El otro día Mariano Termidor declaró a los medios de difusión, sobre chispa más o
menos, lo siguiente: los sindicatos están enfadados porque la reforma les quita
poder en la negociación colectiva, en los expedientes de crisis, etc.
Comoquiera que
las organizaciones empresariales no se han quejado –es más, han aplaudido la
contra reforma— habrá que convenir que ésta no es “equilibrada” como sostiene
la ministra de trabajo y, en cambio, sí es “agresiva” como afirma el ministro Guindos. Pero, además, las palabras de
Mariano Termidor nos llevan a una suposición de mayor calado. Por lo menos, el
sindicalismo protesta con vehemencia cuando, desde el gobierno –invadiendo materias indecidibles para cualquier gobernante o
institución, según declara Norberto Bobbio—arremete contra
el poder sindical, esto es, derechos e instrumentos de control. No hace como
los gobernantes que, zarandeados por los poderes económicos, se achanta y
arrodilla. Es decir, cuando desde fuera del Estado los mercados –la espuma de
las multinacionales, según Chomsky-- sustraen
poder a los gobiernos, éstos, por lo general gustosamente, callan y bajan la
cerviz. O lo que es lo mismo: los poderes corporativos agraden sistemáticamente
el “interés general” sin que los gobiernos digan esta boca es mía.
No vayamos con zarandajas nosotros: pues
claro que el problema central es una lucha de poderes. Como ha sido siempre,
faltaría más. De poderes: derechos e instrumentos. Es el único lenguaje que
entiende doña Correlación de
Fuerzas.