En la entrada anterior
la baylobullosfera (ANTONIO BAYLOS y este mismo blog) ha publicado conjuntamente un
importantísimo discurso de Umberto Romagnoli. A continuación, me propongo
enhebrar unas primeras reflexiones en torno al alegato del maestro.
Debemos agradecer a
Umberto Romagnoli su actitud tesonera y rigurosamente fundamentada de
alertarnos –desde hace ya no sé cuantos años— sobre la situación del Derecho
del trabajo: en sus palabras es el
derecho más eurocéntrico del siglo XX. Hace
tiempo el maestro boloñés nos dijo: el derecho del trabajo está en el
congelador; ahora, el grito suena más preocupante cuando plantea la necesidad
de que el padre Noé le preste su arca al Derecho del trabajo.
Aunque sólo fuera por la
personalidad de Romagnoli --por su inequívoca dedicación, desde hace más de
cincuenta años, a los problemas del movimiento de los trabajadores-- hubiera
sido conveniente que, al menos, el sindicalismo reflexionara al respecto sobre
el actual estado de la cuestión de esta disciplina jurídica. Especialmente
porque el derecho del trabajo es también una conquista del movimiento de los
trabajadores y del sindicalismo europeo. De ahí que, no es por casualidad, que
–dicho con un poco de pimienta— la más famosa pareja de hecho que ha existido
en la izquierda del siglo pasado la conformaran el derecho del trabajo y el
sindicalismo. En todo caso, es conocido que la mencionada pareja nunca durmió
en el mismo colchón por lo que sus relaciones fueron de absurda castidad.
Cierto, es preciso hacer una corrección de carácter historicista: la irrupción
del nuevo movimiento obrero español a principios de la década de los sesenta no
se explica sin la aportación de los iuslaboralistas. Ahora bien, conseguida la
libertad en nuestro país, cada cual se fue a su casa con el consabido
agradecimiento por los servicios prestados.
¿Está el derecho del
trabajo en crisis? A mi entender hay dos fenómenos que contemporáneamente se
entremeten. De un lado, los gigantescos cambios en el mundo del trabajo; de
otra parte, la agresiva postura de lo que Romagnoli llama la cultura iusprivatista. Recuperando viejas
categorías, diré que lo primero es una situación aproximadamente objetiva; lo
segundo es harina de otro costal: es una subjetiva y potente ideología que se
orienta a desarbolar el bosque iuslaboralista, no por viejo sino –aunque se
reformara con potentes mecanismos tuititvos —porque concede un cacho de voz y
fuerza al trabajo subordinado. Se trataría de un intento de desarboladura con
la idea de someter el derecho del trabajo a todas las conveniencias de la
economía de mercado. Así las cosas, lo uno con lo otro están desvencijando el
estatuto epistemológico del derecho del trabajo.
Partamos de la siguiente
consideración: la pareja de hecho entabló sus castas relaciones de manera más o
menos simultánea cuando el sistema fordista sacó pecho y se hizo el señor del
universo fabril. No es, pues, una exageración que la pareja fuera, andando el
tiempo, más bien un triángulo, cuyas relaciones eróticas dejaron de ser
platónicas. Ahora bien, el panorama ha cambiado de tal modo que el asunto,
dicho con desenfado, está de la siguiente manera: una parte del triángulo se
esfuma (el fordismo está desapareciendo velozmente) mientras el resto de los
castamente amancebados --aunque no hayan extendido el acta de separación --se
han alejado sobremanera. Pero --¿sorpresa, sorpresa?-- tanto el sindicalismo como el derecho
laboral siguen culturalmente ancorados en casi la misma praxis de cuando el
fordismo hacía de las suyas. Quien desee comprobar esta cuestión no tiene más
que ir a la lectura de la literatura contractual de los ahora llamados agentes
sociales y de la gran mayoría de planteamientos del (tradicional)
iuslaboralismo europeo, lo que implica que no me estoy refiriendo a los
partidarios de la desforestación.
Si esto es así, como
creo, podemos entender la necesidad del Arca de Noé que reclama Umberto
Romagnoli. Ocurre, no obstante, que,
tal vez para no levantar excesivos sarpullidos, el profesor boloñés no refiere
que una de las más preciosas fuentes del derecho hace tiempo que se están
secando. Esto es, si el convenio colectivo no genera discontinuidades con
relación a la cultura fordista, ¿cómo hablar ya de utilidades del
iuslaboralismo? Y si la literatura contractual no gestiona novedades ¿qué
utilidad existe tanto para el conjunto asalariado como para aumentar la
capacidad de representación del sindicalismo confederal? Sé de buena tinta que
estas preocupaciones están presentes en más de una cabeza responsable. El
problema –me lo dijeron sin rodeos— está en la dificultad de gestionar `lo
nuevo´. Solución: se sigue gobernando lo viejo; ocurre, no obstante, que lo
viejo va dejando de existir, precisamente debido a las grandes mutaciones que
surgen a diario y por doquier. Es decir, podría ser comprensible ampararse en
lo anciano, pero no tiene explicación mantener una praxis que se refiere a lo
que de forma veloz está dejando de ser y existir. Así pues, si Romagnoli habla
del Arca de Noé para el derecho del trabajo estamos ante un problema, pero
realmente estamos ante otro
más. Porque como muy bien
dijo el autor de la copla “Camino verde”: la fuente se ha secado, lloran de
pena las margaritas, tal como dejó cantado el maestro Angelillo. Ni siquiera,
en este sentido, se puede tener el consuelo de un personaje del Fausto de Goethe
cuando afirma: “Una cosa puede ser inútil para construir o intervenir en la
construcción de lo nuevo, pero no es totalmente inútil para mantener lo
actual”. Digo que ni siquiera podría existir este consuelo porque, por lo
general, las referencias a la literatura contractual indican su relación no con
lo viejo sino con lo que está desapareciendo.
Naturalmente, en estas
condiciones, el ataque de los desforestadores contra el instituto del derecho
laboral encuentra que llueve sobre mojado. Pero, por si las moscas (no sea que
Noé preste su barca) arrecian con sus propuestas. La idea es quitar la parte de
voz que el iuslaboralismo da al conjunto asalariado; porque la ración que le
quita el mismo derecho laboral, bien quitada está (se dirían los desforestadores).
Cierto, hay que estar ojo avizor frente y contra esos leñadores. Pero, tengo
para mí, que el problema central está en
nosotros mismos, en los partidarios del sindicalismo confederal fuertemente
representativo y en los iuslaboralistas que siguen defendiendo el estatuto
epistemológico del derecho laboral.
Digo que está en
nosotros mismos. Porque los adversarios no están llamados a prestarnos el Arca
de Noé, a menos que se aceptara pagar con la subalternidad el precio del
alquiler de un pobre chinchorro. Está en nosotros mismos. Algo parecido les
dijo Pericles a los atenienses, según refiere Tucídides: “Estoy más lleno de
temor por los errores propios que por los planes del enemigo” (Historia de la Guerra del Peloponeso,
I.144) Pues bien, nosotros debemos preocuparnos especialmente de nuestras cosas
atenienses y dejar de poner la excusa en el ataque de los espartanos y de la
alianza del Peloponeso toda.
O lo que es lo mismo, no
habrá desarrollo y utilidad del derecho del trabajo si no hay una profunda renovación
de la negociación colectiva, y esto es cosa que incumbe especialmente a los
atenienses. Esa es la mejor Arca de Noé para el derecho del trabajo. Una
profunda renovación porque, como se ha dicho anteriormente, el sistema fordista
es pura chatarra. En resumidas cuentas, si el sindicalismo desaprende de sus
hábitos fordistas (especialmente en el territorio de la contractualidad) las
buenas repercusiones en todos los escenarios pueden ser evidentes.
Por último quiero
abordar un tema espinoso: la flexibilidad. Tiene razón Romagnoli cuando, en
franca polémica con los tecnócratas de Bruselas, habla del oxímoron de la flexiseguridad. Ni qué decir
tiene que los amanuenses que redactaron el Libro Verde del derecho del trabajo
europeo intentan dar gato por liebre y, en vez de café, nos invitan a
achicoria. Para hablar con propiedad: disfrazan la flexibilidad unilateral,
gobernada sólo por el empresario, con el noviembre de la seguridad para no
infundir sospechas. Lo sabemos, ciertamente. Ahora bien, en mi opinión es
preciso partir de un razonamiento propio, que debería elaborar la pareja de
hecho: el sindicalismo y el derecho del trabajo. Comoquiera que lo he repetido
en demasiadas ocasiones, seré intencionadamente breve.
Una de las grandes
novedades es que la flexibilidad no es ya, como antaño, un instrumento
contingente. Se diría que es ahora, y todo indica que desde hace ya algún
tiempo, un instrumento inmanente, de largo recorrido. Lo que lleva a otra
consideración: todo déficit de intervención sindical en ese aspecto se traduce
en un incremento de la unilateralidad direccional de la empresa. Una
intervención sindical que debería compatibilizar la flexibilidad con los
mecanismos protectores, necesarios y suficientes, de la seguridad. Y, desde
esas nuevas fuentes contractuales, rediseñar el derecho del trabajo. En caso
contrario, el conjunto de los miembros de la pareja de hecho –con o sin Arca de
Noé-- irían engrosando el desván
de los trastos inservibles.