miércoles, 30 de mayo de 2007

La negociación colectiva europea y los sindicatos nórdicos

Las crónicas diarias que Isidor Boix, delegado al Congreso de la CES, ha ido publicando en http://iboix.blogspot.com nos han dado una buena panorámica de lo que, a grandes rasgos, ha sido el evento sindical europeo. Además, en buena medida ha suplido la deficiente comunicación del vídeo que, a decir verdad, no funcionaba adecuadamente, imposibilitando que los invitados virtuales pudieran seguir día a día el importante acontecimiento. De momento me reservo mis opiniones sobre el carácter del congreso y los documentos que previamente habían sido puestos a debate. Tiempo habrá para ello; tan sólo me pregunto una cosa, no irrelevante, sobre la coreografía congresual: ¿es necesario que utilicen el atril tantos invitados institucionales? Según mis cálculos, tamaña participación ha tenido una duración de más del 35 por ciento del tiempo, que ha ido en mengua de la voz de los delegados. Naturalmente, no contesto que haya intervenciones de los dignatarios europeos, españoles y municipales... Pero tanta exhibición me parece una pérdida de minutos. Pero, en fin, este no es el tema que quería tratar. Lo preocupante es la posición de los sindicatos nórdicos sobre la negociación colectiva europea.

Ya en el anterior congreso de la CES, en Viena, algunos sindicatos del sur de Europa habían planteado la necesidad de concretar unos puntos mínimos para, gradualmente, avanzar hacia un espacio contractual europeo. No se avanzó nada. Pero hay que recalcar que, así las cosas, la dirección de la CES no estableció las necesarias mediaciones –para entendernos, el trabajo `entre pasillos´-- en los últimos cuatro años y poder llevar a Sevilla un mínimo esbozo. La tónica fue, dicho a la catalana, qui dies passa anys empeny: o sea, ir tirando rutinariamente. Consecuencia, en Sevilla los sindicatos del sur vuelven a plantear dicho objetivo y los nórdicos dicen que nones.

La respuesta de los nórdicos a la propuesta de apuntar un esbozo de negociación colectiva europea ha sido, yendo por lo derecho, la siguiente: “Nos perjudica a nosotros, pues iría a la baja”. Y tras no pestañear, la cosa queda así: a otra cosa, mariposa. ¿Qué hará la dirección entrante a partir de ahora? ¿Se limitarán a dejar pasar el tiempo, a no hacer pasillos, a renunciar a las necesarias mediaciones entre el norte y el sur?

¿Meterá mano en el asunto la nueva presidenta que, por cierto, es sueca? Lo iremos viendo. Aunque bien pensado, si desde la dirección de la CES no entran al toro, los sindicatos del sur deberán aprovechar el interregno para `hacer pasillos´.

Empecemos constatando que proponer un diseño de negociación colectiva no es fácil, aunque siga siendo verdad el aforismo inglés: quien no negocia, no existe. Digo que no es fácil, pero las dificultades no deben ser un punto de llegada sino de partida. No son fáciles por, de momento, tres razones: 1) las diferentes tradiciones contractuales que tienen casi todos los sindicatos entre sí; 2) la enorme diversidad entre las realidades concretas de unos y otros países; y 3) la práctica inexistencia de una contraparte europea. Así las cosas, sin embargo, ¿cuándo empezar al diseño de un planteamiento gradualista?

Si es verdad que Pablo de Tarso afirmó que `la caridad empieza por uno mismo´, los nórdicos deberían aplicarse al cuento. Porque la gran cuestión no es especialmente que estos sindicatos puedan ser vistos como insolidarios. La gran cuestión es que la historia de ayer y hoy --mañana no lo sabemos todavía a ciencia cierta-- demuestra que no es posible la sostenibilidad de unas conquistas estando los vecinos tan lejos de éstas. Cosa que, ciertamente, se está encargado de avalar la economía global frecuentemente de manera tan drástica como brutal. Más todavía, los magníficos logros de las políticas de welfare en aquellos países están siendo interferidas por la globalización. De manera que la posición de los sindicatos es algo peor que la insolidaridad: es un error, que se orienta contra ellos mismos.

Ahora bien, más allá de las dificultades de todo tipo, sostengo que hay posibilidades para, al menos, diseñar sobre el papel un primer esbozo teórico de negociación colectiva europea. Le llamo teórico porque, mientras no exista una contraparte europea, no acabará siendo realidad. Pero, de entrada, aunque se trata de un proyecto teórico, está indicando una orientación, un sentido, capaz de crear un estado de ánimo en el conjunto asalariado europeo. Se podría tratar de las siguientes posibilidades:


Primera. Un conjunto de derechos inespecíficos (1) como mínimo común divisor que atravesara todos los sindicatos de la CES.

Segunda. Un plantel de derechos específicos, también en formato de mínimo común divisor, que tuviera un buen acomodo en todos los sindicatos europeos. Por ejemplo, la formación y otros similares. Incluso estableciendo diversas velocidades variables.

Se me dirá que, para ambas hipótesis, está la reivindicación de la Carta Social Europea. Cierto, pero no es lo mismo: la contractualidad es consecuencia del poder sindical y éste, a su vez, incide en aquella. Es más, la contractualidad es obra directa de la acción colectiva del sujeto social. Más todavía, el poder negocial es capaz de acercar y darle vecindad a la condición asalariada de un joven de Malmöe con una muchacha de Parapanda, de un cincuentón de Frankfurt con una cuarentona de Mataró, de un metalúrgico de Génova con una dependienta de Utiel y Requena.Esta vecindad social entre esas personas por la vía del poder negocial del sindicalismo europeo podría ser más fuerte que los vínculos que abstractamente pueda establecer una buena (y necesaria) Constitución europea. Cuando los asalariados de la Vega de Granada, los del Maresme, los lombardos, los de Gales... dispongan de unos pespuntes de vecindad social, la construcción europea será menos superestructural. Y, por lo demás, el sentido de pertenencia al sindicato europeo le daría a este mayor agregación de personas establemente afiliadas.

Naturalmente, queda `la bicha´, esto es, la contraparte: Businesseurope (antes UNICE). Si decimos que no se trata de una patronal en el estricto sentido del término, estaremos acertando. Aunque es preciso que, si vemos la viga en el ojo del otro, no descuidemos que en el nuestro hay alguna paja. Si ellos no son una patronal al uso, tampoco nosotros lo somos plenamente. La diferencia es que nosotros necesitamos el sindicato europeo y lo queremos, mientras que el empresariado no necesita convertirse en una patronal y tampoco lo quiere. Podemos argüir razonadamente que se trata de una miopía empresarial, pero es el caso que mientras opten por el gobierno unilateral de la economía (y no sea contestado por nosotros) las cosas seguirán como hasta la presente. De ahí la contundente claridad de Javier Doz tanto en sus escritos como en su intervención en el Congreso de Sevilla.

Me permito un aparente desmelene: no sólo no sobran los planteamientos acerca de la “responsabilidad social de las empresas” y los “códigos éticos”, sino que faltan muchos más. Pero... pero esa semántica no conduce necesariamente a la contractualidad, al tiempo que pueden convertirse en una aporía. Y peor aún, en una caminata un tanto confusa: mientras pones la tilde en la responsabilidad social de las empresas, podrías (lo digo en condicional) estar perdiendo el tiempo al descuidar el acento en la contractualidad, aunque esta –siendo unitaria— tenga una geometría variable.

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(1) Los derechos laborales inespecíficos
La Constitución reconoce, con carácter general y de forma amplia, la titularidad de los derechos fundamentales a cualquier persona; por tanto, también quedan incluidos los trabajadores.
Doctrinalmente, se hace una clasificación de los derechos constitucionales cuando son ejercidos por los trabajadores. En la terminología de PALOMEQUE se distinguen así dos tipos de derechos: los derechos laborales específicamente laborales —o derechos específicos— y los derechosconstitucionales laborales inespecíficos.
Los derechos laborales específicos son aquéllos que únicamente se ejercen en el ámbito de las relaciones laborales, siendo sus titulares «los trabajadores asalariados o los empresarios (o sus representantes) en tanto que sujetos de una relación laboral (paradigmáticamente, derecho de huelga, derecho al salario, derecho de negociación colectiva, etc.) ».
Y son derechos inespecíficos, en cambio, aquellos derechos «atribuidos con carácter general a los ciudadanos, que son ejercitados en el seno de una relación jurídica laboral por ciudadanos que, al propio tiempo, son trabajadores y, por lo tanto, se convierten en verdaderos derechos laborales por razón de los sujetos y de la naturaleza de la relación jurídica en que se hacen valer».
Pues bien, el derecho a la intimidad del trabajador queda englobado en los derechos inespecíficos o personales. Y también lo son, entre otros, el derecho de igualdad y no discriminación, la libertad ideológica, la libertad de expresión, el derecho de reunión, el derecho a la tutela judicial efectiva o el derecho a la educación.


miércoles, 23 de mayo de 2007

DOS DATOS SINDICALES PREOCUPANTES

Ayer aparecieron dos datos de indudable importancia: 1) el Congreso de la Confederación Europea de Sindicatos ha reconocido que, en los últimos años, ha perdido un 20 por ciento de su afiliación; 2) la Organización Internacional del Trabajo informa que “La presencia femenina en el diálogo social no llega al 15 %; las mujeres presentes en las mesas de diálogo social (foros de debate, negociación y entendimiento entre Gobierno, empresarios y sindicatos) no llegan, en el panorama mundial, al 15% del total de los participantes” [...] y que “ la proporción de mujeres más elevada se da en Europa, con un 17%”.

Debe destacarse, en primer lugar, el sentido francamente autocrítico de los dirigentes sindicales que –cosa inhabitual en otros escenarios-- ni han escondido el dato ni lo han disimulado. En segundo lugar continúa siendo muy preocupante el nivel que se deja conscientemente a las mujeres en los ámbitos sociales para que éstas ejerzan plenamente sus responsabilidades de dirección y representación. De manera que, sin forzar la situación, vale la pena plantear este interrogante: ¿guardan relación ambos datos?

Hay estudios suficientes (de sociólogos e investigadores sociales) que demuestran que, en el caso español, los sindicatos apenas si perdieron afiliación cuando se produjeron las grandes reconversiones industriales desde finales de los setenta hasta mediados de los ochenta. Me permito un paréntesis: en la situación actual, el sindicalismo confederal español es de los pocos que no sólo no pierde tejido afiliativo sino que (moderadamente) lo incremente. Cierro el paréntesis.

Acerca de la mencionada pérdida de los inscritos en el sindicalismo europea, sostengo que se debe a una serie de factores que, en buena medida, son consecuencia de la personalidad de los sindicatos de los Estados nacionales y, en consecuencia, de las prácticas sindicales. Desde luego, cada sindicalismo concreto tiene unas maneras más acusadas, pero todas ellas guardan, a mi parecer, un hilo conductor. Pongamos por caso el sindicalismo francés: aunque una de sus características (negativas) sea el fisiológico enfrentamiento entre sus organizaciones sindicales, el resto de las causas es muy similar a la de la mayoría de centrales sindicales europeas que pierden densidad afiliativa.

Pienso que, a pesar de los esfuerzos de la literatura oficial (la expresada en los Congresos y otras solemnidades), la práctica real (la que se concreta en los procesos negociales) no acaba de situarse en las grandes transformaciones que, desde hace por lo menos tres decenios, están en marcha de manera tan gigantesca como acelerada: el gran proceso de innovación-reestructuración globalizada. Esa no-situación en lo que realmente está ocurriendo hace que, por lo general, el sindicalismo europeo reproduzca los mismos planteamientos reivindicativos de antaño y las mismas formas de representación de antes de ayer. O lo que es lo mismo: si el sindicalismo es, sobre todo, una agrupación de intereses, si éstos no son suficientemente planteados y conveniente representados, la conclusión parece cantada. Y aproximadamente puede ser ésta: sectores del conjunto asalariado que no ven la utilidad de encuadrarse en la agrupación que exige y representa sus intereses concretos; si, por otra parte, esto es así (ese no ver una adecuada tutela en lo concreto) se desprendería una cierta traslación a no percibir una protección de los intereses generales.

¿Habrá que recordar que las contrapartes empresariales no han venido a este mundo a resolver los problemas de los sindicatos? ¿Se deberá traer a colación que las contrapartes empresariales no tienen interés alguno en allanar el camino al sindicalismo confederal? Yendo por lo derecho: el empresariado orgánico o tolera como un fastidio el hecho sindical o arremete contra él de manera inmisericorde; sólo le sirve lo que en Francia se conoce como el syndicat-maison. Así pues, está en los sindicalistas reconducir la situación. Y es bueno que sea así porque, en caso contrario, la hipoteca sería de armas tomar.

Los datos mencionados arriba (la pérdida de afiliación de un 20% al sindicalismo europeo y el bajísimo nivel de participación de la mujer, el 17%) expresan algo muy serio que viene de muy atrás. Algo que deben abordar los sindicalistas de manera audaz. Esquemáticamente se podría transitar por las siguientes veredas: a) los contenidos de la contractualidad, y b) las formas de representación en el centro de trabajo.

¿Se trata de que el sindicalismo se circunscriba sólo al centro de trabajo? Por supuesto que no. Pero... Pero es claro que donde se produce la inmensa mayoría del hecho de la representación (ya sea a través de la negociación colectiva como de los sujetos que la conforman) se da en el centro de trabajo. ¿Se trata de no influir –o de influir menos-- en los grandes problemas del Estado de bienestar a favor de poner más énfasis en las cuestiones del centro de trabajo? Tampoco es eso. Se quiere decir lo siguiente: la gran mayoría de afiliados se inscriben al sindicalismo a través del centro de trabajo, que conoce una sostenida mutación en su morfología, en su organización del trabajo... Es en ese microcosmos donde se produce la fuerza estable del sindicalismo confederal. Es más, es desde ese lugar donde se adquiere una cultura de centro de trabajo, capaz de impregnar toda la organización, para abordar los problemas de la innovación-reestructuración. De ahí que, me imagino, el Congreso de la Confederación Europea de Sindicatos, afirmó ayer tajantemente que: “Los sindicatos deben ser capaces de anticiparse y dirigir la transformación industrial para asegurar que los cambios se efectúen de forma responsable”. (Las negritas son de mi cosecha). Una exigencia –ésta de ànticiparse´-- potente e ineludible. Naturalmente, se trata de una transformación que no puede ser concebida en términos transhistóricos sino actuales. Me permito una matización: que el sindicalismo debe anticiparse, es algo obligado; ahora bien, me parece un tanto exagerado decir que debe dirigir la transformación industrial: ¿en solitario o acompañado? Una cosa es dar ánimos y plantear exigencias o autoexigencias y otra cosa es la hipérbole.

Ya hemos dicho que cambia el centro de trabajo, y con él mutan las necesidades materiales del conjunto asalariado en cuestión. Pero ese conjunto asalariado de cada centro de trabajo ya no es un compacto como parecía que lo era antaño. Ya no es un uni-verso sino un pluri-verso: una miríada de situaciones, incluso personales, cada vez más amplia. De manera que la vereda por la que tal vez debería transitar el sindicalismo confederal podría ser ésta: la plena ubicación en el actual paradigma en el que debe ejercer su alteridad el sindicalismo de las diversidades. Por eso apuntábamos recientemente que la acción colectiva (durante todo el recorrido de la plataforma reivindicativa) debería ser la expresión de la equidivesidad. La dinámica síntesis entre la equidad y la diversidad. Mejor dicho, la equidad en la diversidad. Así, como hipótesis, se iría caminando hacia el sindicato general que se estructura confederalmente.

Ahora bien, no sólo el 17 por ciento de la representación de la mujer trabajadora desdice la característica `general´ del sindicalismo sino que, además, le penaliza. Le castiga porque no le nutre de afiliación femenina. Así pues, parece que nos encontramos con dos déficits simultáneos: 1) el de las negociaciones de la equidiversidad, no sólo para las mujeres sino para todos los colectivos diversos; y 2) el de la representación de las diversidades. No obstante, recuerdo que estamos reflexionando sobre los dos datos antedichos. Sigo, pues, en ese orden de cosas.

¿Estamos seguros de que la forma de representación de la acción colectiva debe continuar tal como sigue siendo? Lo digo porque se mantiene intacta a la de hace treinta años en España y en todo el sindicalismo europeo. Dejo de lado la fatigosa cuestión de los comités de empresa porque no quiero hacer enfadar a mi sobrino Antonio Baylos con el que mantuve una fraternal controversia en la Revista de Derecho Social, núm. 22, reproducida en http://theparapanda.blogspot.com/2007/02/una-conversacion-particular.html; me referiré sólamente a la forma de la sección sindical de empresa o, si se prefiere, al sindicato en la empresa. De momento, dejo las cosas ahí, aunque sigo sospechando que el mantenimiento de esa forma (ojo, estoy hablando sólo de la forma) no sólo no lleva a ningún sitio útil sino que es, sobre todo, un freno para un (teórico) incremento de la afiliación a la casa sindical. Lo es porque la sección sindical sigue manteniendo su tradicional carácter de conglomerado de cuando las cosas nos parecían homogéneas, de cuando hablar de las diversidades se corría el riesgo de que le llamaran corporativo al que mencionaba la `bicha´. Bien, antes de poner punto final, me permito recomendar la lectura de un libro que, a lo mejor, será útil a la cofradía sindical en relación a lo que
estamos hablado: "Marx Reloaded" (Trafincantes de Sueños, 2007. Madrid), cuyo autor es Moishe Poston, e igualmente se sugiere la lectura del prólogo, a cargo de Alberto Riesco Sanz y Jorge García López: es muy baratito.

Punto final. Los datos que ofrece el Congreso de la CES y la misma OIT pueden resolverse a condición de que cada organización sindical no se camufle en el porcentaje global y asuma los propios; y, segundo, que se aplique el viejo refrán de “a Dios rogando y con el mazo dando”. Finalmente, pregunto: ¿es el amigo Raimon Obiols el único político de nuestro país que ha escrito sobre el congreso sevillano? Véase en www.noucicle.org/obiols/?p=32

miércoles, 2 de mayo de 2007

MOSCONES EN EL PRIMERO DE MAYO

Ayer, en la barcelonesa manifestación del Primero de Mayo, un grupo de moscones se acercó a la pancarta que presidía la marcha, la manchó de color amarillo y se largaron con viento fresco. Como es sabido, el amarillo (además de ser el color fatídico de Molière) es lo que designa a los sindicatos colaboracionistas con los empresarios. Un sindicalista que se precie lo tomará como un insulto gravísimo. Así pues, aunque la escasa documentación de los moscones no dé para más, sabían perfectamente el calado de su acción.


Los dirigentes sindicales reaccionaron con templanza: como la pancarta estaba hecha un asco, la envolvieron y se cogieron del brazo (como tradicionalmente hacían en tiempos antiguos) en señal de unidad y así avanzaron –orgullosos, pero sin altanería-- de lo que estaban haciendo. Ahora bien, si nadie le ha dado (ni seguramente le darán) importancia al asunto, ¿por qué escribir sobre los moscones? Por razones de cierto interés, que se verán a continuación.


Primera. La manía de sentirse los únicos sujetos salvíficos de la causa emancipatoria también impregna, como antaño, a grupos de las nuevas generaciones. Así, no es sólo una cuestión de intolerancia sino de algo que siempre estuvo ligado a ella: el esencialismo. Que, en esta ocasión, viene a decir: estos que avanzan con la pancarta no son “de clase” sino amarillos; y, comoquiera que antes fueron “de clase”, en estos tiempos son unos traidores. Es una concepción autoritaria, y si estos moscones tuvieran mando en plaza, serían aproximadamente totalitarios. Porque no es, mediante la palabra, como se expresan las críticas sino a través de un comando fugaz. Que sabe, además, la repercusión mediática de su mosconería: algo que, si bien se mira, no deja de ser un contagio de los métodos de viejas y nuevas versiones de las derechas de más rancio copete que han sido y, algunas, siguen existiendo.


Segunda. Estamos ante unos comportamientos que son tan viejos como el andar a pie: habiendo fracasado en la organización de chiringuitos salvíficos, me tiro al redondel de la acción fugaz. Pues fundar, mantener y desarrollar una organización de masas es algo fatigoso y más arduo que rociar una pancarta. Y, ya que elaborar un proyecto argumentado y medianamente creíble requiere cuatro dedos de frente, lo mejor es el grito espasmódico de increpar a la presidencia de una manifestación.


Tercera. Por lo general, la mayoría de los moscones acaban en las derechas más extremistas. No pocos moscones de los años sesenta y setenta son ahora afamados neocons norteamericanos, ¿me equivoco o me pierde la exageración? Y no pocos moscones que antaño le dieron a la metralleta, en nombre de un supuesto proletariado (que nunca les pidió dios y ayuda), militan ahora en organizaciones clerical-fascistas. Veamos, moscones armados fueron quienes asesinaron a mi amigo Guido Rossa y se hartaron de poner bombas en el coche de mi amigo Claudio Sabattini, destrozándole la cara y las manos. Guido y Claudio, dos grandes dirigentes sindicales. Aquellos moscones –menos mal-- han dejado las armas y ahora empuñan el hisopo y el agua bendita: de todas formas es un avance.


Por lo demás, no me resisto a recordar algunas situaciones menos comprometidas. En plena dictadura franquista, algunos nos dijeron (yo estaba encantado de ser denunciado en ciertas octavillas) que éramos unos traidores a la clase obrera. ¿Dónde se cobijaron cuando echaron barriga? ¿Dónde se metieron cuando cayeron en la cuenta que el vino pirriaque en tetrabrik es de inferior calidad que el rioja de cincuenta euros? En el centro político y en partidos de la derecha. Y con el mismo desparpajo que antaño hacían teología redentora, después arremetieron contra las izquierdas: tanto las reformistas como las antagonistas. Ni siquiera se disculparon con un “pelillos a la mar”. Con algunos de ellos compartí tribuna cuando fui diputado. O sea, la mosconería no es una novedad.Naturalmente pueden haber otras explicaciones más contundentes, pero puede que alguna de ellas, aunque banal, se aproxime a una primera explicación: el desenfreno de la lengua se va transformando en un desenfreno de la próstata, y lo que antaño era un barniz seudotroskysta (nada que ver con Don León) se trasladó más tarde a la banda del más extremoso babor. O lo que es lo mismo: el viejo ataque al Estado capitalista fue substituido por el ataque al Estado de bienestar. Alto ahí: el Estado del Bienestar de los demás, no el propio.