jueves, 28 de abril de 2011

LA PREÑEZ DE ESTE PRIMERO DE MAYO

Las luchas que, de un tiempo a esta parte, está llevando a cabo el movimiento de los trabajadores europeos –aunque dispersas y con un fuerte contenido nacional-- son una respuesta todavía implícita contra las consecuencias de las políticas de la “lepra neoliberal”, según dejó dicho en 1999 nuestro amigo Bruno Trentin. La cuestión está en saber si (y cuándo) las movilizaciones tendrán un carácter realmente explícito; el problema es si el conjunto de las fuerzas antineoliberales podrán, primero, interferir en la lepra, y, postriormente, derrotarla definitivamente. La presión activa e inteligente es fundamental, pero no basta. Ese conflicto sociopolítico requiere un proyecto cultural de amplio respiro, una implicación de múltiples sujetos y un potente almacén de saberes y conocimientos al servicio de dicho proyecto. Que sea más potente que el del neoliberalismo que no se anda con chiquitas; véase, por ejemplo, la sintaxis de Warren Buffet, uno de los jerifaltes de de Moody´s: “Estamos en la lucha de clases y la estamos ganando”.


El neoliberalismo venció cuando consiguió materializar dos ideas-fuerza: a) que todos ganan en el proceso de globalización impulsado por los mercados como se sostenía en el siglo XIX con la famosa teoría de los costes comparados de David Ricardo; y b) que la centralidad de los mercados, per se, amplia la esfera de libertad de los individuos, especialmente en tanto que consumidores, también como productores ya que los mercados les premiarían aumentando la movilidad social. Los hechos han refutado, nueva y radicalmente, estas tesis.


Una tesis que fue abriéndose camino en amplios grupos académicos, que fue reconvirtiendo a ciertos iuslaboralistas en iusprivatistas, que despellejó algo más que la epidermis de ciertos partidos de solera socialista y socialdemócrata y que, en otro sentido, sirvió de fuente a organizaciones populistas y neopopulistas. Una “lepra” que tuvo como expresión más visible las voces mediáticas de Reagan y Thatcher, aunque debajo de ellos estaban ideólogos y mesnaderos de diverso pelaje: la cofradía de amigos 
DEL CAPITAL IMPACIENTE. En efecto, se trató de un contagio devastador. Una gente que no se iba por las ramas; que frente a cualquier propuesta alternativa –aunque fuera moderadamente reformadora— contestaban que eso era un imposible metafísico y la transformación de las cosas una quimera de cuatro locos de atar.


Al prevalecer el enfoque neoliberal –con la derrota del capitalismo, digamos para abreviar, calvinista-- cambió toda la visión de la empresa. La teoría dominante de los treinta últimos años volvió a recuperar la empresa como lugar de contratos individuales, siguiendo las pautas de un sujeto fuerte: el capital financiero. Ni qué decir tiene que tanta metamorfosis le vino como anillo al dedo al management –los “funcionarios de la propiedad”, que dijera Karl Marx-- que estableció una potente alianza con la propiedad. Tras ello, el management dejó de ser un subalterno de lujo para transformarse en coaligados de la propiedad.


Visto lo visto, la teología neoliberal ha hecho mil estragos. Pero se da la paradoja de que las soluciones que se proponen por parte de los contagiados, involuntaria o voluntariamente, es tres cuartos de lo mismo. Pero no es verdad lo que dice la canción 
No hay novedad, señora baronesa. Porque hay novedades: son las movilizaciones, incluso con los límites que tienen todavía, en curso. La cuestión está en saber mirar qué preñez tienen y sacar las debidas consecuencias. Este Primero de Mayo debe ser una inflexión.