viernes, 23 de marzo de 2007

SOBRE EL FEDERALISMO

(Nota. Esbozo de intervención en el acto sobre Federalisme, que se celebrará en el Ateneu de Barcelona el día 19 de Abril de 2007, organizado por la Fundació Catalunya Segle XXI. ¿Les interesará que hable cuando hayan leído lo que viene a continuación? Ya veremos...)

Aclaro de entrada que soy un federalista muy particular. Tanto es asi que no considero esta importante cuestión (el federalismo) como distintivamente central de la izquierda. Admito, faltaría más, que para quien se declare de izquierdas pueda serlo. Pero no para un servidor.

Y lo explico desde dos elementos: cómo entiendo que debe ser la izquierda y por la cosa de las prioridades.

Creo que la política de izquierdas debería tener como fundamental seña la cuestión social. Y, en consecuencia, esta es la prioridad. Así pues, yendo por lo derecho: para mí el federalismo no es la cuestión esencial de la izquierda. Por cierto, me gustaría citar a mi padre quien afirmaba que con frecuencia muchas prioridades equivalen a ninguna. Más todavía, estoy firmemente convencido que la izquierda –desde hace muchos años-- ha estado asimétricamente preocupada: ha dedicado menos tiempo a lo más esencial y más horas a lo menos importante. De ahí los enormes retrasos en la comprensión y el desvelamiento de los grandes cambios, económicos y sociales, que están en curso; de ahí las dificultades en procurarse una convincente representación de los intereses de las gentes de carne y hueso; y de ahí, también, el distanciamiento entre política y la ciudadanía.

Hizo bien la praxis socialista en situar en primer plano la cuestión social, y no estuvo atinada olvidando o relegando el federalismo. Tal vez, visto con un poco de serenidad, no podía abarcar tanto. Tiene razón Geoff Eley (“Un mundo que ganar”, Crítica, 2002) cuando escribe que el socialismo, entendido en su sentido más amplio, olvidó muchos e importantes temas. El federalismo, que lo cita indirectamente, fue uno de ellos.

Ahora bien, ¿se trata de que la izquierda recupere el tiempo perdido en torno al federalismo o, más bien, la cosa va por situar al federalismo, directa o indirectamente, como el eje por donde debe pivotar la izquierda? Son dos cosas distintas.

Por otra parte, pienso que tácticamente no es muy acertado situar ahora mismo la cuestión federal en el centro de las preocupaciones de la izquierda. Por dos razones cuya jerarquía conceptual no estoy en condiciones de ordenar. Una, lo importante es que se consolide el tierno itinerario de los nuevos Estatutos de Autonomía; dos, no me parece conveniente tensar la cuerda política todavía más de lo que está en la actualidad. Aunque también me valdría el orden inverso. En todo caso, para lo uno y lo otro se precisa el viejo concepto gramsciano de la hegemonía. Y el caso es que, mirando por todos los rincones, no veo cómo se puede establecer de manera creíble y no artificiosa una hegemonía –política, social y culturalmente-- que se granjee amplias bolsas de simpatía por la construcción federal del Estado y evite las menores en su contra. Desde luego, no creo que se pueda hacer sobre la base de decisiones a palo seco, esto es, al margen de políticas reformadoras en los campos sociales.

23.03.07

Esta será –no lo aseguro totalmente— la última entradilla sobre el federalismo antes del debate en el Ateneu barcelonés del 19 de Abril. Seguiré, pues, hablando de casi lo mismo y con el mismo carácter que los anteriores escritos: se trata de apuntes, de un esbozo para hilvanar mejor, y con tiempo, mi intervención en dicho acto.
Esto es lo que les pienso interpelar a los federalistas, ya sean los que lo piden para el ahora mismo (Josep María Balcells y algunos relevantes miembros de Ciutadans pel Canvi) o para quienes se lo toman con más sosiego. Les diré: vale, supongamos que las condiciones están maduras para esa gran operación; supongamos que la vieja señora, Doña Correlación de Fuerzas, nos guiña el ojo como diciendo que ahora está la fruta madura. Os interpelo, pues: ¿cómo interpretar el federalismo ahora y a partir de ahora?
Por ejemplo, supongamos que estoy delante de Toni Comín. Le diré: Oye, Toni, tengo la sospecha de que estáis planteando la cuestión federal como si todavía estuviésemos en el mismo eje de coordenadas del tradicional Estado-nación. ¿Me equivoco? Más todavía: oye, Toni, me da en la cabeza que estáis planteando la cuestión federal como si el paradigma fordista siguiera campando por sus respetos. ¿Estoy meando fuera del tiesto? Y, sigo con mis suspicacias: oye, Toni, ¿meto la pata si pienso que el planteamiento que hacéis sobre la cuestión federal parece olvidar que el patio de vecinos europeo es otra cosa? Darás en el clavo si contestas que es complicado discutir sobre sospechas. Vale, pero te respondo: resulta que no he visto novedades en el diseño que hacéis sobre el federalismo con relación a la “doctrina” tradicional, de un parte, y, de otra, no veo que relacionéis el asunto con las grandes transformaciones que están en curso. Es más, si me afirmas que lo tenéis escrito, dime dónde se encuentra para que un servidor, perinde ac cadaver, lo estudie detenidamente.
Esta mascletá continua de la siguiente manera: si genéricamente podemos hablar de valores federalistas, ¿cómo y de qué manera concreta los relacionamos con los intereses federalistas? Porque, se convendrá que no es infrecuente que algunos sectores de la izquierda les da algún repullo hablar de intereses. En este caso --queridos amigos, conocidos y saludados-- la relación entre valores e intereses me lleva a preguntar: ¿qué sectores de la ciudadanía son susceptibles de coaligarse de manera diversa en pos de la senda federal y quiénes serían los sujetos principales en esa caminata?
Quede claro: estas preguntas se hacen en el supuesto teórico de que Doña Correlación de Fuerzas –al igual que a Rebeca de Winter no la vemos en pantalla, pero juro por lo más terreno que ahí está, ahí está, viendo pasar el tiempo, como la Puerta de Alcalá-- nos diga: Adelante con los faroles que ya os echaré una mano.
Ahora bien, por si las moscas: sed precavidos; la tal doña es bastante versátil y poco de fiar.

miércoles, 14 de marzo de 2007

JOHN GRAY Y LA LEGALIZACIÓN DE LA TORTURA

Hace unos tres años que compré el libro de John Gray Contra el progreso y otras ilusiones, publicado por Paidós. No recuerdo muy bien porqué pero el caso es que, a pesar de que estaba en su lista de espera, iba retrasando su lectura. Lo lamento francamente. Porque con mucho retraso me he enterado de algunas cosas muy relevantes, tras haberme decidido a hincarle la muela al libro. El capítulo 15 se llama Una propuesta modesta en torno a la tortura. Y, comoquiera que iba en tren –interferido por los múltiples ruidos de los aparatejos que se ponen las personas, de toda edad y condición, en las orejas para oír siempre las mismas músicas-- no acababa de leer adecuadamente el texto del profesor Gray. Sólo entendía lo siguiente: el profesor estadounidense Alan Dershowitz –a quien Gray califica como “el más célebre defensor de las libertades civiles en aquel país”-- ha abierto un nuevo debate sobre la tortura, y que “la fuerza de sus argumentos promete transformar las instituciones liberales de todo el mundo”. Leamos, pues, lo que dice el norteamericano. El norteamericano afirma: hay que legalizar la tortura. Lo leo varias veces: no hay confusión, no padezco de paralexia. Me pregunto, mientras observo que un cincuentón pone los pies encima del asiento delantero, qué relación puede tener la legalización de la tortura con la afirmación de Gray de que estamos ante el más célebre defensor de las libertades civiles en América del Norte. Pero, antes de seguir la lectura, interpelo con malafollá granaína al cincuentón: “Caballero, ¿acaso estamos en su residencia?”, y le señalo su descompostura. El hombre baja los pies y pone cara de pocos amigos. Sigo leyendo a la espera de cómo le ajusta las cuentas Gray al profesor norteamericano. Vana ilusión: Gray se deshace en elogios, arremetiendo contra la moral de los que están en contra de la tortura y de su consiguiente legalización. ¿Será el humor inglés?, me pregunto. Ni hablar del peluquín. Gray sigue los pasos de este Dershowitz y lo pone en los altares. ¿Estoy leyendo bien o me distraen los ruidos y la breve relación con el caballero que ya no ha vuelto a poner los pies encima del asiento, aunque a lo lejos hay una cuarentona que sí los ha puesto, una vez que ha pasado el revisor? No hay confusión posible, Gray sigue en lo mismo. Y, no contento, organiza la traca final. Sobre chispa más o menos, dice lo siguiente: la tortura debería ser autorizada mediante orden judicial; los torturadores deberían ser gente experta, y deberían estar acompañados por un equipo de médicos y el correspondiente personal sanitario; comoquiera que eso traería repercusiones sicológicas (con pesadillas y otros trastornos), el Estado pondría a disposición de los torturadores unos equipos de psiquiatras. Más todavía, para que la actividad torturante tuviera prestigio, debería dársele el correspondiente prestigio social. Más todavía, no circunscribe sólo esta propuesta a los Estados Unidos, sino a todo el mundo. No puede ser, me digo. No estoy bien centrado en la lectura. Y me pregunto que dónde está el gato. Lo releo. No se trata de humor inglés. Sic et simpliciter es lo que dice don John Gray. Quien, no contento con lo ha dicho se descuelga así: Para que esto se ponga en marcha es preciso modernizar el Derecho. (Lo único que hago yo es añadir un subrayado por si el lector no ha caído en la cuenta) De donde infiero que esta palabra-contenedor (modernizar) está siendo utilizada, como he dicho en otras ocasiones, para freír una corbata o planchar un huevo. Llego a casa, y para que se me pase la raspa de bacalao que tengo en la garganta, me tomo una cervecita. Nota final: oigo las noticias. Al amigo Jon Sobrino lo quita de en medio ese señor que lleva bata blanca y zapatos de charol que responde al nombre de don Benito Dieciséis, con domicilio habitual en el Estado Vaticano. Otro traquito de cerveza. De momento se me ocurre una modesta prueba de solidaridad con Jon Sobrino. Busco si tiene un blog para ponerlo en mis conexiones, no lo encuentro. Vale, pongo en mi link dos nuevos: el de Leonardo Boff y el del pastor protestante barcelones Ignacio Simal.

lunes, 12 de marzo de 2007

LOS LÍDERES DEL LABOUR PARTY

Oído en la puerta de la catedral de Parapanda: “¿A partir de cuándo se fue jodiendo el Partido Laborista, Zabalita?” No sabe, no responde. Al quite está el maestro Ferino: “La cosa empezó a estropearse cuando un grupo de managers políticos del Labour empezó a considerar los bienes democráticos materiales como algo contingente”. Que, dicho a la pata la llana –si lo entiendo de manera clara-- quiere decir lo que sigue: hay que reconducir las tutelas del Estado de bienestar hacia el terreno de los negocios convencionales; tales protecciones tal vez tuvieran sentido en un momento histórico determinado como elemento de interferencia contra la pauperización. Las cosas, afortunadamente, han cambiado. Hasta aquí, ésta podría ser la idea de estos personajes. De ahí que, en cosa de una semana, los mismos managers (disfrazados de noviembre, como el coñac de las botellas, para no infundir sospechas) han puesto en marcha dos operaciones. La primera, de la que ya hemos hablado, se orienta a equiparar la condición femenina de las empleadas de la Función Pública a la del hombre macho, bajándoles a estos un cuarenta por ciento de sus sueldos. La segunda: los managers, instalados en el new-new-new-new Labour, se aprestan a una serie de medidas para la enseñanza. Aquellos jóvenes británicos, cuyos padres no tengan estudios, y quieran acceder a determinados niveles de enseñanza, recibirán una puntuación inferior que la de los hijos de papá letraheridos. No, no es ninguna broma ni, mucho menos, un infundio. Lee los periódicos de Albión y te enterarás. Que la lucha por el acceso a los saberes y conocimientos ha sido una de las constantes del movimiento de los trabajadores y de la izquierda en general, es cosa harto sabida. Y hablando de los británcos, ahí están las luchas de los levellers en el siglo XVII y de los cartistas, allá en el siglo XIX. Y de los fabianos, también del Labour y de las Trade Unions. Ni qué decir tiene que, de igual modo, los padres fundadores del sindicalismo italiano –Osvaldo Gnocchi Viani y Rinaldo Rigola-- tuvieron a la enseñanza pública como las niñas de sus ojos. Y no hace falta añadir, por más sabida, la larga tradición del sindicalismo y todas las familias de la izquierda política española con relación a dicha materia. Pues bien, los mánagers del new-new-new-new Labour plantean que, también en la enseñanza (uno de los bienes democráticos materiales más preciados) se produzca una cesura. Los mánagers del enésimo Labour parecen ser conscientes de que el paradigma fordista está transitando aceleradamente hacia otro lugar: tienen a Anthony Giddens para recordárselo. Aunque lo cierto es que no hay motivos para pensar que el profesor contradiga la importancia de los saberes y la formación en este nuevo paradigma post fordista. Así las cosas, ¿de dónde sacan los tan repetidos mánagers sus planteamientos? ¿Acaso podríamos considerar que festivamente los mánagers pertenecen a la cofradía del hombre que se creyó Jueves? Realmente provoca estupor repetir y argumentar estas cosas tan obvias. Pero tal vez no se deba echar en saco roto que los mánagers del requetenovísimo Labour puedan considerar que si Fukuyama liquidó la historia, ellos están para reabrirla... por otros medios. Naturalmente con la bendición de Tony Blair. Mi tío Ferino pensaba que los gordos --así eran llamados antaño los ricos en la Vega de Granada-- habían organizado explícitamente la incultura en todos los sitios. Pensaba que, según ellos, era sospechoso que los conocimientos de los de abajo sobrepasaran la regla de tres compuesta. De ahí saqué yo mismo, mucho tiempo después, la siguiente conclusión: el conflicto social es también y sobre todo una disputa de saberes. Y en los tiempos que corren, todavía mucho más. Por ejemplo, en los centros de trabajo innovados o tendencialmente innovados, el trabajo cambiante en sus espacios de autonomía y capacidad de innovación requiere una incesante capacidad para aprender: esta es, además, una piedra de toque para, desde la humanización del trabajo, generar más eficiencia en las empresas. La cuestión, lo he dicho en otras ocasiones, es que la flexibilidad (negociada, por supuesto) se entrelaza con el proceso de socialización de los conocimientos, tanto los concretos como los generales. En otras palabras, los bienes democráticos de los conocimientos y saberes están relacionados estrechamente con sus utilidades en el universo del trabajo concreto. Más todavía con las oportunidades indiscriminadas desde el principio de la enseñanza. Más todavía, utilizaré un argumento que los mánagers políticos del new-new-new-new Labour puedan entender: la formación y la cultura sin discriminación alguna es extremadamente útil para el sistema capitalista en sus formas actuales. Tal vez, lo diré tanteando la cuestión, no lo fuera tanto en el paradigma taylo-fordista. De hecho, el ingeniero Taylor lo dijo sin pelos en la lengua: si la organización del trabajo que yo diseño es científica, no necesito a los sindicatos; tan sólo se requiere e un trabajador que sea algo así como el gorila amaestrado (sic). En “Tiempos modernos”, Chaplin escenifica que ese trabajador sólo necesita mover el músculo a toda pastilla. Magnífico, porque en esa lógica el sistema fordista tenía asegurada dos cosas: 1) el brutal ajetreo de los músculos que no paran, y 2) la subalternidad que viene de la ignorancia organizada. Es materialmente imposible que estos mánagers no lo sepan, pues al fin y al cabo son hijos de papá: de papá con altos estudios, naturalmente. Pero, en un sentido contrario, caigo en la cuenta que no pocos hijos de papá letraherido suelen ser unos zoquetes caballunos. Y puestos a ajustarles las cuentas a los managers del new-new-new-new Labour, les recordaré que un oscuro compatricio de ellos, Míster Cant, de oficio guarnicionero, decidió emigrar a Prusia. Allí le nació su hijo, Manolito Cant. Andando el tiempo Manolito se convirtió en don Manuel, y decidió cambiar la luna menguante de la c por una k, dado que era más pertinente en la estética germana: sí, Immanuel Kant, hijo de un guarnicionero. De la que se libró Manolito Cant... Finalmente, ahí van a boleo algunas consideraciones con sus preguntas correspondientes. Si los adversarios del Estado de bienestar pretenden trasladar las importantes masas de capitales públicos al mundo de los negocios privados, ¿qué persiguen los managers del new-new-new-new Labour? Si las derechas más rancias organizaron de manera militante la ignorancia, ¿qué buscan los mánagers políticos con el planteamiento de puntuar a la baja a los hijos que no son de papá? Si los bienes democráticos fueron la niña de los ojos de las izquierdas, ¿qué son los managers del enésimo Labour? Y, definitivamente, ¿por qué pierdo el tiempo argumentando lo obvio cuando bastaría un rotundo ¡anda ya!? Una información aproximadamente plausible: podría ser que el mismísimo Kant, discutiendo con un colega académico, le contrarrestara los argumentos con un elegante, profundo y documentado: ¡Anda ya! (Du schezst!)