martes, 7 de junio de 2011

ROBAR LO JUSTO


La gente seria nos preguntamos los motivos del consenso electoral –un consenso de masas, se entiende-- que alcanzan los corruptos y, sobre todo, la cleptocracia. De ahí el sobrecogimiento ante los niveles de apoyo popular a la gurtelada, como expresión más llamativa de la Cantimpalo´s connection. Por otra parte, los politólogos y moralistas de diversas escuelas tampoco parece que hayan dado en la tecla después de tantísimos siglos de cleptocracia. [Se cuenta que Pericles fue acusado, no sabemos si con fundamento o no, de corrupto, aunque el ataque fue dirigido, a doña Aspasia de Mileto, la esposa del gobernante ateniense]. Un servidor tampoco sabe el por qué. De ahí que, leyendo esta mañana, un artículo de Alonso Cueto sobre las recientes elecciones peruanas –mis saludos al amigo Carlos Mejía (del Perú)-- haya caído en la cuenta de cómo entiende de estos asuntos la sancta simplicitas popular.


Refiere el mentado articulista que “Cuando le insistí [a una señora que estaba en la cola para votar, partidaria de la Fujimori] en que durante el Gobierno de Fujimori se había robado de un modo sistemático, la señora me dio una respuesta similar a la que escuchó el escritor Jorge Eduardo Benavides de un taxista limeño hace unos meses: "Es verdad que Fujimori robó, pero robó lo justo". En cualquier caso, nada dijo la mujer acerca de la línea divisoria entre lo justo y lo injusto. Pero nuestra reflexión no va por esas veredas peruanas, que junto a las chilenas, fueron definidas por don Luís de Góngora como el occidente del occidente. La cosa va por la relación entre el robar lo justo aquí, en el oriente del occidente, según el apotegma de la dama peruana. O, para ser más preciso, entre el robar lo justo y la gurtelada de los cuatro puntos cardinales españoles.


Si estableciéramos una ecuación entre robar lo justo en Perú con relación al producto interior bruto de aquel país, de un lado, y el robo justo hispano con nuestro producto interior bruto, tal vez tendríamos la respuesta al consenso de masas de la cleptocracia española, siempre según los parámetros de la señora limeña. Se trataría de utilizar la conocida 
Teoria de límites en Matemáticas, esto es, un robo justo que no tiene confines.


Ahora bien, parece que hay dos condiciones para el robo justo: uno, no debe ser pequeño; otro, debe tener una ratio determinada con relación al producto interior bruto. Que no debe ser pequeño (ni mucho menos minúsculo) lo demuestra la larga condena que le pusieron a 
Eleuterio Sánchez (el Lute) por agenciarse un par de gallinas en corral ajeno y no ser cargo electo. Que tampoco debe ser astronómico, siempre con relación al producto interior bruto, es comprensible: siempre hay que dejar la pedrea para otros alharaquientos del parné. Esto es, hay que dejar unos determinados cachos para que otros mojen en esa salsa verde de los billetes verdes. O lo que es lo mismo, no puede haber un monopolio del robo porque ello concitaría temibles adversarios; debe existir un ordenado y pactado oligopolio. Un oligopolio en movimiento, como dando a entender que siempre hay, real o aparentemente, una posibilidad de que cualquier hijo de vecino pueda untar y ser untado. O sea, se vota a los corruptos porque ofrecen la oportunidad de que siga la rueda de la fortuna. Algo que no tuvo en cuenta Epicuro cuando decía por Atenas: “ser rico no supone alivio, sino cambio de problemas”