Estoy seguro que a
nadie le ha pasado desapercibido esa manera de hablar --¿podríamos calificarla
de yoísmo?— que se ha apoderado del lenguaje de la política. Por ejemplo, Rubalcaba: 'En este momento, el líder
del PSOE soy yo'. [Cosa curiosa, por otra parte, pues hasta donde dicen los últimos
acuerdos congresuales el primer dirigente de dicho partido es JLRZ. Así pues,
entiendo como estrafalaria la tosca distinción que se hizo en su día entre el
secretario general y el llamado líder social]. Es el yoísmo.
Este yoísmo ha impregnado de tal manera la política (incluída la real o sedicente de izquierdas) en un tópico que usa a destajo cualquier dirigente, con mucho, poco o regular mando en plaza, a la primera ocasión que salta. Una fatuidad que recuerda el tipo de celebración de los goles en los partidos de fútbol: cuando marca Fulano o Zutano salen disparados, casi enloquecidos, y aspavientosamente gesticulan diciendo: yo, yo he sido, he sido yo. Los demás aparecen como gregarios o, más bien, fámulos de quien ha hecho el gol, aunque se lo hayan dado en bandeja.
El yoísmo político es la autoexaltación personal relativamente reciente, esto es, al margen de los valores y la sintaxis republicanos. Ni siquiera Miterrand, que nació deleberadamente en Jamac pudiendo haberlo hecho en París, hablaba de esa manera. De esa guisa el yoísmo estructura conscientemente la distancia entre el personaje de marras y el resto de su organización. Pero, como cada quisqui (o quisque) imita a su señor, el yoísmo ha acabado articulando un léxico de arriba hacia abajo. Un lenguaje que está referido al estilo de gobernar (dirigir parece ser otra cosa) el patio de vecindones de cada partido o partida, de cada hermandad o cofradía de la política. Es, además, la traslación de lo que se conoció antaño como alcaldada y que hogaño conserva no pocas de sus esencias.
Vale la pena, en ese sentido, leer lo que uno de los padres nobles de la izquierda europea, el maestro Vittorio Foa escribió al respecto en su libro, escrito con noventa y tantos años: Las palabras de la política, que figura en ese link para cuando lo crea menester.
Este yoísmo ha impregnado de tal manera la política (incluída la real o sedicente de izquierdas) en un tópico que usa a destajo cualquier dirigente, con mucho, poco o regular mando en plaza, a la primera ocasión que salta. Una fatuidad que recuerda el tipo de celebración de los goles en los partidos de fútbol: cuando marca Fulano o Zutano salen disparados, casi enloquecidos, y aspavientosamente gesticulan diciendo: yo, yo he sido, he sido yo. Los demás aparecen como gregarios o, más bien, fámulos de quien ha hecho el gol, aunque se lo hayan dado en bandeja.
El yoísmo político es la autoexaltación personal relativamente reciente, esto es, al margen de los valores y la sintaxis republicanos. Ni siquiera Miterrand, que nació deleberadamente en Jamac pudiendo haberlo hecho en París, hablaba de esa manera. De esa guisa el yoísmo estructura conscientemente la distancia entre el personaje de marras y el resto de su organización. Pero, como cada quisqui (o quisque) imita a su señor, el yoísmo ha acabado articulando un léxico de arriba hacia abajo. Un lenguaje que está referido al estilo de gobernar (dirigir parece ser otra cosa) el patio de vecindones de cada partido o partida, de cada hermandad o cofradía de la política. Es, además, la traslación de lo que se conoció antaño como alcaldada y que hogaño conserva no pocas de sus esencias.
Vale la pena, en ese sentido, leer lo que uno de los padres nobles de la izquierda europea, el maestro Vittorio Foa escribió al respecto en su libro, escrito con noventa y tantos años: Las palabras de la política, que figura en ese link para cuando lo crea menester.