Ha fallecido Simón Rosado, uno de los dirigentes más prestigiosos del sindicalismo confederal español. Su muerte ha producido un duro impacto: primero, por la enorme consideración en que se le tenía; segundo, porque nos ha dejado con sólo cincuenta y tres años. Somos muchos los que todavía no nos hemos repuesto, y me atrevería a decir que tenemos todavía una cierta sensación de incredulidad.
Conocí a Simón cuando, prácticamente un mozalbete, era la persona más consultada y requerida en la Derbi, la antigua fábrica de motos en el Vallés Oriental. Un muchacho que ya sorprendía por su sabiduría y su sentido común. Recuerdo perfectamente como los veteranos (cuarentones y cincuentones) llevaban en palmito al joven Simón que, simultáneamente, parecía ser el hijo y el padre de todos ellos. Junto a otro joven, Matías Alcázar (que también nos dejó hace años) representaron la renovación de los cuadros sindicales en la comarca: Matías o la fogosidad y la intuición; Simón o la templanza del que sabe que la lucha tiene un largo recorrido.
Nuestro amigo tiene dos grandes realizaciones de gran calado, tal vez no suficientemente conocidas. Primero fue el salto adelante que imprimió al sindicalismo en el Vallés Oriental; y, después, la estabilidad que generó su capacidad dirigente al frente de la Federación de los metalúrgicos catalanes, una organización que llevaba tiempo en una visible confusión. Esta situación tenía que ser abordada. De ahí que algunos amigos del grupo dirigente de Comisiones Obreras de Catalunya le preparamos una “encerrona”. Concretamente le propusimos que se hiciera cargo de la Federación metalúrgica catalana. Y, como esperábamos nosotros –ya gatos viejos-- nuestro Simón aceptó: todavía no tenía treinta años.
Es precisamente al frente de esa responsabilidad cuando Simón empieza a tener predicamento en las fábricas metalúrgicas. Yo le he visto hablar con autoridad a sindicalistas cincuentones de SEAT y otras grandes empresas. Y somos muchos los que sabemos de su serenidad y coraje negociando importantes expedientes de crisis. No hace falta decir que nunca fue el sindicalista gritón ni aspavientoso. Era la voz del razonamiento paciente. Que siempre habló desde el afecto. De ahí que podamos decir enfáticamente que Simón era un sindicalista respetado y querido, dos cualidades que raramente coinciden. Centenares de personas le hemos llorado hoy en el sepelio.
Y no dudo de que cuando se enteren los sindicalistas marroquíes de la CDT harán lo mismo. Simón fue uno de los grandes actores que propiciaron la solidaridad con los trabajadores marroquíes del metal y por aquellos sitios se movía como Pedro por su casa. Nuestras amistades marroquíes lo consideraban como uno de los suyos: es gente con buen olfato.
Conocí a Simón cuando, prácticamente un mozalbete, era la persona más consultada y requerida en la Derbi, la antigua fábrica de motos en el Vallés Oriental. Un muchacho que ya sorprendía por su sabiduría y su sentido común. Recuerdo perfectamente como los veteranos (cuarentones y cincuentones) llevaban en palmito al joven Simón que, simultáneamente, parecía ser el hijo y el padre de todos ellos. Junto a otro joven, Matías Alcázar (que también nos dejó hace años) representaron la renovación de los cuadros sindicales en la comarca: Matías o la fogosidad y la intuición; Simón o la templanza del que sabe que la lucha tiene un largo recorrido.
Nuestro amigo tiene dos grandes realizaciones de gran calado, tal vez no suficientemente conocidas. Primero fue el salto adelante que imprimió al sindicalismo en el Vallés Oriental; y, después, la estabilidad que generó su capacidad dirigente al frente de la Federación de los metalúrgicos catalanes, una organización que llevaba tiempo en una visible confusión. Esta situación tenía que ser abordada. De ahí que algunos amigos del grupo dirigente de Comisiones Obreras de Catalunya le preparamos una “encerrona”. Concretamente le propusimos que se hiciera cargo de la Federación metalúrgica catalana. Y, como esperábamos nosotros –ya gatos viejos-- nuestro Simón aceptó: todavía no tenía treinta años.
Es precisamente al frente de esa responsabilidad cuando Simón empieza a tener predicamento en las fábricas metalúrgicas. Yo le he visto hablar con autoridad a sindicalistas cincuentones de SEAT y otras grandes empresas. Y somos muchos los que sabemos de su serenidad y coraje negociando importantes expedientes de crisis. No hace falta decir que nunca fue el sindicalista gritón ni aspavientoso. Era la voz del razonamiento paciente. Que siempre habló desde el afecto. De ahí que podamos decir enfáticamente que Simón era un sindicalista respetado y querido, dos cualidades que raramente coinciden. Centenares de personas le hemos llorado hoy en el sepelio.
Y no dudo de que cuando se enteren los sindicalistas marroquíes de la CDT harán lo mismo. Simón fue uno de los grandes actores que propiciaron la solidaridad con los trabajadores marroquíes del metal y por aquellos sitios se movía como Pedro por su casa. Nuestras amistades marroquíes lo consideraban como uno de los suyos: es gente con buen olfato.