lunes, 1 de octubre de 2007

¿SE PUEDE SALVAR DEL NAUFRAGIO EL DERECHO DEL TRABAJO?

En la entrada anterior la baylobullosfera (ANTONIO BAYLOS y este mismo blog) ha publicado conjuntamente un importantísimo discurso de Umberto Romagnoli. A continuación, me propongo enhebrar unas primeras reflexiones en torno al alegato del maestro.

Debemos agradecer a Umberto Romagnoli su actitud tesonera y rigurosamente fundamentada de alertarnos –desde hace ya no sé cuantos años— sobre la situación del Derecho del trabajo: en sus palabras es el derecho más eurocéntrico del siglo XX. Hace tiempo el maestro boloñés nos dijo: el derecho del trabajo está en el congelador; ahora, el grito suena más preocupante cuando plantea la necesidad de que el padre Noé le preste su arca al Derecho del trabajo.

Aunque sólo fuera por la personalidad de Romagnoli --por su inequívoca dedicación, desde hace más de cincuenta años, a los problemas del movimiento de los trabajadores-- hubiera sido conveniente que, al menos, el sindicalismo reflexionara al respecto sobre el actual estado de la cuestión de esta disciplina jurídica. Especialmente porque el derecho del trabajo es también una conquista del movimiento de los trabajadores y del sindicalismo europeo. De ahí que, no es por casualidad, que –dicho con un poco de pimienta— la más famosa pareja de hecho que ha existido en la izquierda del siglo pasado la conformaran el derecho del trabajo y el sindicalismo. En todo caso, es conocido que la mencionada pareja nunca durmió en el mismo colchón por lo que sus relaciones fueron de absurda castidad. Cierto, es preciso hacer una corrección de carácter historicista: la irrupción del nuevo movimiento obrero español a principios de la década de los sesenta no se explica sin la aportación de los iuslaboralistas. Ahora bien, conseguida la libertad en nuestro país, cada cual se fue a su casa con el consabido agradecimiento por los servicios prestados.

¿Está el derecho del trabajo en crisis? A mi entender hay dos fenómenos que contemporáneamente se entremeten. De un lado, los gigantescos cambios en el mundo del trabajo; de otra parte, la agresiva postura de lo que Romagnoli llama la cultura iusprivatista. Recuperando viejas categorías, diré que lo primero es una situación aproximadamente objetiva; lo segundo es harina de otro costal: es una subjetiva y potente ideología que se orienta a desarbolar el bosque iuslaboralista, no por viejo sino –aunque se reformara con potentes mecanismos tuititvos —porque concede un cacho de voz y fuerza al trabajo subordinado. Se trataría de un intento de desarboladura con la idea de someter el derecho del trabajo a todas las conveniencias de la economía de mercado. Así las cosas, lo uno con lo otro están desvencijando el estatuto epistemológico del derecho del trabajo.

Partamos de la siguiente consideración: la pareja de hecho entabló sus castas relaciones de manera más o menos simultánea cuando el sistema fordista sacó pecho y se hizo el señor del universo fabril. No es, pues, una exageración que la pareja fuera, andando el tiempo, más bien un triángulo, cuyas relaciones eróticas dejaron de ser platónicas. Ahora bien, el panorama ha cambiado de tal modo que el asunto, dicho con desenfado, está de la siguiente manera: una parte del triángulo se esfuma (el fordismo está desapareciendo velozmente) mientras el resto de los castamente amancebados --aunque no hayan extendido el acta de separación --se han alejado sobremanera. Pero --¿sorpresa, sorpresa?-- tanto el sindicalismo como el derecho laboral siguen culturalmente ancorados en casi la misma praxis de cuando el fordismo hacía de las suyas. Quien desee comprobar esta cuestión no tiene más que ir a la lectura de la literatura contractual de los ahora llamados agentes sociales y de la gran mayoría de planteamientos del (tradicional) iuslaboralismo europeo, lo que implica que no me estoy refiriendo a los partidarios de la desforestación.

Si esto es así, como creo, podemos entender la necesidad del Arca de Noé que reclama Umberto Romagnoli. Ocurre, no obstante, que, tal vez para no levantar excesivos sarpullidos, el profesor boloñés no refiere que una de las más preciosas fuentes del derecho hace tiempo que se están secando. Esto es, si el convenio colectivo no genera discontinuidades con relación a la cultura fordista, ¿cómo hablar ya de utilidades del iuslaboralismo? Y si la literatura contractual no gestiona novedades ¿qué utilidad existe tanto para el conjunto asalariado como para aumentar la capacidad de representación del sindicalismo confederal? Sé de buena tinta que estas preocupaciones están presentes en más de una cabeza responsable. El problema –me lo dijeron sin rodeos— está en la dificultad de gestionar `lo nuevo´. Solución: se sigue gobernando lo viejo; ocurre, no obstante, que lo viejo va dejando de existir, precisamente debido a las grandes mutaciones que surgen a diario y por doquier. Es decir, podría ser comprensible ampararse en lo anciano, pero no tiene explicación mantener una praxis que se refiere a lo que de forma veloz está dejando de ser y existir. Así pues, si Romagnoli habla del Arca de Noé para el derecho del trabajo estamos ante un problema, pero realmente estamos ante otro más. Porque como muy bien dijo el autor de la copla “Camino verde”: la fuente se ha secado, lloran de pena las margaritas, tal como dejó cantado el maestro Angelillo. Ni siquiera, en este sentido, se puede tener el consuelo de un personaje del Fausto de Goethe cuando afirma: “Una cosa puede ser inútil para construir o intervenir en la construcción de lo nuevo, pero no es totalmente inútil para mantener lo actual”. Digo que ni siquiera podría existir este consuelo porque, por lo general, las referencias a la literatura contractual indican su relación no con lo viejo sino con lo que está desapareciendo.

Naturalmente, en estas condiciones, el ataque de los desforestadores contra el instituto del derecho laboral encuentra que llueve sobre mojado. Pero, por si las moscas (no sea que Noé preste su barca) arrecian con sus propuestas. La idea es quitar la parte de voz que el iuslaboralismo da al conjunto asalariado; porque la ración que le quita el mismo derecho laboral, bien quitada está (se dirían los desforestadores). Cierto, hay que estar ojo avizor frente y contra esos leñadores. Pero, tengo para mí, que el problema central está en nosotros mismos, en los partidarios del sindicalismo confederal fuertemente representativo y en los iuslaboralistas que siguen defendiendo el estatuto epistemológico del derecho laboral.

Digo que está en nosotros mismos. Porque los adversarios no están llamados a prestarnos el Arca de Noé, a menos que se aceptara pagar con la subalternidad el precio del alquiler de un pobre chinchorro. Está en nosotros mismos. Algo parecido les dijo Pericles a los atenienses, según refiere Tucídides: “Estoy más lleno de temor por los errores propios que por los planes del enemigo” (Historia de la Guerra del Peloponeso, I.144) Pues bien, nosotros debemos preocuparnos especialmente de nuestras cosas atenienses y dejar de poner la excusa en el ataque de los espartanos y de la alianza del Peloponeso toda.

O lo que es lo mismo, no habrá desarrollo y utilidad del derecho del trabajo si no hay una profunda renovación de la negociación colectiva, y esto es cosa que incumbe especialmente a los atenienses. Esa es la mejor Arca de Noé para el derecho del trabajo. Una profunda renovación porque, como se ha dicho anteriormente, el sistema fordista es pura chatarra. En resumidas cuentas, si el sindicalismo desaprende de sus hábitos fordistas (especialmente en el territorio de la contractualidad) las buenas repercusiones en todos los escenarios pueden ser evidentes.

Por último quiero abordar un tema espinoso: la flexibilidad. Tiene razón Romagnoli cuando, en franca polémica con los tecnócratas de Bruselas, habla del oxímoron de la flexiseguridad. Ni qué decir tiene que los amanuenses que redactaron el Libro Verde del derecho del trabajo europeo intentan dar gato por liebre y, en vez de café, nos invitan a achicoria. Para hablar con propiedad: disfrazan la flexibilidad unilateral, gobernada sólo por el empresario, con el noviembre de la seguridad para no infundir sospechas. Lo sabemos, ciertamente. Ahora bien, en mi opinión es preciso partir de un razonamiento propio, que debería elaborar la pareja de hecho: el sindicalismo y el derecho del trabajo. Comoquiera que lo he repetido en demasiadas ocasiones, seré intencionadamente breve.

Una de las grandes novedades es que la flexibilidad no es ya, como antaño, un instrumento contingente. Se diría que es ahora, y todo indica que desde hace ya algún tiempo, un instrumento inmanente, de largo recorrido. Lo que lleva a otra consideración: todo déficit de intervención sindical en ese aspecto se traduce en un incremento de la unilateralidad direccional de la empresa. Una intervención sindical que debería compatibilizar la flexibilidad con los mecanismos protectores, necesarios y suficientes, de la seguridad. Y, desde esas nuevas fuentes contractuales, rediseñar el derecho del trabajo. En caso contrario, el conjunto de los miembros de la pareja de hecho –con o sin Arca de Noé-- irían engrosando el desván de los trastos inservibles.