Debemos a José
Mourinho la
recupración de una de las figuras más importantes de nuestro imaginario, el Maestro
armero. Este personaje había desaparecido prácticamente de nuestros lenguajes
al igual que otros dioses menores como la Bernarda (famosa
por su coño), Picio (del
que se decía que era horrorosamente feo), Mateo (acompañado
siempre por su guitarra), Roberto (habitualmente
transhumando con el negocio de sus cabras) y un largo etcétera. Todos ellos
eran una especie de criaturas que utilizábamos en Santa
Fe, capital de la Vega
de Granada.
Así pues, demos por buena esta constante referencia de Mourinho a la hora de
recuperar parte de la memoria oral.
En una unidad militar, el maestro armero es el jefe o encargado de la
conservación y reparación de las armas. Este técnico carece de mando en los
Cuerpos del ejército. Al parecer, entre las milicias surgió la expresión
"las reclamaciones, al maestro armero" (que en realidad no podía
decidir nada), para manifestar lo inútil de una queja, puesto que la disciplina
militar obliga a obedecer órdenes, gusten o no. Del resto de los personajes
(Bernarda, Picio, Mateo y Roberto) sabemos bien poca cosa debido a la
distracción de los investigadores poco atentos a la microhistoria; tampoco los
filólogos se han querido meter en las once varas de esas camisas. Demos, pues,
las gracias a don José Mourinho sin ningún tipo de reserva mental.
El Maestro armero siempre fue el paradigma de la exculpación y,
parcialmente, la justificación de una exagerada y particular filotimia. Nuestro conspicuo artesano era la excusa que externalizaba todo
quisqui. Véanse algunos ejemplos: el Espadón
del Pardo que
afirmaba que la culpa de todos los males de España vienen de la conocida
alianza de los judeomasones con el comunismo; don José Ratzinger que
se reafirma en la conspiración de la navecilla del relativismo contra las
virtudes teologales y cardinales; Zapatero que
excusa sus políticas por el acoso de los mercados; y –como expresión más
exasperada de esa manera de ser-- yo mismo (tal como lo oyen) que achaco a
sucias maniobras de la Academia Sueca que
no me hayan dado el Nobel de
Literatura con motivo de mi libro “Cuando
hice las maletas”, obra suprema de las
letras patrias, definida por mi esposa como “muy superior a la obra de Marcel
Proust, sin ir más lejos”.
De todas formas, la loable recuperación de la oralidad de antaño por
parte de Mourinho tiene algunos inconvenientes. Primero, consolida una
inveterada forma de ser que nos viene de tiempos de antañazo: la culpa la tiene
siempre el otro y lo otro. Segundo, lo que
comporta que no debo practicar el vicio del autoexamen, dado que las
responsabilidades están en otro lugar.
Así las cosas, lo que Mourinho nos propone se traslada por analogía a
otros campos: si la gauche
qui rie se va a
freir espárragos, las responsabilidades están en que el electorado es muy
vengativo; si la gauche
qui pleure no
avanza, toda la culpa la tiene el bipartidismo; si se consolida el fracaso
escolar, el quid de la cuestión radica en lo zoquete que es nuestra chavalada.
Y así podríamos seguir. Moraleja: a todos nos conviene la abigarrada forma de
ser de don José Mourinho.