He recibido un correo electrónico de Rafael Rodríguez Alconchel: Hola Pepe Luis, te escribo este mail para comunicarte una mala noticia, nuestro gran compañero y amigo Pepe Cid acaba de fallecer. Un saludo Rafa. Me quedo de piedra. Como perdí todos los teléfonos de las amistades, no puedo llamar a nadie de Granada. No tengo más recurso que `meterme´ en la red. Cid de la Rosa, nuestro Pepecid, moría en el hospital a la edad de 73 años. Llevamos unos dos meses de permanente luto por amigos muy íntimos, muy queridos. Pepe nació en Maracena, a medio camino entre Santa Fe y Granada dos años antes de la sublevación fascista. De niño chico tuvo que oír los lamentos de las familias de los masivamente asesinados en el Albaicín y el dolor de los detenidos. De niño chico le explicaron que los franquistas asesinaron al poeta de La Fuente. De niño chico –ya en plena posguerra— las pasó canutas él y su familia. Y casi imberbe ingresó en el Partido comunista: Maracena fue un filón de sabios comunistas. Albañil esmerado de antigua traza, organiza Comisiones Obreras. En Granada la historia de Comisiones no se explica sin Pepecid. En 1970 fue una pieza clave en el convenio de la construcción: allí el franquismo asesinó a tres compañeros albañiles. Recuerdo a Pepe Cid de la Rosa en ocasiones muy emotivas. Una de ellas fue con motivo de las primeras elecciones. Se empeñó en que yo interviniera en un acto electoral en puertas de las primeras elecciones democráticas, allá a finales de la primavera de 1977. El campo de fútbol del Maracena estaba de bote en bote. Minutos antes de iniciarse el mítin empezó a llover con esa furia que tienen las nubes de los Montes de Pinos y Parapanda. Allí no se movía ni un alma. Pepe abre el acto y se pone a leer unas cuartillas. Los papeles que tiene entre las manos se emborronan y el orador se queda de una pieza. Una anciana le dice: “Pepico, habla como tú zaaabee”. Pepecid tira los papeles y enhebra un discurso de los suyos. Sigue lloviendo a mares, la gente no se mueve: está hablando Pepe Cid. Que termina su discurso de la siguiente manera: “Mañana habla el camarada Santiago Carrillo en Graná, en el campo del Betis Cruz Blanca: hay que acudir masivamente”. Una voz a lo lejos replica: "Tenemos que ir tós, me cago en el copónbendito”. Pepe coje el micro y con energía le dice: “Esa boca, Frasquito, esa boca”. Después, Pepe nos llevó a una taberna amiga: nos zampamos unos cuantos pajarillos fritos y su correspondiente pipirrana. A finales de 1979 el sindicato, en solitario, convocó una importante movilización contra el Estatuto de los trabajadores. En la provincia de Granada, sin embargo, Pepe Cid y los amigos de UGT van juntos. Y convocan una huelga general de 24 horas. El partido (o, por mejor decir, Jaime Ballesteros) se pone las manos a la cabeza e intenta convencer a Pepe de que es una locura, de que aquella convocatoria será un desastre, de que hay que desconvocar la huelga. Pepecid se mantiene en sus trece. La huelga se hizo, pararon hasta los relojes. Pepe Cid, al frente de Comisiones, y los compañeros de la UGT granadina consideran natural la respuesta de los trabajadores. Pepecid fue siempre la voz de la síntesis en las discusiones (a veces ásperas) del sindicato, la palabra sensata, el gesto amable. Una persona querida y respetada por su ponderación y el fundamento de sus argumentos. Aclaro: no estamos hablando de un mito, sino de una persona de carne y hueso. Le recuerdo también en el consejo confederal. Pepe iba a Madrid siempre con una cajica de piononos para que yo me la trajera a Barcelona. Nos poníamos a hablar y, de repente, me contagiaba los acentos de la Vega: yo recuperaba el ceceo y la entonación santaferinomaracenera. Más todavía, se me pegaba un poco la cordura del amigo albañil. Sí, yo comparto la pena de las gentes de Maracena. Me imagino a Rafael, a Javier Terriente, a Rosa y un buen número de personas aguantando las lágrimas. Por mi parte (lloroso también), me pongo a considerar lo que entiendo que esencialmente caracterizaba al amigo: la conexión entre lo dicho y lo que se hace; y que lo que se dice es el vínculo entre lo que se ha hecho y lo que se va a decir. O lo que es lo mismo, con perfecta y sencilla naturalidad, Pepe Cid ponía en comunicación lo que, con excesiva frecuencia, aparece separado: los dos mundos del hacer y del pensar. Quizás porque nuestro amigo albañil creyera que la separación entre lo uno y lo otro provoca la esterilidad del pensamiento y la irrelevancia de la acción. Al decir de Thomas Mann, Pepe Cid de la Rosa era un hombre de gran formato.