En la entrada ¿UNA NUEVA FASE EN EL PARTIDO DEMOCRATICO ITALIANO? señalaba la novedad que podría representar la elección de Pierluigi Bersani como primer espada del Partito democratico italiano. Me basaba en dos cosas: la lectura de los documentos de Bersani y en las informaciones de buenos amigos que nunca tuvieron pelos en la lengua. Quiero seguir manteniendo tales esperanzas, fundadas en este caso en un razonable cacho de posibilismo. Pero es el caso de…
… es el caso de que me he llevado una sorpresa bastante desagradable con unas sorprendentes declaraciones de Bersani. El flamante secretario del Partito democratico italiano se ha dejado caer con esta afirmación: “"Un'antica tradizione come il crocifisso non può essere offensiva per nessuno. Penso che su questioni delicate come questa, qualche volta il buonsenso finisce di essere vittima del diritto”. Que no necesita traducción ni aclaración.
Es sabida la áspera polémica que hay en Italia sobre el tema del crucifijo (y otros símbolos religiosos) en los lugares públicos y, especialmente, en la escuela. Y no menos conocida es la resolución del Tribunal Europeo dando cumplida respuesta a quienes impugnaban la presencia del crucifijo. Hablando en plata, el Tribunal dijo: “No ha lugar”. Y, entonces, para decirlo en palabras castizas se armó la de Dios es Cristo. Hubo quien aplaudió y quien, como el jabalí, se pasó el día rebudiando. También los hubo que dijeron: “haremos lo que nos pase por la entrepierna”.
Las declaraciones de Bersani son sorprendentes. Porque el dirigente político se atribuye que nadie puede sentirse ofendido por una tradición antigua. ¿Cómo lo sabe? Sorprendentes, además, porque –según él-- el buen sentido acaba siendo “víctima del Derecho”. Palabras que, en mi opinión, son excesivamente arriesgadas. Así pues, Bersani ha perdido la oportunidad de afirmar prudentemente que “no comparte la sentencia del Tribunal, pero que la respeta”. Con lo que, aunque se le siga viendo el plumero, hubiera quedado mejor. Y, por lo menos, no hubiera ofendido a quienes sí se sienten ofendidos por la incoherencia de la presencia de determinados símbolos religiosos en las instancias del Estado no confesional.
Pero hay más: ¿todas las antiguas tradiciones deben respetarse en tanto que antiguas tradiciones? Sería farragosa la lista de las antiguas tradiciones y, para no ofender a nadie, dejaré las cosas así. Pero no me resisto a citar una antigua tradición con menos solera: la separación entre Iglesia y Estado. Aunque, a decir verdad, se trata de una separación imperfecta. Y, por supuesto, siempre mirada en clave de fastidio por parte de no sé cuantos sectores.
Lo diré con claridad: soy agnóstico con la cabeza y ateo con las tripas. Lo que no me impide ser respetuoso con las creencias. Ya he dicho en innumerables ocasiones que tengo muy buenas amistades con cristianos de diversa condición. He mencionado en frecuentes momentos el compromiso común entre creyentes e increyentes (ésta es una palabreja que siempre me dio repelús) en los primeros andares de la gestación de Comisiones Obreras o la solidaridad fuerte de sacerdotes en todo Catalunya y de las monjas (por ejemplo, las de los conventos de San Hermenegildo y Maó en Barcelona) con las luchas obreras de principios de los setenta. De manera que lo tienen crudo quienes piensen que soy un anticlerical o un comecuras: no fue esa la formación familiar que recibí en casa por parte de mi padre adoptivo, el maestro confitero Ceferino Isla.
Pero tampoco es desde esa forma de ser (el respeto abstracto hacia los demás, creyentes en ese caso) lo que me hace razonar: se trata del respeto y cumplimiento al Estado de Derecho, de sus normas democráticas. En concreto, la consideración de que el Derecho en democracia está ahí y la Iglesia en otro lugar. Así en España como en Italia.
Peliaguda batalla es ésta, la de los símbolos religiosos. Y no digamos toda esa panoplia de “las raíces cristianas en Europa” como elemento central de las polémicas en curso. Pero, oído cocina: las raíces cristianas tienen diversa consideración. Las ha habido de todo tipo: desde las enormemente positivas a las que se engendraron, desarrollaron y consolidaron a sangre y fuego. Por supuesto, no sólo desde el catolicismo, también a los reformadores protestantes se les fue la mano de lo lindo. Unas raíces cristianas como fruto de la alianza entre le sabre et le goupillon (que diría Jean Ferrat), ya fuera el sable de Carlos V o de Federico de Sajonia; el primero con los hisopos de Roma, el segundo con los de Lutero. En resumidas cuentes, hay antiguas tradiciones que tienen el color de verde vómito.
Querido Bersani, te recomiendo la lectura de un libro. Se trata de Herejes en la historia, a cargo de Mar Marcos [Trotta, 2009]. No veas lo que explican los diversos ponentes: todos ellos gente muy respetable. Y, me permitirás una amable consideración: omnia sunt comunia, el lema de los amigos de Thomas Münzer, quemado en carne viva por Sajonia y Roma. Por lo demás, a pesar de todos los pesares, sigo esperando que puedas dar (y que te dejen dar) el do de pecho en la izquierda. Como mínimo el que daba Franco Corelli en la afamada aria Di quella pira donde sólo se quema de mentirijillas. Vale.
… es el caso de que me he llevado una sorpresa bastante desagradable con unas sorprendentes declaraciones de Bersani. El flamante secretario del Partito democratico italiano se ha dejado caer con esta afirmación: “"Un'antica tradizione come il crocifisso non può essere offensiva per nessuno. Penso che su questioni delicate come questa, qualche volta il buonsenso finisce di essere vittima del diritto”. Que no necesita traducción ni aclaración.
Es sabida la áspera polémica que hay en Italia sobre el tema del crucifijo (y otros símbolos religiosos) en los lugares públicos y, especialmente, en la escuela. Y no menos conocida es la resolución del Tribunal Europeo dando cumplida respuesta a quienes impugnaban la presencia del crucifijo. Hablando en plata, el Tribunal dijo: “No ha lugar”. Y, entonces, para decirlo en palabras castizas se armó la de Dios es Cristo. Hubo quien aplaudió y quien, como el jabalí, se pasó el día rebudiando. También los hubo que dijeron: “haremos lo que nos pase por la entrepierna”.
Las declaraciones de Bersani son sorprendentes. Porque el dirigente político se atribuye que nadie puede sentirse ofendido por una tradición antigua. ¿Cómo lo sabe? Sorprendentes, además, porque –según él-- el buen sentido acaba siendo “víctima del Derecho”. Palabras que, en mi opinión, son excesivamente arriesgadas. Así pues, Bersani ha perdido la oportunidad de afirmar prudentemente que “no comparte la sentencia del Tribunal, pero que la respeta”. Con lo que, aunque se le siga viendo el plumero, hubiera quedado mejor. Y, por lo menos, no hubiera ofendido a quienes sí se sienten ofendidos por la incoherencia de la presencia de determinados símbolos religiosos en las instancias del Estado no confesional.
Pero hay más: ¿todas las antiguas tradiciones deben respetarse en tanto que antiguas tradiciones? Sería farragosa la lista de las antiguas tradiciones y, para no ofender a nadie, dejaré las cosas así. Pero no me resisto a citar una antigua tradición con menos solera: la separación entre Iglesia y Estado. Aunque, a decir verdad, se trata de una separación imperfecta. Y, por supuesto, siempre mirada en clave de fastidio por parte de no sé cuantos sectores.
Lo diré con claridad: soy agnóstico con la cabeza y ateo con las tripas. Lo que no me impide ser respetuoso con las creencias. Ya he dicho en innumerables ocasiones que tengo muy buenas amistades con cristianos de diversa condición. He mencionado en frecuentes momentos el compromiso común entre creyentes e increyentes (ésta es una palabreja que siempre me dio repelús) en los primeros andares de la gestación de Comisiones Obreras o la solidaridad fuerte de sacerdotes en todo Catalunya y de las monjas (por ejemplo, las de los conventos de San Hermenegildo y Maó en Barcelona) con las luchas obreras de principios de los setenta. De manera que lo tienen crudo quienes piensen que soy un anticlerical o un comecuras: no fue esa la formación familiar que recibí en casa por parte de mi padre adoptivo, el maestro confitero Ceferino Isla.
Pero tampoco es desde esa forma de ser (el respeto abstracto hacia los demás, creyentes en ese caso) lo que me hace razonar: se trata del respeto y cumplimiento al Estado de Derecho, de sus normas democráticas. En concreto, la consideración de que el Derecho en democracia está ahí y la Iglesia en otro lugar. Así en España como en Italia.
Peliaguda batalla es ésta, la de los símbolos religiosos. Y no digamos toda esa panoplia de “las raíces cristianas en Europa” como elemento central de las polémicas en curso. Pero, oído cocina: las raíces cristianas tienen diversa consideración. Las ha habido de todo tipo: desde las enormemente positivas a las que se engendraron, desarrollaron y consolidaron a sangre y fuego. Por supuesto, no sólo desde el catolicismo, también a los reformadores protestantes se les fue la mano de lo lindo. Unas raíces cristianas como fruto de la alianza entre le sabre et le goupillon (que diría Jean Ferrat), ya fuera el sable de Carlos V o de Federico de Sajonia; el primero con los hisopos de Roma, el segundo con los de Lutero. En resumidas cuentes, hay antiguas tradiciones que tienen el color de verde vómito.
Querido Bersani, te recomiendo la lectura de un libro. Se trata de Herejes en la historia, a cargo de Mar Marcos [Trotta, 2009]. No veas lo que explican los diversos ponentes: todos ellos gente muy respetable. Y, me permitirás una amable consideración: omnia sunt comunia, el lema de los amigos de Thomas Münzer, quemado en carne viva por Sajonia y Roma. Por lo demás, a pesar de todos los pesares, sigo esperando que puedas dar (y que te dejen dar) el do de pecho en la izquierda. Como mínimo el que daba Franco Corelli en la afamada aria Di quella pira donde sólo se quema de mentirijillas. Vale.