viernes, 29 de marzo de 2013

SOBRE EL ESCRACHE

Primero. La lucha contra los desahucios está adquiriendo unas notables cotas de participación popular. Tal es la gravedad del problema que ese, cotidianamente activo, movimiento de masas ha concitado adhesiones de amplios sectores de la ciudadanía, de Colegios profesionales y organizaciones diversas hasta que finalmente habló –y habló bien--  el Tribunal Europeo censurando sin paliativos la vejancona Ley Hipotecaria, que ha sido mantenida por todos los gobiernos de la democracia. Ahora esta movilización continúa, claro está, con la doble exigencia de paralizar los desahucios pendientes y proceder a un texto legislativo basado en lo manifestado en la  ILP y los añadidos a que haya lugar de lo dicho por el Tribunal de Luxemburgo. Entendámonos, en esa acción colectiva no sólo deben estar los afectados y sus amistades más directas: es una cuestión de todos, afectados o no. Con esta reflexión de hoy mantenemos y –al igual que Pereira--  sostenemos lo que decíamos ayer en El acoso a los movimientos sociales.


Esta continuidad de la acción de masas debe procurar encontrar una buena relación entre los objetivos y las formas de presión y movilización, procurando que estas no entorpezcan ni interfieran los objetivos. Esto es, que el movimiento esté en constante pleamar. Intentaré poner un ejemplo que viví personalmente para otro asunto. Cuando la batalla contra el ingreso de España en la OTAN, en uno de tantos días, nos encontramos en la plaza de mi barrio de aquellos entonces (La Verneda, en Barcelona) miles de manifestantes: una voz amiga arengó al personal con un «a cortar la autopista», seguido solamente por un reducido grupo, la gran mayoría no quiso saber nada de aquello. La autopista se cortó: miles de coches quedaron atrapados. La gente que iba en ellos nos increpó. Con toda seguridad perdimos aliados aquel día.  Y es que no es infrecuente que, tras una acción de masas, de buenas a primeras nos liemos la manta de la grupusculización a la cabeza. Con la consabida merma de aliados y voluntades que quieren participar activamente. La primera conclusión que saqué de aquella movilización contra la OTAN fue: no hagas un planteamiento de movilización que merme la participación de masas y, más todavía, que se vuelva contra ti.

Segundo. Están apareciendo voces que exigen que se legisle contra el schrage. O sea, se plantea más diligencia contra quienes demandan soluciones urgentes a los problemas de los desahucios que para arreglar los problemas de la vivienda. Estoy en contra de ello y, desde mis pobres posibilidades, me uniré a quienes luchen contra esa hipotética ley. Por supuesto, seguiré dando mi apoyo a la PAH. Ese movimiento necesita más gente a su alrededor, más voluntades activas en sus movilizaciones. Ahora bien, quisiera plantear algunos elementos en torno a la «técnica» del schrage. Es más, me pregunto sobre su utilidad. De entrada diré que mi inquietud  no es por consideraciones «morales», abstractas o no.  

El argumento ya se ha indicado más arriba: la plena concordancia entre unos objetivos y las formas de lucha que deben acompañarlos. Más todavía, tengo otros argumentos –estos de tipo «pragmático»-- sobre los que quiero llamar la atención: si se sigue practicando el schrage no pasará mucho tiempo en que las derechas económicas y políticas organicen su propio somatén. Lo harán, que nadie lo dude –repasen la historia de la Barcelona de la «Rosa de fuego», en los años veinte--  con muchos medios financieros y mediáticos. La batalla de masas, entonces, se irá empequeñeciendo y todo quedará en una lucha entre comandos. En ese terreno, los afectados directamente por las hipotecas tienen todas las de perder y, por supuesto, el movimiento que les da apoyo.