participativos siempre hay una disputa de intereses y, bien mirado, como consecuencia existe una cierta pugna de intereses, más o menos aflorados, más o menos velados.¿Y qué? Lo contrario de la participación es la confiadamente acrítica delegación de responsabilidades que, de instalarse definitivamente, limitaría la densidad democrática de los sujetos sociales y políticos. Lo que, como estamos viendo, lleva a una determinada inhibición de la ciudadanía con relación a la vida democrática que, por lo general, acaba en la ‘experta’ gestión de políticos y técnicos. De ahí que, en mi artículo sobre “El catalanismo social” (también como antídoto) haya insistido cabezonamente en la importancia de la participación o, si se prefiere, de los hechos participativos. Me permito un inciso: no estoy impugnando la mediación, orientada a aproximar posturas de signo diverso.
Cuando con toda razón se plantea, directa o indirectamente, la democratización del trabajo; cuando atinadamente se demandan controles a los organismos públicos y a las instituciones; cuando se exige más transparencia en las decisiones que afectan a los ciudadanos, sin lugar a dudas se está hablando con propiedad. Una participación que no se plantea, desde luego, como una actividad fisiológica sino en clave de utilidades. Participación, control y transparencia conducen, como hipótesis fuerte, a utilidades. La ausencia de ello, como certeza, lleva a lo contrario.

2.-- La gradual desaparición del sistema fordista está dejando paso a un nuevo paradigma, así en el centro de trabajo como en la sociedad. Incluso el taylorismo está conociendo llamativas novedades (que, cierto, no impugnan su carácter de fondo) que ya no son las del viejo estilo prusiano: hay que evitar confundir el nuevo con el viejo taylorismo sin olvidar lo (mucho) que les une. Las acciones colectivas del sindicalismo confederal han tenido –no todo, pero sí algo-- que ver con la desfordización y las mudanzas del taylorismo. 

Pues bien, lo nuevo –que aparece unas veces de forma abrupta, otras de manera parsimoniosa--, lo nuevo, digo, posibilita una participación más cotidianamente normalizada. Hoy, la versatilidad de los nuevos instrumentos de producción y los nuevos materiales facilitan los hechos participativos, alargándolos y no estando sujetos a la coincidencia del tiempo y el espacio. Hasta hace relativamente pronto, la asamblea físicamente coral (todos en el mismo lugar y a la misma hora) era una condición necesaria. Las cosas han cambiado: además de la reunión físicamente coral, hoy se dispone también de aquellas maneras variadas que permite el nuevo paradigma post fordista.

3.-- No existen hechos participativos, como concreción de la participación, cuando se ejerce el asambleismo donde la arenga substituye a la palabra razonada. O por mejor decir, cuando la arenga suplanta la información escrita de los contenidos a tratar, expuestos con lenguajes inteligibles. Lo que tiene su especial importancia precisamente en los momentos de la negociación del convenio colectivo. La información suficiente, antes de la toma de decisión, debe ser una regla de oro para el buen ejercicio de los hechos participativos. Una buena práctica, en parecido orden de cosas, la podemos encontrar en el ius sindicalismo de Fiteqa. Esta organización federativa ha normado con acierto las condiciones para establecer los grupos dirigentes de la sección sindical de empresa. Es, indudablemente, una concreción de lo que podemos entender como ius sindicalismo (1).

De igual modo, también vale la pena salir al paso de lo que podríamos definir miradas distorsionadoras de la participación. Serían aquellas que se refieren a considerar ineludible la consulta participada de la gente en ciertas ocasiones y su contrario en otros momentos. Por ejemplo, no han sido infrecuentes las voces que se orientan a la decisión sólamente entre dos o tres personas cuando hay que convocar el conflicto; sin embargo, para proceder a la desconvocatoria se exige el baño democrático o, para ser más certeros, el placebo del asambleismo y la arenga. Y tres cuartos de lo mismo: para no firmar el convenio, basta la opinión de Pedro y Pablo, mientras que para estampar la rúbrica se aduce la necesidad del baño democrático. Esto es populismo del más rancio pelaje, no es participación. ¿Cosas del sindicalismo sólamente? No, no: hemos visto hace unos días que, para construir bolivarianamente el socialismo, se ponen todos los poderes en mano de un caballero. Lo que estaría rematadamente mal, incluso si los que delegan las responsabilidades están un año sin cobrar un duro como parlamentarios.

La participación, así pues, debe ser un acto con las mayores formalidades democráticas. Algunos de sus componentes (que, en parte hemos anunciado) deberían ser: a) la información por escrito de los contenidos a tratar y decidir, b) el establecimiento de los correspondientes quorums, y c) el uso más generalizado de la votación secreta, dejando el tiempo necesario para darle vueltas a la cabeza y decidir inteligentemente.

(1) Ver Isidor Boix y José Luis López Bulla: “Elecciones (sindicales) en Fiteqa”. Revista Derecho Social, núm.29. 2005