Nota introductoria. Ya está en la calle el nuevo número de la Gaceta Sindical, la importante revista de Comisiones Obreras y, sin lugar a dudas, una de las más decisivas del sindicalismo europeo. Este nuevo número trata, según reza su título, de “sindicalismo, trabajo y democracia”, una tríada lo suficientemente llamativa como para leerla sosegadamente. Es más, tengo la intuición de que el representativo elenco de aportaciones insinúa los trazos gruesos de por dónde debe ir la acción colectiva organizada del movimiento de trabajadores: un movimiento que viene de muy atrás y que proyecta su acción para el presente y futuro.
Primero. Los cambios gigantescos que, desde el ecocentro de trabajo hasta el conjunto de la economía, de un lado; y, de otro, las discontinuidades que se han producido en los últimos meses –esto es, las putativas reformas laborales-- exigen, en mi parecer, que gradualmente el sindicalismo empiece a poner en marcha un gran proyecto de autorreforma. Entiendo que, en el referido número de la Gaceta, hay suficientes pistas para meterse en harina. Y, más en concreto, en la dirección que Toxo apuntaba en el discurso de clausura del último Congreso confederal de Comisiones Obreras.
Tres son los aspectos centrales que Toxo dejó sentado en aquel momento: 1) abordar la reforma de la representación del sindicalismo, 2) su afirmación de que “Ugt es algo más que un aliado” y, 3) la necesidad de que nuestro país se abriera un proceso de regeneración moral. Tres elementos que, a lo largo, de su mandato Toxo ha ido indicando de manera recurrente. Pero hay algo más: algunas de estas cuestiones las que han pasado, en las últimas semanas, a primer plano con los planteamientos del Movimiento 15 de Mayo. Poco importa ahora si el mensaje de Toxo ha calado en los acampados o bien este movimiento ha llegado a esas consideraciones –me refiero a la representación política y social y a la regeneración— por su cuenta. Eso ahora es lo de menos, lo que vale es que ambas demandas están, cada una por su lado y, de momento, sin confluencia explícita entre ellas, en la plaza pública. En todo caso, nadie puede ignorar que, desde hace (por lo menos) dos años, esa es una de las insignias de Comisiones Obreras: una organización que, como el conjunto del sindicalismo confederal, considera que su carácter contractual no es discrecional.
La reforma de la representación parte, creo yo, de algunas consideraciones que siguen siendo, no obstante, tradicionales (o, por mejor decir, clásicas): el sindicalismo no es –o no debería ser-- una mera asociación de afiliados, sino una organización de los componentes del trabajo asalariado, en todas sus tipologías y categorías. De ahí que, en lo que atañe a Comisiones Obreras, siempre ha considerado fundamental, con sus altos y sus bajos, que la relación con los trabajadores es un elemento distintivo de su constitución material. Lo que es más necesario que nunca dada la centralidad y la relegitimación de la empresa capitalista. Por eso –y otras razones que desbordarían el marco de este ejercicio de redacción— sostengo la necesidad de abordar urgentemente el problema de la representación dentro y fuera de los centros de trabajo. Urgentemente no quiere decir a locas, por supuesto. Una nueva representación capaz de conquistar los instrumentos cognitivos necesarios con la idea de acrecentar los derechos, instrumentos y poderes, de los trabajadores (junto a nuevas parcelas de ius-sindicalismo) en esta fase de innovación-reestructuración de los aparatos productivos y de servicios. De la economía toda. Y de esa manera despejar las paradojas que existen en la fase actual. De un lado, el sindicalismo es el colectivo que encuadra al mayor número de afiliados; de otro lado, a pesar de ello (y, en ocasiones, precisamente por ello) concita –no conviene esconderlo-- bolsas no irrelevantes de hostilidad. Tal vez, la madre del cordero está en que el sindicalismo que es eficaz en la tutela de la persona que trabaja, no es lo suficientemente eficaz en la transformación de las condiciones de trabajo. De modo que en ese binomio asimétrico de la “tutela-transformación” podría intervenir de manera más fecunda la nueva representación sindical, no como condición suficiente, aunque sí necesaria. Por supuesto, como hipótesis.
Segundo.
De las propuestas de Toxo acerca de la regeneración moral entiendo que ello sugiere una lectura emancipatoria de la democracia. De esta democracia envejecida porque no ha sabido (ni querido) ponerse al día tras los ataques de sus, en palabras de Alain Minc, zonas grises. Porque se ha enrocado en las oligarquías, viejas y nuevas, de la política instalada. Ahora bien, el planteamiento de la regeneración moral “de los demás” conllevaría la necesidad de proceder a amplias autorreformas en nuestra casa. Pero no insisto en ello porque algo he dicho en otras ocasiones al respecto.
Punto final. De una u otra forma esto es lo que he intentado relatar en mi trabajo, publicado por Gaceta, que la persona curiosa tiene a su disposición en: NO TENGAIS MIEDO A LO NUEVO
Primero. Los cambios gigantescos que, desde el ecocentro de trabajo hasta el conjunto de la economía, de un lado; y, de otro, las discontinuidades que se han producido en los últimos meses –esto es, las putativas reformas laborales-- exigen, en mi parecer, que gradualmente el sindicalismo empiece a poner en marcha un gran proyecto de autorreforma. Entiendo que, en el referido número de la Gaceta, hay suficientes pistas para meterse en harina. Y, más en concreto, en la dirección que Toxo apuntaba en el discurso de clausura del último Congreso confederal de Comisiones Obreras.
Tres son los aspectos centrales que Toxo dejó sentado en aquel momento: 1) abordar la reforma de la representación del sindicalismo, 2) su afirmación de que “Ugt es algo más que un aliado” y, 3) la necesidad de que nuestro país se abriera un proceso de regeneración moral. Tres elementos que, a lo largo, de su mandato Toxo ha ido indicando de manera recurrente. Pero hay algo más: algunas de estas cuestiones las que han pasado, en las últimas semanas, a primer plano con los planteamientos del Movimiento 15 de Mayo. Poco importa ahora si el mensaje de Toxo ha calado en los acampados o bien este movimiento ha llegado a esas consideraciones –me refiero a la representación política y social y a la regeneración— por su cuenta. Eso ahora es lo de menos, lo que vale es que ambas demandas están, cada una por su lado y, de momento, sin confluencia explícita entre ellas, en la plaza pública. En todo caso, nadie puede ignorar que, desde hace (por lo menos) dos años, esa es una de las insignias de Comisiones Obreras: una organización que, como el conjunto del sindicalismo confederal, considera que su carácter contractual no es discrecional.
La reforma de la representación parte, creo yo, de algunas consideraciones que siguen siendo, no obstante, tradicionales (o, por mejor decir, clásicas): el sindicalismo no es –o no debería ser-- una mera asociación de afiliados, sino una organización de los componentes del trabajo asalariado, en todas sus tipologías y categorías. De ahí que, en lo que atañe a Comisiones Obreras, siempre ha considerado fundamental, con sus altos y sus bajos, que la relación con los trabajadores es un elemento distintivo de su constitución material. Lo que es más necesario que nunca dada la centralidad y la relegitimación de la empresa capitalista. Por eso –y otras razones que desbordarían el marco de este ejercicio de redacción— sostengo la necesidad de abordar urgentemente el problema de la representación dentro y fuera de los centros de trabajo. Urgentemente no quiere decir a locas, por supuesto. Una nueva representación capaz de conquistar los instrumentos cognitivos necesarios con la idea de acrecentar los derechos, instrumentos y poderes, de los trabajadores (junto a nuevas parcelas de ius-sindicalismo) en esta fase de innovación-reestructuración de los aparatos productivos y de servicios. De la economía toda. Y de esa manera despejar las paradojas que existen en la fase actual. De un lado, el sindicalismo es el colectivo que encuadra al mayor número de afiliados; de otro lado, a pesar de ello (y, en ocasiones, precisamente por ello) concita –no conviene esconderlo-- bolsas no irrelevantes de hostilidad. Tal vez, la madre del cordero está en que el sindicalismo que es eficaz en la tutela de la persona que trabaja, no es lo suficientemente eficaz en la transformación de las condiciones de trabajo. De modo que en ese binomio asimétrico de la “tutela-transformación” podría intervenir de manera más fecunda la nueva representación sindical, no como condición suficiente, aunque sí necesaria. Por supuesto, como hipótesis.
Segundo.
De las propuestas de Toxo acerca de la regeneración moral entiendo que ello sugiere una lectura emancipatoria de la democracia. De esta democracia envejecida porque no ha sabido (ni querido) ponerse al día tras los ataques de sus, en palabras de Alain Minc, zonas grises. Porque se ha enrocado en las oligarquías, viejas y nuevas, de la política instalada. Ahora bien, el planteamiento de la regeneración moral “de los demás” conllevaría la necesidad de proceder a amplias autorreformas en nuestra casa. Pero no insisto en ello porque algo he dicho en otras ocasiones al respecto.
Punto final. De una u otra forma esto es lo que he intentado relatar en mi trabajo, publicado por Gaceta, que la persona curiosa tiene a su disposición en: NO TENGAIS MIEDO A LO NUEVO