A eso de las doce y media mi mujer y un servidor estábamos en Palermo, concretamente en la Vucchiria. Suena el móvil. Es Silvia Cupolo, de Catalunya radio. Me dice que ha muerto Jordi Solé Tura. Quiere que le dé unas primeras impresiones. La noticia me deja un sabor amargo por motivos obvios y porque estas cosas son más duras cuando se está fuera de casa.
Conocí a Jordi Solé Tura en la cárcel; era cuando el Estado de excepción de 1969. Recuerdo su tenacidad y su pasión por todas las cosas, dos constantes vitales durante toda su vida. Una y otra se expresaban (al igual que en el estudio y en el trabajo), por ejemplo, cuando jugábamos al fútbol: parecía que le iba la vida en el juego de la pelota, corría como si estuviéramos en la final de la Copa del Mundo. Más tarde, estando un servidor en la Prisión de Soria, volví a tener un contacto indirecto con Jordi, a través de su magnífica traducción de la biografía de Antonio Gramsci y del estudio de su libro (de hecho era su tesis doctoral) “Catalanisme i revolució burguesa”, que fue estúpidamente zarandeado por ciertos sectores del nacionalismo alpargatero. Más tarde retomé el contacto cuando su grupo (Bandera Roja) ingreso en el PSUC.
Solé Tura impresionaba siempre por la rigurosidad de sus planteamientos, que siempre exponía con una enorme sencillez y sin ornamentación. Románico puro. Conciso y al grano. Con fama de serio, aunque en realidad era un bromista muy ocurrente. Por ejemplo, en puertas de no sé qué elecciones estábamos en una reunión de esas que se llaman de “estrategia electoral”. Un servidor dijo que el eslogan electoral era un latazo, entonces me pasó un papel, proponiéndome en broma dos lemas: “Vota al Guti, un candidat amb tota la barba” y “Vota a Benet, un candidat que fila prim”, aludiendo a la extrema delgadez de Josep Benet y a la perilla de Antonio Gutiérrez Díaz.
Sabemos, por su notoriedad, que Solé era un dirigente político del más alto nivel. De ahí su responsabilidad como portavoz del grupo parlamentario comunista y sus trabajos como redactor de la Constitución. Pero lo que quizá no haya sido referido (todavía) era la proximidad que tenía con la gente, la sencillez de sus relaciones con las personas de carne y hueso.
La última vez que le ví fue cuando el último homenaje a Gregorio López Raimundo, ya fallecido. Le guiaba su compañera, Teresa Eulàlia Calzada. Iba saludando a todo el mundo, aunque veíamos que ya no conocía a nadie. Perdón, la última vez que le ví fue en la película que hizo su hijo Albert. Le recuerdo en el laberinto, jugando con su nieta al escondite. Y la niña diciendo: Jordi, aquí, aquí.
Conocí a Jordi Solé Tura en la cárcel; era cuando el Estado de excepción de 1969. Recuerdo su tenacidad y su pasión por todas las cosas, dos constantes vitales durante toda su vida. Una y otra se expresaban (al igual que en el estudio y en el trabajo), por ejemplo, cuando jugábamos al fútbol: parecía que le iba la vida en el juego de la pelota, corría como si estuviéramos en la final de la Copa del Mundo. Más tarde, estando un servidor en la Prisión de Soria, volví a tener un contacto indirecto con Jordi, a través de su magnífica traducción de la biografía de Antonio Gramsci y del estudio de su libro (de hecho era su tesis doctoral) “Catalanisme i revolució burguesa”, que fue estúpidamente zarandeado por ciertos sectores del nacionalismo alpargatero. Más tarde retomé el contacto cuando su grupo (Bandera Roja) ingreso en el PSUC.
Solé Tura impresionaba siempre por la rigurosidad de sus planteamientos, que siempre exponía con una enorme sencillez y sin ornamentación. Románico puro. Conciso y al grano. Con fama de serio, aunque en realidad era un bromista muy ocurrente. Por ejemplo, en puertas de no sé qué elecciones estábamos en una reunión de esas que se llaman de “estrategia electoral”. Un servidor dijo que el eslogan electoral era un latazo, entonces me pasó un papel, proponiéndome en broma dos lemas: “Vota al Guti, un candidat amb tota la barba” y “Vota a Benet, un candidat que fila prim”, aludiendo a la extrema delgadez de Josep Benet y a la perilla de Antonio Gutiérrez Díaz.
Sabemos, por su notoriedad, que Solé era un dirigente político del más alto nivel. De ahí su responsabilidad como portavoz del grupo parlamentario comunista y sus trabajos como redactor de la Constitución. Pero lo que quizá no haya sido referido (todavía) era la proximidad que tenía con la gente, la sencillez de sus relaciones con las personas de carne y hueso.
La última vez que le ví fue cuando el último homenaje a Gregorio López Raimundo, ya fallecido. Le guiaba su compañera, Teresa Eulàlia Calzada. Iba saludando a todo el mundo, aunque veíamos que ya no conocía a nadie. Perdón, la última vez que le ví fue en la película que hizo su hijo Albert. Le recuerdo en el laberinto, jugando con su nieta al escondite. Y la niña diciendo: Jordi, aquí, aquí.