jueves, 20 de diciembre de 2007

La memoria histórica del sindicalismo

Apuntes para un Seminario sobre la "memoria histórica", que organiza el profesor Aparicio Tóvar. Mi pregunta es: "Querido Joaquín, ¿va por aquí la cosa o el debate que tienes en la cabeza va en otra dirección?. Dímelo y corrijo. (


Me gustaría enfocar el tema que nos ocupa –esto es, la Memoria histórica-- de una manera un tanto diversa a cómo se han enfocado las cosas en nuestro país en los últimos tiempos. Y, desde luego, con relación a lo que parece que conozco de manera aproximada, a saber: la memoria histórica en el movimiento sindical español, y por extensión en el europeo*.

Empezaré con algunas preguntas que, aparentemente, tienen la pinta de ser provocadoras. ¿Qué pasaría si preguntara en Granada a unos sindicalistas por Ramón Lamoneda? ¿Qué sucedería si hiciera lo mismo en Valencia con relación a Juan López, o en Sabadell por Josep Moix o en Barcelona por Joan Peiró y Angel Pestaña? ¿Qué contestación me daría un dirigente sindical español del más alto nivel si le comentara algo de Daniel de León? Sí, hombre –le diría al alto dirigente-- Daniel de León el fundador de los wooblys... Más complicaciones todavía ¿quiénes eran estos wooblys?

De todos los citados hay, en mayor o menor grado, memoria escrita y, de algunos de los nombrados, todavía existe memoria oral. ¿Sería exagerar si manifestara que me llevaría un chasco superlativo si hiciera esas preguntas a la cofradía sindical en Granada y Valencia, Sabadell y Barcelona? Creo que no exageraría lo más mínimo. Y, sin embargo, es sabido que cada hermandad guarda una cierta memoria “de los suyos”. Los físicos saben quién era Gay-Lusac, los filósofos te dan razones de Epicuro, los músicos conocen a Bocherini y los literatos conocen quién era don Marcial Lafuente Estefanía. Sin embargo, Lamoneda, Juan López, Moix, Peiró, Pestaña y Daniel de León (por no hacer la lista más larga) duermen plácidamente en los archivos del olvido. Quiero decir, olvidados por sus deudos. Francamente, ignoro las razones de ese olvido que viene de muy lejos; mi generación también participó de estos descuidos.

Cierto, nosotros no conservamos esa memoria, ni tampoco la trasmitimos a las nuevas generaciones sindicales. De ahí que los nombres anteriormente citados fueran tan perfectamente desconocidos como lo siguen siendo en la actualidad. Y por no estudiar, tampoco estudiamos los grandes hitos del conflicto social así en España como en todo el mundo. Nos contentamos con tener una culturilla general sobre el origen del Primero de Mayo y los mártires de Chicago, leímos superficialmente los asesinatos de Estado contra Sacco y Vanzetti y cuatro cosas más. Así pues, también nosotros estuvimos desarraigados de nuestra memoria histórica. Algunos, por ejemplo, pudieron pensar que la arquitectura organizativa de la casa sindical la concebimos nosotros, cuando la realidad es que éramos deudos de la reforma que hizo Joan Peiró en el famoso Congreso de la CNT (Sans, 1918): unas estructuras que, a pesar de los grandes cambios en todos los órdenes, se mantienen incomprensiblemente intactas.

¿Teníamos documentación para acceder a “la memoria sindical”? Sí, teníamos. Y algo leímos. Por ejemplo, la historia del movimiento obrero de don Manuel Tuñón de Lara. Pero mucho me temo que nuestras lecturas fueron “en diagonal” y, así las cosas, no podíamos escarbar convenientemente en la historia. En resumidas cuentas, si hoy se desconoce la historia y hay déficit de memoria en la casa sindical, la responsabilidad la tenemos las gentes de mi generación. No la tiene, pues, el empedrao. Tal vez, tuvimos una cierta arrogancia en considerar que las cosas empezaban en nosotros mismos, olvidando que no pocas enseñanzas estaban ya dadas. Por ejemplo...

Por ejemplo, pensamos que habíamos inventado la “combinación de las posibilidades legales y su relación con las extralegales” para combatir la dictadura y su ortopedia sindical verticalista. De hecho dos grandes sindicalistas, casi contemporáneos entre ellos, lo habían teorizado y puesto en práctica de manera más o menos simultánea: Joan Peiró en tiempos de la dictadura primorriverista y Giuseppe Di Vittorio contra la mussoliniana. Algo que no sabíamos, desde luego. Y tantas otras cosas.

Lo chocante es que posteriormente hemos exigido la recuperación de la memoria histórica sin haber aclarado que nosotros no la cultivamos en nuestra casa, y siendo herreros como éramos teníamos cuchillos y tenedores de palo. Así pues, ¿porqué los actuales sindicalistas iban a conocer a Lamoneda, Daniel de León? ¿A santo de qué debían conocer el gran movimiento norteamericano de los wooblys? Bien, ya se han apuntado las responsabilidades de mi generación. Es cosa, por lo tanto, de pasar a estos tiempos de hoy.

Las generaciones de hoy deben recuperar el tiempo perdido en lo atinente a la “memoria histórica” de la casa sindical y, por supuesto, al inseparable vínculo que la une a la memoria democrática en general. Porque no se trata de una cuestión de erudición historicista. Tiene, claro que sí, mucho que ver con el conocimiento de cómo intervenir ahora en la acción colectiva del sindicalismo confederal y con el ejercicio de los derechos. Ni que decir tiene guarda relación con las necesarias autorreformas de la casa sindical y con el ejercicio del conflicto social.

Es el momento insoslayable de revisitar (o de leer por primera vez) dos libros –de momento recomiendo dos libros para no abrumar excesivamente al personal—de gran interés: el primero es la Historia del movimiento sindical inglés, cuyos autores son el afamado matrimonio de los Webb (Beatrice y Sidney, de filiación fabiana); el segundo es el anteriormente apuntado de Tuñón de Lara. Otro día recomendaré otros, también de suculentas enseñanzas.

El de los Webb es de gran importancia porque describe los primeros andares de las reivindicaciones en los convenios (tal como eran en aquellos entonces) y la génesis de la forma-sindicato y sus primeras estructuras. Una lectura perspicaz nos mostraría las razones de por qué las reformas sindicales nunca vinieron de los grupos dirigentes del “centro” sino de las periferias. Lo que, por ejemplo, se constata en tiempos más recientes –otoño italiano de los primeros setenta— con la creación de los “consejos de fábrica”, vistos de manera asaz inamistosa por la mayoría del centro dirigente del sindicalismo italiano.

El libro de Tuñón nos es más próximo, naturalmente. Ahí tenemos, entre otras cosas, no pocas descripciones de la permanente memoria sindical de la división entre UGT y CNT. Y algunos pespuntes de las diversidades que, todavía se reflejan, en los sindicalismos territoriales españoles.

Ahora bien, leer ambos libros puede ser de gran interés porque uno y otro describen las dos grandes `transiciones´ del sistema y, por lo tanto, de la acción colectiva: la de la primera revolución industrial y la de finales del siglo XIX. Comoquiera que, en la actualidad, vivimos otra gran transformación –del fordismo hacia otro paradigma— tendría utilidad revisitar aquella memoria y ver qué enseñanzas nos deparan aquellos tiempos.

Hubo un tiempo en que la historiografía benévola se dedicaba, siempre de manera muy parca, a biografíar las vidas ejemplares de los santos laicos del sindicalismo. Pongo como ejemplo dos de ellas: “Pablo Iglesias, educador de muchedumbres” y “Giuseppe Di Vittorio”. Más allá de sus limitaciones –sus autores, además, no eran historiadores-- jugaron un noble papel, pues venían a situar en “la memoria” el relato de los próceres del movimiento obrero. Tenían, en todo caso, el defecto de las biografías más convencionales, que dicho caricaturescamente era la situar el personaje al margen del conflicto social. Es como si se escribiera la vida del ajedrecista Capablanca sin relatar la partida de ajedrez y el juego del contrincante. Tenían aquellas dos biografías el encanto de las “vidas ejemplares” de los santos padres de la iglesia católica, apostólica y romana. Más o menos: san Pablo Iglesias y san Giuseppe Di Vittorio.

En fin, como el tiempo apremia, tomo carrerilla para ir acabando. El material archivístico, las nuevas investigaciones científicas pueden ser un material necesario para que las nuevas generaciones sindicales tengan unas mínimas condiciones `técnicas´ para reapropiarse de la memoria sindical histórica, y --como me hace ver Javier Tébar corrigiéndome mi primer redactado-- ello será más posible si hay curiosidad intelectual, pasión por la lectura y voluntad de disponer del tiempo de otra manera. Y, naturalmente, para ello es preciso poner recursos para que las nuevas generaciones dicha documentación. Aproximadamente así, puede ser que la memoria de Anselmo Lorenzo no se pierda del todo.
____

Albacete 6 y 7 de Marzo de 2008. Jornadas sobre la Memoria histórica.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

IZQUIERDA Y DERECHA EN CATALUÑA

TRIBUNA “El PAIS” JOSÉ LUIS LÓPEZ BULLA

Sobre el fin de un modelo político

IZQUIERDA Y DERECHA EN CATALUÑA

JOSÉ LUIS LÓPEZ BULLA 11/05/1990

El articulista polemiza con Jordi Solé Tura sobre la hipótesis de que Cataluña se encuentre "en el fin de un modelo político". A su juicio, la gran novedad es que, pese a seguir presente el. victimismo, se pasa a ejercer políticas concretas.

__________

Solé Tura reincide en no pocos elementos de juicio que siempre ha expresado de manera tan sincera como clara, y que tantas antipatías le ha creado desde las filas convergentes. Sin embargo, la reincidencia de su análisis, que sigue siendo correcto, no define ya con precisión, creo yo, las novedades emergentes y los contrastes que aparecen en el panorama político catalán.La reincidencia analítica de mi amigo Solé Tura se manifiesta en lo siguiente: Pujol ostentador de toda Cataluña, que expulsa el conflicto hacia Madrid en clave victimista. Creo que la novedad consiste en que "una cosa es predicar y otra es dar trigo", si es que se me permite esta vulgarización política. Con otras palabras, del victimismo, que sigue estando presente, se pasa a ejercer políticas concretas, a decidir con hechos políticos, que ya no tienen la coartada culpabilizadora "hacia Madrid". Aquí está una de las novedades emergentes del quehacer político autonómico. Lo anterior arrastra toda una serie de consecuencias, que son las diversas situaciones de conflicto, que hoy conocemos en Cataluña, que apunta sólo de manera tangencial Jordi Solé Tura. Estos conflictos se refieren a temas tan diferentes como los residuos, las aguas, la enseñanza y la sanidad, por ejemplo. En ellos intervienen amplias masas con mayor o menor radicalidad. Estamos, por lo que se ve, ante conflictos "sectoriales" que estan separados entre sí, y separados también de la política. De la política convencional, se entiende. Son, por lo demás, conflictos "defensistas" y escasamente alternativos, que cuando adquieren naturaleza política pronto se desvanece. Es posible que una parte de la explicación que lo justifique radique, bien en que los sujetos que intervienen en esas movilizaciones no vean a una organización opositora en clave de indistinción con quienes desde Barcelona generan el conflicto, o bien porque no confíen en que otros sujetos opositores sean una alternativa clara con la suficiente capacidad de mediación y de fuerza en tales litigios. Total, que entre unos y otros la casa está sin barrer, y nunca mejor dicho. En resumen, no se trata que la política instrumentalice estos amplios movimientos de protesta; ni que los homologue de manera artificial. Se trataría, tal vez, de que la política ejerza su noble función, su utilidad social; y que ello pueda ser observado por las gentes.

Esta neblina es. la que puede provocar un, me parece a mi, sorprendente final del artículo de Solé Tura cuando afirma que "lo importante es que surjan puntos de referencia sólidos ante la opinión, que aparezcan fuerzas capaces de detener el actual deterioro...". Digo que es sorprendente porque -descartada la naturaleza de un Solé Tura politólogo- no parece que nuestro amigo, un destacado exponente del PSC-PSOE, concrete excesivamente. Claro, la pregunta que sugiere la formulación politológica es la siguiente, ¿quiénes son esos puntos de referencia, qué naturaleza tienen, quienes la componen, qué capacidad unitaria -si es que eso es posible tienen los mencionados referentes? No son interrogantes aviesos, es -simplemente- una necesidad de clarificación ante un final de la exposición soleturiana no suficientemente clarificador. En todo caso algo me parece de gran importancia en las palabras de Jordi Solé Tura: no habla del monopolio de la representación de una sóla fuerza política de izquierdas, ni tampoco de "la centralidad" de tal fuerza política.

Pero, a la luz de las observaciones del articulista, no es posible dejar pasar una oportunidad de tanta enjundia como esa. Mi lógica me dice que si estamos en una fase "donde se puede empezar a hablar ya del fin de una etapa y del comienzo de otra" en la que se necesitan "puntos de referencia" no parece descabellado que esos referentes -o por lo menos, algunos- deben ser políticos, de naturaleza política. Y ello con la voluntad de cambiar las relaciones de poder. En caso contrario, ¿qué se nos anuncia para el comienzo de la nueva etapa?

Rechazo de hipótesis

Como Solé Tura no lo avanza, tampoco tiene por qué, yo me permito rechazar la hipótesis consociativa entre la margen derecha y la margen izquierda. Y la rechazo porque produciría un estupor de enormes proporciones entre no pocos sectores catalanes, que entraría en una fase de desaliento, o de diáspora hacia otras latitudes.

Que la hipótesis consociativa sea rechazable es cosa bien distinta de la voluntad de pacto sobre determinados temas entre el PSC y CiU, que es perfectamente legítimo. Pero ese no es el tema de fondo. Para mi la cuestión central es si existe una voluntad clara, explicita de convertir los puntos de referencia actuales -y los que deban surgir- en sujetos activos capaces de cambiar las relaciones de poder en Cataluña. Sinceramante, esos referentes existen, a saber: las izquierdas políticas catalanas. Esta es la precariedad propositiva de los dirigentes socialistas, y es éste el gran silencio de Solé Tura. Esta ausencia de propuesta limita un mayor peso político de las izquierdas y favorece la recomposición sucesiva de las derechas catalanas.

La propuesta más pragmática sería el gran gesto de las izquierdas catalanas. A saber, el establecimiento de una nueva tensión unitaria en todos los ámbitos capaz de generar unos mínimos puntos programáticos, capaz de provocar una voluntad colectiva de cambio de relaciones de poder en Cataluña. En caso contrario las izquierdas seguirán teniendo una posición subalterna y subsidiaria, incapaz de provocar los puntos de referencia, necesarios y suficientes, que propone Solé Tura. ¿Alguien se imagina un cuaderno programático basado en tres cuestiones la social, la municipal y la parlamentaria el clima que provocaría? Finalmente, nadie debiera plantear que se rompiera cordones umbilicales. Aquí de lo que debiera tratarse es, a mi juicio, buscar una agregación exponencial de nuevas voluntades que rompan ese misticismo del vivo sin vivir en mí, que es escasamente rentable para el pueblo de Cataluña. En suma, pasar de la politología a la política.

José Luis López Bulla es secretario general de Comissió Obrera Nacional de Cataluña.

jueves, 13 de diciembre de 2007

EN LA MUERTE DE JOSEP GUINOVART


CON JOSEP GUINOVART EN AQUEL CHILE DE 1988

Cuando me enteré de que Guinovart había muerto me sentí fatal. Y, de repente, se me vinieron a la memoria dos recuerdos. El primero, las reuniones que la dirección del PSUC hacíamos en su casa en tiempos de la lucha antifranquista, creo recordar en un chalet en Sitges o Castelldefels, con el peligro que le comportaba su hospitalidad. El segundo, el viaje que hicimos a Chile, tres meses antes de que el dictador Pinochet perdiera el referéndum en 1988.

La oposición chilena organizó en el verano de 1988 una serie de actos cívico-políticos contra la dictadura pinochetista bajo el lema “Chile vive”. Su cabeza visible era el pintor catalán exiliado Josep Balmes. Su organizador en España fue Salvador Goya, un dirigente del PSUC, nacido en Chile e hijo de una exiliada catalana. Salvador montó las cosas la mar de bien, y consiguió que un grupo de personas formásemos parte de lo que podríamos llamar una `delegación europea´. Recuerdo, entre otros, a Raimon, Manolo Vázquez Montalbán, Ignasi Riera, Quico Pi de la Serra, los pintores Canogar y Genovés, el filósofo madrileño Carlos Paris y.. el gran pintor catalán Josep Guinovat. Que me dispensen los no citados, los años no pasan en balde y la memoria flaquea. Entre los europeos había gente de mucho fuste. No olvidaré la presencia de la cantante italiana Gigliola Cinquetti: aquella de “no tengo edad, no tengo edad para amarte”.

Acudimos a manifestaciones contra la dictadura y a cuantos actos de protesta se hicieron. Una mañana, a las seis de la madrugada, estábamos convocados para dirigirles la palabra a los trabajadores de la empresa Good Year. Allí estábamos Guinovart, Nani Riera y un servidor; el resto de la delegación hacía otros menesteres similares. Naturalmente acompañábamos a unos cuantos dirigentes de la clandestina Central Única de Trabajadores. Había miles de obreros que sabían de nuestra presencia y nos esperaban en los alrededores de la factoría. El sindicalista chileno Troncoso me dió un altavoz de hojalata y, con voz amistosamente imperativa, me dijo: “Don Pepe Lucho, hábleles usted a los compañeros”. Dicho y hecho. Vinen los `milicos´, nos rodean, Guinovat y Nani protegen a los compañeros chilenos. Un milico me quita el chisme de las manos, mientras el gentío prorrumpe en abucheos y silbidos.

Entonces me entra un berrinche enorme, y le digo al oficial: “¿Sabe usted con quién se está jugando los cuartos? Aquí estamos en representación de la madre patria el Premio Nobel de Pintura, don José Guinovart y este caballero es don Ignasi Riera, Presidente del Parlamento Europeo y yo soy un ciudadano de Mataró”. Guino abre los ojos como platos y Nani Riera añade una breve consideración en el más puro estilo de su alta responsabilidad institucional: “Un par de coones”. Después de una tensa negociación entre Guinovart y el milico conseguimos reanudar el parlamento cuya duración sería sólo dos minutos. Los suficientes para decirles: estamos con vosotros, viva el pueblo trabajador chileno, viva la libertad y todas esas cosas.

Acabado el ajetreo, Troncoso nos introdujo en una tartana asmática y desaparecimos raudos como una centella. Media hora más tarde, ya en barbecho, nos metimos entre pecho y espalda Troncoso, Nani y un servidor unas copitas de pisco; Guinovart bebió un te calentito. Él con su cara leonada fue el único que esa mañana no tuvo retortijones en la barriga.

martes, 11 de diciembre de 2007

HOMENAJE A ERNEST LLUCH. Los pactos de la Moncloa, hoy

1.-- Yo viví intensamente aquel periodo desde mis responsabilidades en la dirección de Comisiones Obreras de Catalunya y de España. Fue una época apasionante para nosotros, sindicalistas, que simultáneamente tuvimos que organizar en breve tiempo cosas tan relevantes como: la estructuración de un sindicato, la negociación colectiva, la participación en las elecciones sindicales en los centros de trabajo y atender el incipiente y duro proceso de reestructuración de los aparatos productivos. Lo hicimos una generación que, incluso el más viejo del lugar, nunca ejerció tareas de dirección en un sindicato democrático. En medio de ese torbellino de simultaneidades aparecieron los Pactos de la Moncloa*.

Debo decir que me encontré ante un panorama harto complejo. La única organización social que defendió el acuerdo fue Comisiones Obreras; Ugt se movió en una toponomástica que la distanciaba un tanto del Psoe, al tiempo que se alejaba de nosotros, tal vez intentando obtener el predicamento de ciertos sectores radicales que vieron de manera inamistosa la opción que tomó el grupo dirigente de mi sindicato. Me excuso si recuerdo un dato: los sindicatos no fuimos llamados a esta concertación que tuvo un protagonismo exclusivo en los partidos políticos.

Comisiones Obreras estuvo diversamente de acuerdo con los Pactos de la Moncloa. Desde la exaltación hagiográfica más exagerada hasta una sobria aceptación mayoritaria, pasando por la oposición frontal de algunos sectores críticos.

En cualquier caso, fui de la opinión (que mantengo hoy con la tranquilidad del tiempo pasado) de que dicha operación tenía las siguientes ventajas: 1) salir al paso de la galopante inflación que sufríamos a mediados de 1977, superior al 30 por ciento; 2) el peligro de una concatenación de devaluaciones de la peseta; 3) y, en general, el atasco que nos había dejado el tardofranquismo en la economía. Un sindicato general no podía ser indiferente a tan importante acuerdo. Un movimiento de trabajadores que había adquirido determinado predicamento contra el franquismo –y ahora convertido en sindicato— no podía no valorar como necesario y positivo el acuerdo de la Moncloa. En ese sentido, vale la pena recordar hasta qué punto Marcelino Camacho se batió el cobre. Es posible que su enorme influencia fuera decisiva a la hora de explicarnos la valoración positiva de tales Pactos.

Antes de acabar este primer apartado me interesa señalar algo no irrelevante: los sujetos sociales y los operadores económicos que, en aquellas primeras andanzas, negociaban siguen hoy ejercitando sus funciones, mientras que los sujetos políticos que, antaño fueron maestros en el consenso, no paran desde hace excesivo tiempo de tirarse los platos a la más mínima.

2.-- Cuando el profesor Anton Costas me propuso que yo interviniera en este acto de homenaje a Ernest Lluch –cosa que le agradezco muy de veras-- me dijo que, entre otras intenciones, este encuentro de hoy se proponía estudiar, si no le entendí mal, la posibilidad de reeditar, salvando todas las distancias, aquella experiencia de finales de 1977. Le prometí pensar las cosas a fondo, y eso –me parece— es lo que he hecho. Ahora bien, dar una respuesta, aproximadamente razonable, implica ver algunos de los cambios (al menos los más llamativos) que se han producido a lo largo de estos últimos treinta años.

En mi opinión no es demasiado exagerado hablar de la irrupción de grandes cambios y transformaciones en todos los órdenes, especialmente en aquello que más directamente se relaciona con los Pactos de la Moncloa. De un lado, una potente reestructuración de los aparatos productivos y de los sectores terciarios; de otro lado, la emergencia y consolidación de los (en aquellos tiempos) procesos de globalización y sus repercusiones en nuestro país. Simplificando ejemplarmente las cosas, diré que el sistema fordista es ya pura herrumbre, y que se han ensanchado las tutelas y sujetos del welfare. Es más, la flexibilidad que en aquellos entonces era una contingencia que aparecía de higos a brevas ha pasado a ser, en la actualidad, un instrumento que opera fisiológicamente. Naturalmente, no es irrelevante que la naturaleza estrictamente `nacional´ de los Pactos de la Moncloa poco tiene que ver ya con la adscripción de España al patio de vecinos europeo.

En esas condiciones, es claro que hay una relación aproximada entre ayer y hoy, a saber, la necesidad de negociar. Pero, comoquiera que esta necesidad va más allá de toda contingencia, es claro que el carácter de los Pactos de la Moncloa tiene, en estos tiempos presentes, poca virtualidad. Primero, por algo que anteriormente se ha dicho: aquel acuerdo tuvo una matriz `nacional´, y en la actualidad no pocas de algunas cuestiones que se negociaron se corresponden con materias que se han trasladado a la Unión Europea. Segundo, porque el carácter `estático´ de aquel acuerdo se da de bruces con el mundo extraordinariamente cambiante y profundamente interferido por los acontecimientos trasnacionales de mayor o menor importancia. Y, sobre todo, porque el nuevo paradigma postfordista reclama otras técnicas contractuales y otra forma de negociar, incluida la forma-convenio colectivo.

Yo no creo que sea útil la vieja manera de negociar de los antiguos tiempos de doña Cadena de Producción, cuya influencia fue enorme incluso en los sectores donde aquella no pinchaba ni cortaba. Yo apuesto, desde hace tiempo, por una contractualidad itinerante. También y especialmente en las grandes materias que, anteriormente reservadas a los partidos políticos en los Pactos de la Moncloa, hace tiempo que se abordan en las negociaciones interconfederales y tripartitas (esto es, con el Gobierno), apareciendo los grupos parlamentarios como legisladores subalternos y aquellos como legisladores implícitos. Este es, por ejemplo, el carácter de las llamadas reformas laborales que se vienen haciendo en España desde mediados de los noventa y, como dato más reciente, el protocolo welfare firmado por los sindicatos italianos y el Gobierno Prodi.

Como he dicho, el signo de los tiempos apunta a una contractualidad itinerante. Lo que, por supuesto, implicaría mecanismos de verificación permanentes de la marcha de lo que se ha negociado. Por otra parte, soy de la opinión que las llamadas reformas laborales que hemos conocido han entrado ya en un agotamiento definitivo. La razón de ello es la siguiente: estas llamadas reformas dan por supuesto que, por ejemplo, el mercado de trabajo es una variable independiente de los procesos de innovación tecnológica; esas llamadas reformas, por ejemplo, en materias de welfare, se contemplan también como variables independientes de la innovación tecnológica. En pobres palabras, esa naturaleza es la que provoca el agotamiento de los contenidos de las llamadas reformas laborales. Más todavía, no acierto a ver a todo esos paquetes negociales qué vínculos y compatibilidades tienen entre sí, ni alcanzo a ver qué prioridades existen en los contenidos concretos de esos procesos negociales.

Tengo para mí que, así las cosas, es necesario que el tema central de la contractualidad itinerante debería ser la innovación tecnológica, esto es, un pacto social por la innovación tecnológica. Capaz de establecer prioridades, vínculos y compatibilidades entre sí y con un proyecto relacionado con el Estado de bienestar en su sentido más amplio. Lo que se hace más urgente, toda vez que se está instalando una serie de tutelas sin orden ni concierto que son más propias de un welfare caritas, así en Madrid como en Catalunya, que de un moderno Estado de bienestar incluyente y no clientelar.

En todo caso, me parece que es necesario un pre-requisito para pasar a ese nuevo sistema: la completa desfordización de la cultura de los agentes sociales y de los responsables políticos. Cosa que me parece más que evidente en los comportamientos contractuales, tal como se empeñan en demostrar las cláusulas negociales de, por ejemplo, la grandísima mayoría de las negociaciones colectivas y de las llamadas reformas laborales.

3.-- Aunque profundamente interferidas las prácticas contractuales por los poderes que los Estados nacionales han trasladado a la Unión Europea, todavía hay no poco espacio para negociar. Ocurre, sin embargo, que –por ejemplo, en lo atinente a políticas de welfare-- cada Estado nación, de un lado, y cada agente social, por otro lado, elaboran y exigen unas políticas benestaristas que no tienen relación entre unos estados y otros y entre unas organizaciones sociales y otras, y ni siquiera todos esos conglomerados tienen relación con un proyecto común, que no existe. Lo que complica enormemente la construcción de una Europa tangible. De donde saco una primera (y provisional) conclusión, también las rutinas tienen una gran responsabilidad en los procesos que se orientan en dirección inversa a la construcción europea.

4.-- En fin, como conclusión: no me parece que el actual paradigma postfordista sea el más apropiado para re-editar la experiencia de los Pactos de la Moncloa, exitosa en su época, pero ya un tanto fuera de tiempo. Nuestro tiempo es:

El uso flexible de las nuevas tecnologías, el cambio que provocan en las relaciones entre producción y mercado, la frecuencia de la tasa de innovación y el rápido envejecimiento de las tecnologías y las destrezas, la necesidad de compensarlas con la innovación y el conocimiento, la responsabilización del trabajo ejecutante como garante de la calidad de los resultados… harán efectivamente del trabajo (al menos en las actividades más innovadas) el primer factor de competitividad de la empresa. Son unos elementos que confirman el ocaso del concepto mismo de “trabajo abstracto”, sin calidad, --como denunciaba Marx, pero que fue el parámetro del fordismo-- y hacen del trabajo concreto (el trabajo pensado), que es el de la persona que trabaja, el punto de referencia de una nueva división del trabajo y de una nueva organización de la propia empresa. Esta es la tendencia cada vez más influyente que, de alguna manera, unifica dadas las nuevas necesidades de seguridad que reclaman las transformaciones en curso) un mundo del trabajo que está cada vez más desarticulado en sus formas contractuales e incluso en sus culturas; un mundo del trabajo que, cada vez más, vive un proceso de contagio entre los vínculos de un trabajo subordinado y los espacios de libertad de un trabajo con autonomía.

En estas condiciones la reedición formal de los Pactos de la Moncloa no tendría utilidad alguna.

* Facultad de Económicas de la UB con Álvaro Espina y Antón Costas.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

LOS SALARIOS Y EL BANCO DE ESPAÑA

Cuando se supo la mala noticia de los precios del mes de Octubre, los agresivamente relamidos del Banco de España volvieron a lanzar sus vejestorios análisis y sus propuestas de ropavejero. La culpa, dijeron, la tienen los salarios; la solución, insistieron, es la moderación salarial. Se trata de una melodía reiterativa y, ¿por qué no decirlo?, de muy escasa solvencia profesional. Pero, no se olvide, cuenta con una fuerza mediática muy contundente, basada en una teología que recuerda el conocido constructo medieval: Extra Ecclesiam nulla salus; o, lo que es idéntico: Fuera de la Iglesia no hay salvación. O, si se prefiere para lo que nos traemos entre manos: fuera del Banco de España no hay solución.

No hay solución porque, según tan autoproclamada afirmación, el Banco de España cuenta con el arma de su independencia. Que ya empieza a ser un mito –y como todos los mitos, mentiroso— basado en el arte de fomentar amnesias reales. Ahora bien, así las cosas, nos encontramos con dos problemas: primero, la concepción que tiene el Banco de España (y tres cuartos de lo mismo el Banco Central Europeo) sobre sus cometidos; segundo, la idea de la independencia del Banco (también del Europeo).

Ambos bancos parecen partir de la siguiente teoría: la economía es una variable a la que debe estar sometido el conjunto de asuntos sociales; o sea, lo que preocupa a la sociedad deben definirlo algorítmicamente los bancos Central Europeo y de España. Por otra parte, y estrechamente relacionado con lo anterior, está la otra verdad teologal de la independencia. Que cuenta además con un añadido de gran relevancia: ninguno de estos bancos responde ante nadie de las decisiones que toma. Lo que aparece como una lógica aplastante porque la verdad teológica es una variable independiente que sólo responde ante Dios, Nuestro Señor.

Ahora bien, voces administrativas me dirán: oiga usted, ¿acaso olvida que el Tratado de la Unión establece que el Banco Central debe responder ante el Parlamento europeo? No, no lo olvido. Ocurre, sin embargo, que el Parlamento no consigue su misión de control ex post, ya que el mencionado tratado no le dota [al Parlamento, ¿a quién si no?] de los instrumentos para llamar la atención o imponer sanciones al Banco, aunque sea un pacato tironcillo de orejas.

Cierto: el Tratado confía al BCE la responsabilidad prioritaria de asegurar la estabilidad de los precios, pero no la define exactamente. El BCE ha superado (es una manera de hablar) el problema fijando –como su primer objetivo-- un techo a no superar, esto es, una tasa de inflación del 2 por ciento. Es sorprendente que tal objetivo no suscite profundas discusiones, porque se trata de un nivel de inflación bajo y, como demuestran los datos, extremadamente irreal. Y comoquiera que nadie cumple, una pregunta lógica –que tiene el inconveniente de ser eso, lógica— es: ¿no será que las autoridades de los bancos mean fuera de tiesto? Respuesta: como tienen poca puntería cistítica, la culpa siempre es de los salarios.

Y, sin embargo, es evidente que existe una `cuestión salarial´, así en España como en Europa, a pesar de la evidente moderación salarial desde hace unos quince años. Una cuestión salarial que se refiere a salarios bajos –algunos extremadamente bajos-- en la mayoría de las categorías del trabajo dependiente. Así lo dijo el Comisario para asuntos económicos de la Unión europea, Joaquín Almunia, hace unos meses. Y así lo ha expresado la semana pasada el presidente del Consejo de Ministros de Italia, Romano Prodi. En España, hasta la presente, nuestras autoridades dicen llamarse Andana: no saben o no quieren saber, no contestan o no quieren contestar. Mientras tanto, decimos con Arquíloco: el zorro sabe muchas cosas, pero el erizo sabe sólo una gran cosa. Algo así como si Arquíloco, el gran poeta realista griego y anti-homérico, tuviera en la cabeza que el zorro Fernández Ordóñez sabe de todo, pero el erizo sólo sabe que no puede llegar fácilmente a final de mes. Algo en lo que no cayó Homero, excesivamente preocupado por los chicoleos de una Helena con cierto troyano llamado París.

LOS SALARIOS Y EL BANCO DE ESPAÑA

Cuando se supo la mala noticia de los precios del mes de Octubre, los agresivamente relamidos del Banco de España volvieron a lanzar sus vejestorios análisis y sus propuestas de ropavejero. La culpa, dijeron, la tienen los salarios; la solución, insistieron, es la moderación salarial. Se trata de una melodía reiterativa y, ¿por qué no decirlo?, de muy escasa solvencia profesional. Pero, no se olvide, cuenta con una fuerza mediática muy contundente, basada en una teología que recuerda el conocido constructo medieval: Extra Ecclesiam nulla salus; o, lo que es idéntico: Fuera de la Iglesia no hay salvación. O, si se prefiere para lo que nos traemos entre manos: fuera del Banco de España no hay solución.

No hay solución porque, según tan autoproclamada afirmación, el Banco de España cuenta con el arma de su independencia. Que ya empieza a ser un mito –y como todos los mitos, mentiroso— basado en el arte de fomentar amnesias reales. Ahora bien, así las cosas, nos encontramos con dos problemas: primero, la concepción que tiene el Banco de España (y tres cuartos de lo mismo el Banco Central Europeo) sobre sus cometidos; segundo, la idea de la independencia del Banco (también del Europeo).

Ambos bancos parecen partir de la siguiente teoría: la economía es una variable a la que debe estar sometido el conjunto de asuntos sociales; o sea, lo que preocupa a la sociedad deben definirlo algorítmicamente los bancos Central Europeo y de España. Por otra parte, y estrechamente relacionado con lo anterior, está la otra verdad teologal de la independencia. Que cuenta además con un añadido de gran relevancia: ninguno de estos bancos responde ante nadie de las decisiones que toma. Lo que aparece como una lógica aplastante porque la verdad teológica es una variable independiente que sólo responde ante Dios, Nuestro Señor.

Ahora bien, voces administrativas me dirán: oiga usted, ¿acaso olvida que el Tratado de la Unión establece que el Banco Central debe responder ante el Parlamento europeo? No, no lo olvido. Ocurre, sin embargo, que el Parlamento no consigue su misión de control ex post, ya que el mencionado tratado no le dota [al Parlamento, ¿a quién si no?] de los instrumentos para llamar la atención o imponer sanciones al Banco, aunque sea un pacato tironcillo de orejas.

Cierto: el Tratado confía al BCE la responsabilidad prioritaria de asegurar la estabilidad de los precios, pero no la define exactamente. El BCE ha superado (es una manera de hablar) el problema fijando –como su primer objetivo-- un techo a no superar, esto es, una tasa de inflación del 2 por ciento. Es sorprendente que tal objetivo no suscite profundas discusiones, porque se trata de un nivel de inflación bajo y, como demuestran los datos, extremadamente irreal. Y comoquiera que nadie cumple, una pregunta lógica –que tiene el inconveniente de ser eso, lógica— es: ¿no será que las autoridades de los bancos mean fuera de tiesto? Respuesta: como tienen poca puntería cistítica, la culpa siempre es de los salarios.

Y, sin embargo, es evidente que existe una `cuestión salarial´, así en España como en Europa, a pesar de la evidente moderación salarial desde hace unos quince años. Una cuestión salarial que se refiere a salarios bajos –algunos extremadamente bajos-- en la mayoría de las categorías del trabajo dependiente. Así lo dijo el Comisario para asuntos económicos de la Unión europea, Joaquín Almunia, hace unos meses. Y así lo ha expresado la semana pasada el presidente del Consejo de Ministros de Italia, Romano Prodi. En España, hasta la presente, nuestras autoridades dicen llamarse Andana: no saben o no quieren saber, no contestan o no quieren contestar. Mientras tanto, decimos con Arquíloco: el zorro sabe muchas cosas, pero el erizo sabe sólo una gran cosa. Algo así como si Arquíloco, el gran poeta realista griego y anti-homérico, tuviera en la cabeza que el zorro Fernández Ordóñez sabe de todo, pero el erizo sólo sabe que no puede llegar fácilmente a final de mes. Algo en lo que no cayó Homero, excesivamente preocupado por los chicoleos de una Helena con cierto troyano llamado París.

lunes, 29 de octubre de 2007

PODRÍA HABER UN BATACAZO ELECTORAL EN MARZO

Zapatero puede sufrir en la primavera un revolcón electoral, y quien no contemple seriamente esta hipótesis posiblemente no ande bien de la cabeza. Desde luego no será por méritos del partido popular como por esa tendencia, que al parecer se va generalizando, de contravotar, es decir de echar al que está gobernando.
Zapatero protagonizó un bienio de esperanza: los dos primeros años de su mandato con realizaciones importantes como la retirada de las tropas de Irak y las leyes de ampliación de los derechos civiles; la segunda parte de la legislatura –también con importantes medidas legislativas— ha quedado desdibujada por la presión mit(o)idelógica de las derechas más rancias que, al languidecer la tarde, renacen de sus sombras de buhardilla. Esta presión ha marcado el paso y tanto el gobierno de Zapatero como el PSOE no han sabido ponerle coto. Sin embargo, me parece que la hipótesis de que haya revolcón electoral no vendrá por estos movimientos. Eso me parece es, como queda dicho, otra hipótesis. Que no deseo.
Una lectura esquemática de los avatares electorales españoles me lleva a la conclusión de que las cuestiones de corrupción y otros desaguisados políticos tuvieron poca influencia en el comportamiento de la gente monda y lironda. Y si la tuvieron no alcanzaron la suficiente densidad para provocar el desalojo de los (siempre provisionales) inquilinos de la Moncloa. Abundo más en la materia: no fueron los negros lances de la política, en su sentido epidérmico, los causantes de los cambios de gobierno tras las elecciones. Porque dichas situaciones o no afectaban directamente a la condición material del público o éste veía la relación entre, por ejemplo, la corrupción y sus intereses materiales. Ahora las cosas han cambiado.
La estrambótica situación ferroviaria barcelonesa está agrediendo a centenares de miles de personas desde hace muchos meses, aunque ahora está alcanzando unos niveles insufribles. Aunque la oposición no denunciara estas situaciones, el contravoto funcionaría a todo meter. En primer lugar, se trata de una historia cuajada de improvisaciones y, según parece, con una gran precariedad de diseño técnico. La última improvisación: el planteamiento de una terminal provisional en El Prat de Llobregat demuestra a las claras la culminación de una serie de ocurrencias político-técnicas.
El sufrimiento cotidiano de centenares de miles de personas ha sido (y lo que te rondaré, morena) superlativo. Personas que, de madrugada, se veían turbadas en el transporte, llegando tarde al centro de trabajo, debiendo recuperar el mayor tiempo invertido y, tres cuartos de lo mismo, al regresar del trabajo a casa. Un gentío –digámoslo con contundencia-- que siempre, siempre y siempre demostró un alto nivel de civismo o, tal vez, de resignación que oían un extraño lenguaje que venía de de las autoridades: paciencia les decían a los mansos de espíritu. Como si estos se hubieran tirado cimarronamente a los montes de Collserola con arcabuces y espingardas. A mi no me lo han contado: yo soy testigo de esa mansedumbre, de esa resignación que, a lo máximo que llegaba, era al sarcasmo, siempre controlado. Y posiblemente pensando (esto no lo puedo asegurar, obviamente) aquello de “arrieros semos y en el camino nos encontraremos”.
El público tiene una información aproximada. Quiero decir que es consciente de la complejidad de las obras que se necesitan para la nueva infraestructura y, también, parece saber que el gobierno catalán tiene poco que decir en estas cuestiones. Pero, posiblemente, su aproximada información le indique que en Madrid las autoridades han sido poco previsoras; y su aproximada información, tal vez, les habrá llevado a pensar que las autoridades catalanas no han sido sensatamente enérgicas en todo este periodo; o moderadamente enérgicas. “Paciencia” era la consigna que se enviaba a los pacientes malaventurados. Unos pacientes que ni siquiera han seguido la moda de crear una plataforma de autodefensa.
Por otra parte, tampoco nadie ha visto energía alguna por parte de las autoridades a la hora de exigir responsabilidades a los constructores; esta petición de responsabilidades ha llegado tarde y cuando el problema era insostenible. Pero, en todo caso, sí ha sido bien visible la desconexión entre la política gubernamental y la técnica. Lo que, dicho entre paréntesis, debería significar un toque de atención al carácter altivo de la técnica que también ha fallado estrepitosamente. Ahora bien, el esperpento llegó cuando algunos voceros informales dejaron correr una estridencia: el problema estaba en que Villar Mir quería chantajear al gobierno por un asunto que venía de atrás. Pero...
Pero... ¿alguien puede creer que Villar Mir está interesado en una operación chantajista, sabiendo las inconveniencias que esto le puede acarrear en su futura biografía empresarial así en Europa como en el mundo globalizado? “Es que Villar Mir es un hombre del partido popular...”, afirma un lenguaraz que visita las covachuelas del poder. Pregunto, sin ni siquiera recurrir al sentido común: ¿desde cuando un empresario, sea del partido popular o de la asociación vegetariana de Parapanda maltrata sus propios intereses económicos con una operación de ese cariz? Seamos serios, una cosa es que sea del partido popular y otra es que su coeficiente mental funcione, en sus propios asuntos, con servicios mínimos.
En resumidas cuentas, los pacientes –se dice que la mayoría responden a la condición de fiel intendencia del granero de votos socialista— pueden contravotar o quedarse en casa. La pupa que han recibido está convirtiéndose en costra. Mejor que no sea así. Yo, por si las moscas, votaré aproximadamente `bien´. Seguiré haciendolo a la izquierda, a pesar de que –desde sus alturas institucionales— no ha estado a la altura de las circunstancias. De todas formas, todavía es posible, pienso yo, un acertado y contundente golpe de timón.
Pero, digamos con el poeta cordobés: “Non los agüeros, los fechos sigamos”. Narraba Juan de Mena que en determinado puerto de mar estaba la marina de guerra dispuesta a zarpar rumbo a las tierras sarracenas. El almirante había dado la orden de a toda vela; su consejero –un agorero de los viejos tiempos—le recomendaba lo contrario porque el vuelo de los pájaros, porque las nubes, porque patatín y patatán... El almirante, un pre renacentista, con cinco duros de modernidad, le contestó lo dicho: “Non los agüeros, los fechos sigamos...”. Me reservo una discreta autocensura: ocultaré de momento hacia dónde condujeron los hechos y el sentido de los agüeros del consejero supersticioso. Informése Zapatero de qué ocurrió: ¿acertaron los agüeros?

viernes, 19 de octubre de 2007

LA EUROPA SOCIAL, UNA ASPERA CAMINATA

José Luis López Bulla

Ponencia: Ciudad Real, 26 de Setiembre de 2005

La primera observación que deseo hacerles es la siguiente: a mi juicio, somos tan prolíficos hablando sobre la globalización que no caemos en la cuenta de que existe algo que tiene mayor alcance e importancia. Es el actual proceso de innovación-reestructuración de los aparatos productivos y de servicios que está transformado aceleradamente el trabajo tal como lo hemos conocido, la estructura del conjunto asalariado, el sistema de valores, la cultura y todas las esferas sociopolíticas en Europa. Ni qué decir tiene que el universo de los derechos y, particularmente el iuslaboralismo, están siendo afectados de manera bien visible. Se trata de enormes desafíos que --lo vengo diciendo desde hace ya tiempo-- exigirían una amplitud mayor del debate entre iuslaboralistas, sindicalistas y mánagers en las muchas cosas comunes que, desde perspectivas diversas, abordan unos y otros.

Esta innovación-reestructuración es la consecuencia de la gigantesca transformación tecnológica que, definitivamente, ha puesto en crisis el viejo paradigma fordista que ha recorrido el siglo XX en Occidente. Naturalmente, la globalización se ha convertido en el concepto más aparatosamente mediático, pero mantengo que la innovación-reestructuración (que, por pura comodidad expositiva, llamaré paradigma posfordista) es la madre del cordero. Más todavía, la globalización se da en ese contexto posfordista. Esta primera observación es vital para la construcción de Europa y, en concreto, para abordar el áspero camino de la Europa social. En resumidas cuentas, el acento debe ponerse en el análisis de los procesos de innovación-reestructuración que son los que determinan, de un lado, todos los cambios y, de otra parte, el carácter de la actual fase de globalización. Dicho en plata: hablar de la globalización, al margen del actual paradigma posfordista, es pura hojarasca.

Europa está atravesando, en el terreno institucional, momentos confusos después de las vicisitudes de las consultas electorales en Francia y Holanda. Por lo menos dos son las explicaciones que tengo a la hora de explicarme la actual situación europea. De un lado, la inexistencia de sujetos políticos y sociales; de otro, el enorme peso simbólico que todavía tiene el Estado nación.

Los partidos políticos y las asociaciones de intereses siguen siendo unos sujetos que permanecen anclados en el viejo paradigma fordista y en el del Estado nacional. Ello explica, aunque en parte, que el debate en torno al Tratado de la Unión europea haya sido un simulacro, pues la refriega (también en España) se ha caracterizado por una campaña en la que sólo aparecían las cuestiones domésticas. Nada se habló del Plan de Estabilización y crecimiento, nadie dijo ni pío acerca de la hipotética construcción de un welfare europeo; ni siquiera cuatro palabras sobre el alejamiento de los acuerdos de la importante Cumbre de Lisboa 2000. El referéndum europeo fue, en España, otra ocasión más para un nuevo ajuste de cuentas entre los partidos políticos, coincidieran o no en la llamada positiva al voto. Amén del planteamiento de los retales de algunas izquierdas que propugnaron el voto negativo sobre la base de la toponomástica política, no con relación al carácter orgánico de lo que se estaba ventilando. O como el caso francés: allí lo que contó fue una partida doble. El ajuste de cuentas en el interior del partido socialista, de un parte; y, de otra, expresar los sentimientos en clave nacional contra la política de Chirac.

No puedo decir, desgraciadamente, que las asociaciones de intereses (y, concretamente, el sindicalismo confederal o las organizaciones empresariales) estén bien situados en el actual paradigma posfordista ni en su colocación europea, porque también la pesada herencia del Estado nación les pesa lo suyo. En esto último, la paradoja es muy estridente: mientras que la economía está situada en los amplios espacios de lo supranacional, las organizaciones económicas y sociales se encuentran desubicados de ese amplio territorio global están y reducidos al más puro provincianismo. Unamos a lo anterior dos elementos: a) la Confederación europea de sindicatos (Ces) es una internacional que está, creo yo, al margen de los procesos en curso y es incapaz de coordinar demandas, reivindicaciones y el conflicto social que las sustenta. El resultado es el siguiente: los proyectos de cada sindicato nacional guardan escasa relación con los del resto de las organizaciones europeas y no tienen vínculo alguno con un proyecto sindical europeo que, hasta la presente, sigue sin existir; de ahí que los conflictos sociales que se dan en cada Estado nación tampoco guarde relación alguna con las movilizaciones que se dan en otros países. Es decir, separación de proyectos y separación de conflictos.

Y para mayor desgracia nuestra: en un país tan importante como Francia, el sindicalismo sigue dividido y, al parecer, mantiene las más viejas tradiciones de caminar separados y golpear unidos. Son unos poderosos inconvenientes que planean sobre la actual situación europea y, al mismo tiempo, representan fuertes interferencias para la fatigosa construcción de la Europa social. Y si los sindicatos tienen esos inconvenientes, en más déficit de naturaleza europea están las organizaciones empresariales. Esto último es francamente paradójico pues la empresa es, sin lugar a dudas, la sede donde se expresa con mayor fuerza el mundo global e interdependiente. Así las cosas, tanto las formaciones políticas como las asociaciones de intereses tienen grandes prevenciones (miedo, diría un servidor) de abordar las brumas de lo supranacional y prefieren agarrarse a la (tendencial) ficción del Estado nacional.

En todo caso, retengo que el sindicalismo no contar con una adecuada línea de conducta en relación a las cosas europeas. En ese sentido, creo acertada la posición de Umberto Romagnoli cuando, también o especialmente para la construcción europea, considera que el sindicato debe ser un sujeto capaz de construir un consenso colectivo; y me alejo del maestro cuando afirma que la palabra sindicato é malata: un juicio tal vez excesivamente severo. Y más archisevero es cuando afirma que la palabra “sindicato” ya no dice nada[1]. Con todos mis respetos al maestro creo que es bastante lapidario.

La construcción de la Europa social o se incardina en el paradigma de esta etapa, ya postfordista, o no se están haciendo debidamente las cosas; una etapa que, repito, he definido de innovación-reestructuración, también para indicar que no se trata de un tránsito a la antigua usanza, sino más bien de una transición permanente (como si dicho tránsito no se acabara nunca), tal como se manifiesta ahora la innovación tecnológica. Quiero decir, con la enorme rapidez con que se expande la innovación tecnológica.

Permítanme una previa: se equivocaría quien viera que estas novedades son el resultado de un complot, diseñado en todo lo alto de Monte Pelegrino con von Hayek oficiando la misa negra del neoliberalismo. Porque, en buena medida, esto es también –y sobre todo-- el resultado de la incesante caminata revolucionaria de las fuerzas productivas que un barbudo alemán dejó dicho allá, corriendo el año de 1848 en un famoso manifiesto escrito al alimón con otro miembro de su cofradía. No, decididamente pienso que no se trata de un complot. Quizá vengan a cuento, con relación a lo que estoy diciendo, las palabras de un personaje tan singular como Joseph Roth: “no se baila el charleston porque el mundo sea capitalista, sino porque es una de las formas de expresión de la sociabilidad de nuestra época”.

Y sin más dilación paso a apuntar los mínimos indispensables que deberían caracterizar la metodología de una renovada Carta social europea. (El lector notará en falta algunas cuestiones elementales que no se mencionarán pues figuran detenidamente en la Carta de Niza 2000, tales como el derecho a la negociación colectiva, el ejercicio de la huelga y otros, que damos por bien dichas). Pero, séame permitida una observación que no considero irrelevante en este encuentro de juristas: no estoy planteando los derechos que vienen a continuación como la expresión de un universo puramente jurídico, sino inscritos vivamente en nuestro concreto proceso social. Naturalmente pienso que, en torno a ellos, es necesario un abierto debate entre sindicalistas, dirigentes empresariales y operadores jurídicos.

Y son:

1.- Derecho a la certidumbre del contrato de trabajo para todas las formas del trabajo contra las rescisiones unilaterales y no motivadas por causa justa, substituyendo los antiguos vínculos de fidelidad y antigüedad propios del viejo modelo fordista.

Una certidumbre del contrato de trabajo que no sólo se refiere a las garantías del trabajo heterodirecto en los nuevos países socios de la Unión, que tienen un iuslaboralismo menos tuitivo, sino también a los de los trabajadores de los actuales países que conforman la Unión. Es decir, de todos. Hablemos claro, la certeza que imprime el contrato de trabajo no quiere decir que el contrato sea por tiempo indefinido; expresa que lo convenido en tal instituto tiene la firmeza de lo estipulado. No es poca cosa en estos tiempos que corren, caracterizado porque se han despotenciado las reglas del juego[2]. No es poca cosa para nosotros, europeos de estos tiempos, y, desde luego, es algo de gran importancia para las relaciones laborales de los nuevos socios que entrarán en la Unión dentro de poco.

2.- Derecho a la formación durante todo el periodo de la vida laboral con los mecanismos de financiación adecuados a cargo de las empresas, el Estado y la sociedad.

La razón es bien sencilla: hemos dicho que la fase de innovación-reestructuración no es un tránsito a la antigua usanza sino un prolongado cambio. Más todavía, si el éxito de la empresa se mide por la capacidad de interpretar las demandas del mercado, el derecho a este tipo de formación aparece como condición sine qua non para la autorrealización de la persona que trabajo, para la eficiencia de las empresas y para la relación de todo ello con los sistemas de protección social y la mejor marcha de la economía. Y, además, como elemento imprescindible para un adecuado control de la flexibilidad negociada entre los sujetos sociales y sus diversas contrapartes[3].

En pura lógica con lo dicho hace un momento sacamos otra conclusión: es necesario reformar adecuadamente los sistemas pedagógicos en todas las enseñanzas, desde la primaria a la universitaria. Porque ya no es válida la formación (a nivel que sea) que concluya afirmando que lo aprendido en tal cual sede, en un momento dado, tiene utilidad para siempre[4]. Para estas materias de tan relevantes quisiera recomendarles un libro –que nos viene recomendado de la sabia inteligencia del maestro Umberto Romagoli-- cuyo autor es Saul Mehnagi; se trata de Il sapere professionale, editado recientemente por Feltrinelli; el profesor Baylos, Rodolfo Benito y un servidor estamos empeñados en editarlo en castellano. Espero que algún día lo puedan tener ustedes en la correspondiente versión portuguesa.

3.- Elaboración de un catálogo de nuevos derechos de ciudadanía social propios de esta fase de la innovación tecnológica.

Porque no es posible afrontar los nuevos desafíos mediante mecanismos de protección que, siendo adecuados en la época del fordismo industrial, hoy ya son placebos: ni chicha ni limoná. En esa dirección, retomo lo que he planteado en diversas ocasiones, esto es, el Estatuto de los Saberes[5], como elemento central de lo que podríamos denominar el welfare tecnológico, es decir, el nuevo compromiso político-social que deberían construir la política, el sindicalismo confederal y las organizaciones empresariales europeas, y en base a las muy positivas experiencias de los últimos tiempos, tampoco debería olvidarse el papel de la sociedad civil en la innovación, concretamente el papel de los hackers[6]. Desde luego, la construcción de ese nuevo compromiso político-social que se plantea tiene, como mínimo, dos importantes pilares: la negociación colectiva y la legislación, elementos imprescindibles para el nacimiento de un nuevo iuslaboralismo. Si, para ello, tuviéramos que bordar una bandera, propongo que el lema sea: “Más saberes para todos”.

A mi entender, será en el terreno de los saberes y del conocimiento donde se ventilarán los grandes desafíos de los tiempos presentes y venideros. O lo que es lo mismo, el binomio saberes-tecnología es la madre del cordero: el saber entendido como factor social y factor productivo, será cada vez más el motor determinante de la equidad y de la calidad del desarrollo, el eje central de una renovada propuesta de justicia social. De ahí que el conocido científico sevillano Luis Angel Fernández Hermana proponga insistentemente algo tan lúcido como la enseñanza digital obligatoria y gratuita que evoca unas profundas resonancias históricas sobre una de las batallas de civilización más importantes de las izquierdas de ayer: la enseñanza gratuita, uno de los grandes pilares de las políticas de welfare del siglo XX. En resumidas cuentas, hoy el valor de la igualdad no puede deslindarse del acceso al saber o, si se prefiere, la instrucción a todos los niveles es pieza clave para la igualdad.

4.- El derecho al conocimiento del objeto del trabajo, el control de los sistemas de organización del trabajo y de la participación en la definición de los objetivos productivos y organizativos.

El gran objetivo es: reducir y cambiar las relaciones de subordinación, aumentando los espacios de libertad en los centros de trabajo. De ahí la necesidad del instrumento sobre el que vengo insistiendo machaconamente: la codeterminación[7]. Este es un territorio en el que se echa de menos la actividad contractual del sindicalismo que todavía sigue escorado hacia el ´pacto callado´ de la época fordista: el dador de trabajo monopoliza el poder de la organización del trabajo, esto es, el uso, reservándose el sindicalismo la corrección del abuso[8]. Lo curioso de este asunto es que la caída del fordismo industrial no se ve acompañada de la desaparición del taylorismo, ya que el dador de trabajo sigue cooptando los saberes empíricos del conjunto asalariado sin ningún tipo de contrapartidas. Es decir, sigue en el aire el espectacular apotegma del ingeniero norteamericano Taylor: si la organización del trabajo es científica, ¿a santo de qué vamos a negociarla con los trabajadores y sus organizaciones sindicales? Unas palabras que, en determinados aspectos, tienen una fuerte actualidad; ahí se medirá la capacidad de proyecto del sindicalismo y la izquierda política para proponer una creíble y gradual alternativa. O lo que es igual: saber salir del pensamiento y la práctica fordista cuando la empresa ha tiempo que se escapó ya de dicho sistema en su variante industrial.

5.- El welfare state activo, no clientelar, basado en el paradigma tecnológico, que tenga un carácter incluyente, descentralizado y con los correspondientes apoyos de la subsidiaridad.

Parece evidente que, de lo que se lleva dicho hasta ahora, se desprende la necesidad de situar también las nuevas protecciones del Estado de bienestar en el actual paradigma de innovación-reestructuración que está substituyendo a uñas de caballo el viejo territorio del fordismo. Porque la evidente crisis del Estado de bienestar nace de las profundas modificaciones que ha tenido el sistema productivo fordista, hoy ya en una situación terminal. O lo que es lo mismo, la persistencia del mismo modelo de Estado del bienestar bajo una realidad que ha cambiado profundamente está comportando efectos desestabilizantes[9]. De ahí, especialmente, nacen las dificultades más densas que tienen las políticas distributivas y el conjunto de acciones del welfare: unas y otras están poniendo en muchos apuros al sindicalismo confederal y al conjunto de la izquierda política. El sindicalismo se mueve en un terreno asaz inoperante, de un lado[10]; a la izquierda política, por otra parte, le conduce o bien a una cierta mimesis de los planteamientos de la derecha o bien a conductas de resistencia. Y lo cierto es que también en ese terreno, en el del welfare, se medirán sindicatos e izquierdas, a partir de ahora, con la realidad. Unos y otros deben salir con urgencia de ese callejón sin salida pues se está convirtiendo el asunto en una situación aporética.

Las cosas son, ciertamente, complicadas porque las políticas de Estado de bienestar (que algunos sociólogos llaman benestaristas) han estado vinculadas, a lo largo del pasado siglo, con el sistema de producción fordista; caído éste ¿cómo sustituir las fuentes nutrientes del welfare? Este es el gran desafío que tiene la Europa social de la que tanto estamos hablando. Porque, si bien en términos generales, se ha podido hablar de un ´modelo social europeo´, la cuestión actual es: comoquiera que el benestarismo de los países más desarrollados de nuestro continente se han basado en la primacía del fordismo ¿cómo construir un auténtico welfare europeo, cuando ya el tan repetido fordismo industrial es pura hojalata? Esta es la cuestión. Desde luego algunas señales nos vienen, por ejemplo, desde Finlandia. Las investigaciones de Manuel Castells y Pekka Himanen son ilustrativas. Destacan, entre otros, los compromisos entre empresas (especial, aunque no únicamente) como Nokia, el Estado, las regiones y los sindicatos. El hilo conductor que atraviesa estas instituciones es la innovación tecnológica y los procesos formativos, las inversiones en investigación y en los diversos escenarios de la sanidad, enseñanza, vivienda... Esto ha llevado a dicho país a una espectacular caída continuada, o al menos a un nivel bajo, de injusticia y exclusión social. La explicación parece clara: el desarrollo tecnológico finlandés, medido por el índice de logro tecnológico de la ONU, es superior al de Estados Unidos y al resto de las economías avanzadas[11]. La señal que nos viene, así las cosas, es que las políticas benestaristas tienen como fuente nutriente el paradigma de la innovación tecnológica. Así pues, la visión de algunos apocalípticos de que la innovación tecnológica liquidaría el Estado de bienestar no se ha visto confirmada por la realidad de las cosas finlandesas. Porque el punto de vista con fundamento de los finlandeses ha sido establecer un amable binomio entre la innovación-reestructuración y el welfare.

En otro orden de cosas, el (necesario) vínculo entre concertación social, a todos los niveles, y las políticas benestaristas debería orientarse a ir conformando un welfare que ya no fuera fundamentalmente de resarcimientos, tal como se expresó durante todo el tiempo fordista; una práctica ésta, de resarcimientos, que sigue vigente. Para que esta cuestión tan delicada quede lo suficientemente clara es necesario poner algún ejemplo ilustrativo: el monopolio de los sistemas de organización del trabajo por parte del empresario (y su unilateralismo en las decisiones) ha consolidado que el dador de trabajo no vea (o no quiera ver) la relación estrecha entre sistemas de organización del trabajo, condiciones de trabajo y siniestralidad laboral; al final todo acaba en que el empresario acaba externalizando los costes de tanta sangría humana a los sistemas públicos de protección social, provocando una considerable hemorragia del welfare. De ahí que las disposiciones normativas y la concertación social en Europa caigan en la cuenta de este circuito vicioso. Quiero decir que lo importante no es resarcir a los afectados por la siniestralidad laboral sino poner las bases para reducirla drásticamente, mediante unos sistemas de organización del trabajo que conduzcan a la humanización de las condiciones de trabajo: unas y otras deben ser la expresión de la concertación social que, como fuente de iuslaboralismo, se traducirían en textos normativos más eficientes y gestionados mediante el instrumento de la co-determinación al que antes se ha hecho referencia. Es decir, se trata de un welfare activo y no solamente asistencialista de resarcimientos; también con la adopción de nuevas orientaciones de política industrial y la investigación de base aplicada, estimulando el uso de productos compatibles con la defensa y promoción del (único) medio ambiente que tenemos. En resumidas cuentas, es necesario proceder a una profunda revisión de qué se entiende, en esta fase de largo recorrido de la innovación-reestructuración, por Estado de bienestar. De ahí que a este edificio tan agrietado del welfare, los planteamientos rutinarios (como por ejemplo el Pacto de Toledo, por poner un ejemplo doméstico) no sirven en absoluto para nada, porque siguen dejando intacto el carácter de welfare fordista, aunque el Gotha sindical no lo vea, de momento, de ese modo: actúa con los mismos comportamientos que cuando el Sol nunca se ponía en el mundo de la cadena de montaje.

El prestigioso ingeniero catalán Joan Majó, que fue Ministro de Industria en uno de los gobiernos socialistas de la década de los ochenta, acostumbra a explicar la ley de Moore como uno de los ejemplos más visibles del nuevo estadio de la ciencia y la técnica, también de las repercusiones que tiene en la economía>[12]. Gordon Moore, también ingeniero, observó la sorprendente regularidad del crecimiento de la potencia de los microprocesadores: desde 1971 hasta nuestros días dicha potencia se dobla cada dieciocho meses, lo que se dice pronto. Esta ley es importante porque: uno, explica hasta qué punto es exponencial la potencia de tan minúsculos chirimbolos, al tiempo que se reduce el ratio coste/preecio por bit; dos, por la aparición de un formidable motor de la revolución tecnológica en curso que está redefiniendo permanentemente [13]la estructura de los costes, la geografía de los mercados, las modalidades operativas de todo tipo de producción y distribución... Pues bien, así están las cosas. Y, siendo de esa manera tan vertiginosa y trepidante ¿es posible continuar con unas políticas de welfare que obvian tan espectaculares novedades? No tengo la menor duda, por el manido (e inconveniente) sendero por el que se va no se construye una Europa social como dios manda. En pocas palabras, mantener la misma carreta en la vereda de siempre trae los dividendos a los que alude Jürgens Peters, un alto exponente de la IG Metall: uno de los nuestros, no de la acera de enfrente.

Decididamente las nuevas políticas de welfare deben apuntar a favorecer el capital inmaterial: el conjunto de los conocimientos y competencias que se acumulan y distribuyen a través de la investigación, la enseñanza y la formación. Piezas claves de todo ello serían, como mínimo:

n El Estatuto de los Saberes, del que ya se ha hablado, como compendio de nuevos derechos de ciudadanía,

nPolíticas públicas para la acumulación y utilización del capital inmaterial y su combinación con las inversiones privadas,

n Un espacio común europeo de la investigación, transformando las actuales iniciativas europeas (de tipo puntual) en políticas europeas, lato sensu, de investigación,

nCódigos de conducta compartidos sobre problemas ambientales y éticos...

* La potenciación de una industria y un mercado del saber.

Me excuso si parece que pontifico, pero por ahí deberían ir las pistas que ayudarían a Jürgens Peters y a la santa cofradía sindical europea a “repensar los instrumentos redistributivos” a partir de ahora; y, de paso, a construir un Estado de bienestar activo e incluyente. Por ahí me atrevo a seguir proponiendo el nuevo compromiso social entre los sindicatos y sus diversas contrapartes (privadas y públicas) de un Pacto por la Innovación tecnológica que lógicamente tendría su momento inicial pero que, por mejor decir, sería un itinerario de contractualidad sostenida. De ello he hablado en otras ocasiones y no es cosa de abrumar al lector con reiteraciones innecesarias.

6.- La fiscalidad europea

¿Será abusivo recordar que la fiscalidad es un poderoso instrumento de redistribución de la justicia social? De ahí que los grandes desafíos de la Europa social no pasen, en consecuencia, porque los Estados miembros sigan reteniendo por los siglos de los siglos sus competencias en la materia: es necesario que gradualmente se proceda a poner en marcha un proceso de transferencia hacia la Unión europea. Por ejemplo, ¿porqué no empezar transfiriendo los impuestos de sociedades? En todo caso, lo importante sería ir hacia una armonización fiscal flexible, esto es, con sus correspondientes horquillas como paso previo a la fiscalidad europea. Desde luego sería un cierto paso contra el dumping fiscal. Ahora bien, una fiscalidad europea acorde con la Europa social que estamos preconizando requiere un cambio substancial de los poderes del Parlamento europeo y la creación de una authority fiscal europea.

Lo que no puede ser es que el Banco Central Europeo siga siendo tierra de nadie; quiero decir: de nadie que lo controle. Porque la cuestión de fondo es: las competencias de la Unión Europea en los terrenos macroeconómicos son débiles y, de la misma manera, sus instrumentos son débiles, mientras que el BCE tiene la sartén por el mango de sus políticas friedmanianas>[14]. Si la Unión, por lo que llevamos dicho, debe impulsar unas políticas de crecimiento sostenido compatible con el medio ambiente, el saneamiento de los efectos malsanos que se desprenden de una competición sin reglas que hacen del dumping noticia cotidiana, si se requieren gastos de inversión en los escenarios educativos, formativos, de investigación y desarrollo, políticas inclusivas y contra la exclusión social..., la Unión debe tener poderes fuertes. Y el Parlamente no puede no disponer de sus atribuciones, por ejemplo, debe fijar los objetivos de política fiscal que se refieren a la esfera pública.

**********

Ahora bien, los anteriores desafíos en torno a la Europa política (ya hemos dicho que es una condición sine qua non para que exista una Europa social) exigen, también sine qua non, unos sujetos políticos y sociales radicalmente nuevos: una personalidad nueva de los partidos políticos, del sindicalismo confederal y de las organizaciones empresariales. Todos ellos con capacidad para comprender el movimiento de la sociedad, sus tensiones y conflictos; y, sobre esa base, restituir un sentido a la política. Porque, disculpen el apotegma: sin política no hay posibilidad de una Europa social.

Desde luego la construcción de la Europa social exige que la política ponga en el centro de su conducta la revaloración social del trabajo como elemento de identidad concreta. Ello es fundamental porque se tiene la impresión que la lectura que se está haciendo, desde hace ya bastante tiempo, es que la modernización está imponiendo un obscurecimiento de la cuestión social. Me permito una ligera digresión, la más abundante literatura política de la izquierda (al menos, la española) es el federalismo, cuya importancia es innegable. Pero el federalismo no es para la izquierda, que yo sepa, una cuestión de identidad suficiente; podrá ser (es) necesaria, pero no suficiente. Sin embargo, el torrente de reflexiones al respecto contrasta con la exigüidad de análisis y propuestas políticas sobre los gigantescos cambios que se están operando tras la disolución acelerada del paradigma fordista. Ni que decir tiene que la Europa social requiere un cambio de metabolismo del sindicato europeo en, al menos, dos direcciones: una, la asunción plena (incluidas sus consecuencias) de la dimensión europea, especialmente en el terreno de la contractualidad; dos, el carácter plenamente europeo de las plataformas reivindicativas, primero, y de los convenios colectivos, después, en todos los ámbitos. No sin cierta perplejidad, Antonio Baylos habla de que “resulta llamativa esta incapacitación del movimiento sindical a esta dimensión supranacional, cuando su acta de nacimiento fue el internacionalismo[15].

En resumidas cuentas, lo que quiero trasladar a este encuentro es la necesidad que tienen tanto la izquierda política como los sujetos sociales (también los empresarios orgánicos) de una nueva epistemología. Hablo de la construcción de un pensamiento realista e históricamente fundamentado, no un nuevo mito ideológico y político: un pensamiento global, capaz de restituir a la izquierda el sentido de una función histórica y, al mismo tiempo, de darle a la política --a toda la política-- una nueva dimensión: la lectura de los procesos que, desde hace tiempo, están en acelerada marcha, con un análisis crítico de la sociedad moderna, con una idea concreta de los grandes cambios necesarios y de las fuerzas reales (sociales, nuevas instituciones, instrumentos de poder) para hacerlo posible, de un lado; y, de otra parte, es preciso un eficiente compromiso entre la política y la economía, entre el Estado y el mercado, por lo menos en la línea de lo ya hablado en la Conferencia de Lisboa, esto es, dando a la política y al Estado un papel de guía del proceso económico.

Un compromiso, digo, en base a estos elementos que, de momento, son necesariamente genéricos:

n La profundización de la democracia creando nuevos institutos de participación activa e inteligente;

n La democratización de la economía, valorando socialmente el trabajo, el control y la transparencia de los procesos financieros[16];

n El establecimiento de controles del mercado con una propuesta histórica de su papel insubstituible;

n Un proyecto de reforma de la empresa;

n La gestación de un nuevo welfare incluyente;

n La compatibilización entre desarrollo económico, Estado de bienestar y paradigma medioambiental:

n La paz como bien universal, como convivencia general en todo el planeta.


[1] Umberto Romagnoli en Per una nuova identità del sindacato. Eguaglianza e libertà. http://www.eguaglianzaeliberta.it/

[2] De hecho esta cuestión ha sido tratada in extenso por Miquel Falguera i Baró en toda su literatura jurídica. Ver relación de autores en la Revista online del Ctesc: http://www.ctescat/.

[3] Para estos asuntos de la flexibilidad, véase mi trabajo Diálogos con Javier Terriente en La factoría, núm. 20, en http://www.lafactoriaweb.com/

[4] Joan Majó: Nuevas tecnologías y educación. Primer Congreso de las TIC en los centros de enseñanza no universitaria. El texto íntegro de esta conferencia viene en la web de Joan Majó. Buscar por google.

[5] José Luis López Bulla en La cuestión tecnológica, El País-Cataluña, 25 de abril de 2003

[6] Manuel Castells y Pekka Himanen: El Estado de bienestar y la sociedad de la información, El modelo finlandés (Alianza editorial, 2002), donde se explica hasta qué punto una serie de innovaciones creadas por los hackers han sido adoptadas posteriormente por todo tipo de corporaciones; por ejemplo, el sistema de mensajes de texto. El mismo Pekka Himanen acuñó en 1991 la expresión hackerismo social.

[7] Por ejemplo en el número 2 de Izquierda y Futuro, El control de la flexibilidad.

[8] Que fue una de las grandes características del sistema taylo-fordista. Aunque algunos oídos pacatos se escandalicen es claro que toda una serie de cuestiones, especialmente salariales, surgieron de lo que he calificado de pacto callado. Comoquiera que, en aquellos sistemas tan rígidos, era dificultosa la movilidad y el ascenso categorial, se compensaron mediante los pluses de antigüedad y otras de características festivas, como por ejemplo, las navidades y vacaciones de verano; estas últimas en la España de Franco, Franco, Franco (y su fordismo cuartelero) se llamaron del 18 de Julio.

[9] Esta es, a mi entender, la explicación esencial de la crisis de los sistemas públicos de protección, lo que descartaría argumentos tales como la mayor esperanza de vida de los pensionistas y otros que, aunque no irrelevantes, no son explicaciones esenciales.

[10] Jürgens Peters, importante dirigente sindical de la IG Metall, en Gewerkschlafliche Monastschefte, una importante revista de dicha organización en su núm. de junio 2001: “Los sindicatos han entrado debilitados en el nuevo siglo desde el punto de vista de las políticas distributivas. Para poder repensar adecuadamente ante sus propios afiliados y actuar en sus ´competencias políticas´ deben recuperar la capacidad de influir en la distribución, repensar y desarrollar de nueva forma los instrumentos redistributivos”.

[11] El índice se basa en cuatro componentes: la creación de tecnología (el número de patentes otorgadas per cápita, los ingresos por autoría intelectual y licencias exteriores per cápita), la difusión de las innovaciones recientes (internet, exportación de productos de alta y media tecnología), la difusión de tecnologías antiguas (teléfono, electricidad) y el nivel de cualificación humana (promedio de años de escolarización, tasa bruta de estudiantes universitarios de ciencias e ingeniería sobre el total del estudiantado). Lo que ha llevado a que la exclusión social medida por el analfabetismo funcional sea bajísima en Finlandia (6,9), mientras que en los Estados Unidos es un 17,9 y en el resto de las economías avanzadas un 15.5, según datos de la OCDE en 2001.

[12] Joan Majó, ver: Chips, cables y poder (Editorial Planeta, 1997)

[13] En un sentido más amplio incluiría, además, todas las actividades intelectuales y al conjunto de la producción cultural.

[14] Es conocida la frase del economista norteamericano Lester Turrow: “Los europeos tienen un mentecato Banco Central que se concentra sólo en la inflación”.

[15] Ver Antonio Baylos en La necesaria dimensión europea de los sindicatos y sus medios de acción, Gaceta sindical, monográfico núm. 178, setiembre de 1999. Estos asuntos tan importantes apenas si tienen tratamiento en los documentos congresuales que se están celebrando estos días, a pesar de que un buen pelotón de países, de aquí a poco, serán miembros de pleno derecho de la Unión Europeo.

[16] Loretta Napoleoni ha escrito un interesantísimo libro Yijad, cómo se financia el terrorismo en la nueva economía (Urano) con abundante información al respecto. Según la autora la economía del terror supera los 1,5 billones de dólares: una cifra superior al doble del producto bruto del Reino Unido.